29 de marzo de 2024

Críticas: Nana

CAH Nana

Un ejercicio de espontaneidad por Valérie Massadian.

No resulta sencillo empezar a hablar de Nana, una de los últimos descubrimientos del cine independiente e hiperrealista europeo, ni categorizarla dentro de un género, un estilo o un modelo concretos. Y es que el debut de la fotógrafa, directora artística y productora francesa Valérie Massadian es un ejercicio de espontaneidad absoluta, de rebelarse frente a lo establecido y de ser consecuente con lo que se quiere y lo que no se quiere. De formación autodidacta, Massadian ejerce de creadora total (dirige, escribe, monta, produce y se encarga de la fotografía) en este pequeño relato sobre el mundo de una niña de cuatro años que aprende a la fuerza a salir adelante sola.

Nana es un pequeño drama realista y rural en un entorno que la directora conoce bien, ya que ha vivido siempre en contacto con la naturaleza, y eso se transmite en lo que nos cuenta, sobre todo en lo que se refiere al olvido del ser humano con respecto a su relación con el entorno natural, en un mundo dominado por la tecnología, las multitudes y la urgencia, en el que no da tiempo a reflexionar ni a observar. Massadian sí reflexiona, observa, y rueda sobre aquello que le interesa, es decir, lo que le es cercano y cotidiano: el campo, los animales, las flores, los niños y los ancianos…

*** Local Caption *** Nana, , Valérie Massadian, F, 2011, V'11, Spielfilme

Massadian se aleja de toda artificiosidad, buscando la esencia misma de las cosas a través de la sencillez, para ser capaz de captar en la pantalla un pedazo de vida real, y por eso no restringe las posibilidades que le da la libertad de acción con un guión elaborado o con unas interpretaciones prefijadas. Simplemente coloca la cámara y la deja fija para que las cosas surjan ante ella. Por tanto, es este un tipo de película en el que el montaje lo es todo, y es aquí donde Massadian, que en todos los demás aspectos de su trabajo casi se vanagloria de hallarse aparte de las convenciones cinematográficas, adultera y subjetiviza su obra (incluso nos narra la historia de manera no lineal), con planos que revelan una intencionalidad e imágenes de muchísima expresividad. Pero aún así, la película nunca pierde esa esencia de autenticidad que la caracteriza.

Lo que brilla sin duda en la película es la pequeña Kelyna Lecomte, una suerte de Caperucita abandonada en la cabaña del bosque con la determinación y el carácter de la Hushpuppy en Bestias del sur salvaje, que nos impresiona con su fuerza extraordinaria y su encanto natural. Porque Kelyna no interpreta. Es una niña, y hace las cosas propias de una niña normal. Cuando se queda sola, imita lo que ha visto hacer a su madre, porque es de esa manera de la que aprenden los niños. Sorprende la seguridad con la que se la ve siempre, sin miedo, sin tristeza, en un ejemplo prodigioso y a la vez desencantado de adaptación al medio. La inocencia, ese rasgo que perdemos con los años y a veces no nos deja ver la realidad tal cual es, también puede ser la mejor arma contra la ferocidad del mundo.

CAH Nana 3

Nana nos habla de muchas cosas, pero sobre todo, de la independencia, de la capacidad tan enorme que tenemos para hacer las cosas por nosotros mismos y salir adelante cuando las circunstancias lo requieren. Si una niña de cuatro años puede, ¿cómo no vamos a poder todos? El canto a la libertad de la infancia es un reflejo de las propias intenciones de autonomía de la directora, que ha conseguido sacar adelante un proyecto tan poco comercial sin traicionarse a sí misma ni a sus ideas. Es Nana por tanto una película para ver, tal vez, con la mirada sencilla de un niño, sin recelo ni más intenciones que las de sumergirse en un trabajo casi puro y en bruto, cargado de franqueza.

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