29 de marzo de 2024

Críticas: Tengo ganas de ti

Con algo de retraso (mental) comentamos las nuevas peripecias del heroico Hache, que se debate en esta ocasión entre Babi y Gin.

Las expectativas generadas por 3 metros sobre el cielo convertían esta Tengo ganas de ti en una de las películas más esperadas del año por su público, y es que muchas niñas tenían señalado el estreno en la agenda de la BlackBerry con la misma tinta (?) que el día de su mayoría de edad. Aquí volvemos sobre otra novela del ínclito Federico Moccia, con la fórmula mejorada y nuestro descamisado hídolo ante un dilema tan universal como desgarrador: ¿Clara Lago o María Valverde?

No se puede decir que esta nueva adaptación no rebose el mismo espíritu que convirtió a su predecesora en una de las obras más involuntariamente cómicas, a la par que taquilleras y admiradas por la batahola púber, de los últimos tiempos. Tampoco podemos afirmar que en ella haya nada que se asemeje –aunque lo pretenda– a una película seria, y me parece bien, pese a que la factura técnica se encuentre algo por encima del nivel que suelen tener estos productos. Pero la sensación es que el resultado, aceptando de antemano lo absurdo y trillado de lo que entramos a ver, no es tan horrible como cabía dar por sentado. También debe influir lo curtido que va estando uno en estas cosas.

En esta ocasión el hamor ha convertido a Hache, nuestro héroe recién llegado de Londres, en un ser cuasi esquizofrénico que se topa repetidamente con los fantasmas de su antigua novia Babi y su amigo El Pollo (Q.E.P.D.). Acaba de conocer a Gin Tonic –chistaco que desgraciadamente no es mío, sino del guionista–, que tiene la presencia de Clara Lago y tampoco está nada mal, por lo que decide seducirla gracias a su trabajadísima escualidez mental. Pero la vida familiar de los protagonistas, de la que ya se daba cuenta en la primera parte, es conmovedora. Y, como no podía ser de otro modo, una Babi a punto de casarse termina reapareciendo también físicamente en la vida de Hache dejando en bandeja el drama social. Este tremendo combo provocará que todo confluya en el tramo final, que mantiene el nivel gracias a ciertos momentos de los que no detallaré mucho más porque sé que estáis ansiosos de comprobar por vosotros mismos.

El hamor, claro, es la fuerza que mueve a todos los personajes. Es lo que consigue que Hache regrese al mundo de las carreras ilegales para recuperar “la moto de su colega, que se mató en una carrera”. Pero aquí también boxean, destrozan un mural o follan con vistas a toda la ciudad de Barcelona mientras suena una canción de Zahara. Las escenas en las que se hace el chorras tienen un innegable peso específico: podemos contemplar igualmente a nuestro hídolo arrojarse al mar con la moto junto al fantasma de su fallecido amigo, o gritando la frase que da título a la película subido de pie en la misma. Hacer el monguer y serlo es algo que tiende a sumar puntos, y personalmente creo que situaciones así poseen mucha más chispa que las de otros productos que pretenden desesperadamente tenerla. Las dosis humorísticas están siempre presentes en el protagonista y su grupo de amigos intelectuales, pero sobre todo en el personaje de Nerea Camacho, que nos regala una escenaca brutal mientras se droga en la discoteca a ritmo de los Zombie Kids. Aunque seguramente no funcione de la manera que se pretendía, suelen echarse en falta más secundarios de este corte.

Llegados a este punto en el que parece obvio por lo comentado hasta ahora y además habré perdido lectores, ya puedo reconocerlo: me lo pasé moderadamente bien viéndola. No esperaba que sus dos horas largas se hiciesen tan llevaderas, entre alguna risa y la constatación de que los millones de espectadores que están acudiendo a ver algo tan banal no son ni mucho menos casualidad. Tanto la factura y el calculado diseño como la monumental estupidez de la película de González Molina están muy por encima de la mayoría de las que pretenden lograr obtener un éxito similar y se estrellan en su estreno. El capítulo interpretativo también mejora algo con la presencia de Clara Lago, buena actriz pese a tener posiblemente el personaje más difuso. Tengo ganas de ti es, en fin, una reivindicación de la idiotez como forma de vida –entiéndase en la medida de lo posible como elogio– que no tiene la culpa de que su target pueda tomarla demasiado en serio. De lo contrario, podríamos estar hablando de una señora película de culto.

Para terminar, al señor que corresponda: ignorad a partir de ahora las novelas del Mochas, porque queremos saber más y lo próximo deben ser las peripecias del puto Hache en tierras británicas. Rodad en inglés, por supuesto. Y no nos falléis, él nunca lo haría.

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