28 de marzo de 2024

Críticas: Blue Jasmine

Blue Jasmine

Woody vuelve a casa.

Hacía tiempo que no veíamos las calles de Nueva York en una película de Woody Allen, ni siquiera las calles de cualquier otra ciudad estadounidense, pero parece ser que el neoyorquino ha decidido dejar de lado su periplo turístico por Europa y volver a casa para rodar su última película Blue Jasmine que, no sólo vuelve a su adorada Gran Manzana, sino que esta vez el paseo turístico lo realiza por la costa opuesta en la ciudad de San Francisco, convirtiendo a ésta en la antítesis de la sofisticación inherente a Nueva York.

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Y parece que de nuevo, la inspiración que provoca la ciudad de Nueva York le sienta como un guante a los diálogos y las situaciones del cine de Allen, cuyo alter ego esta vez no está tan definido como en otras ocasiones, sino que simplemente se deja entrever al principio de la película en una Cate Blanchet verborreica y algo neurótica que va contándole su vida a una anciana que está sentada a su lado en el avión que la lleva desde Nueva York a San Francisco. Pero Allen nos engaña con esta Jasmine, anteriormente conocida como Jeanette, que tiene mucho más que ofrecer que una versión femenina del sempiterno personaje que se repite en la mayor parte de su filmografía. Jasmine es depresiva pero no se recrea en su miseria porque es una snob, es alguien que ha crecido y vivido entre algodones, mantenida por su ex marido con fortunas obtenidas a base de engaños al Tío Sam y a pequeños inversores y de los que ella nunca se enteró o no quiso enterarse, un tipo de esposa que actualmente abunda demasiado en nuestro país. Al verse completamente arruinada decide cruzar el país para vivir con (más bien de) su hermana adoptiva, eso sí, sin renunciar a viajar en primera clase o a sus carísimos modelitos comprados en la Quinta Avenida porque sigue viviendo en su mundo de lujo y dando lecciones de conveniencia a su hermana sobre sus novios, mientras se encuentra rodeada de una clase media-baja que poco o nada tienen que ver con su visión de la vida. Sin embargo, aun siendo un personaje muy próximo a la Blanche DuBois que imaginara Tennesse Williams para su obra Un tranvía llamado deseo, Jasmine trata de reinventarse tanto emocional como económicamente a diferencia de aquella, pero con las limitaciones de una persona que nunca ha salido de su jaula de oro y que sigue con un pie dentro de la misma a pesar de que la puerta se ha cerrado tras ella.

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Blue Jasmine recupera muchos de los temas recurrentes en el cine de Woody Allen, están presentes por supuesto las relaciones de pareja, la infidelidad pasajera y egoísta de quien sabe que siempre va a tener una opción segura “si la cosa no funciona”, también la lucha de clases, el viaje al pasado esta vez mediante flashbacks y sobre todo unos personajes, tanto protagonistas como secundarios, perdedores y complejos que dan vida y ritmo a su guión sin concederle ni un solo altibajo. Allen disfraza de comedia ligera uno de los dramas más dolorosos que ha rodado, en el que la crisis económica y moral del siglo XXI es una sombra que se incrusta de lleno en la historia en contraste con la luz que emerge en la superficie de Jasmine. Luz que sin duda pocas actrices como Cate Blanchett serían capaces de reflejar con un personaje tan hundido y fracasado como es el de Jasmine. Esa Jasmine triste como la luna triste a la que cantaban The Marcels y a la que invoca cada vez que habla de su desaparecido ex marido. Blanchett es capaz de pasar de la ensoñación a la angustia y al desconcierto en un mismo plano.

A pesar de ser uno de los directores más admirados del panorama cinematográfico actual, es innegable que en los últimos años la carrera de Woody Allen ha estado marcada por más decepciones que obras en la línea del gran maestro que es. Blue Jasmine recupera al Allen más dramático y realista, que a la vez resulta ser, salvo honrosas excepciones, el más sólido y sobresaliente. Veremos si es capaz de mantener esa línea con su próximo viaje de nuevo a Francia para su nuevo proyecto Magic in the Moonlight.

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