29 de marzo de 2024

Críticas: La chica del 14 de julio

La chica del 14 de julio - Cinema ad hoc

Liberté, liberté, liberté.

Por momentos, el mundo en el que vivimos no parece destinar muchos resquicios a la disposición libre de nuestra esencia como seres humanos. Encender la televisión o dar una vuelta por la calle una mañana cualquiera puede mermar las esperanzas de vivir en plenitud: el carril parece señalado para cualquier aspecto de nuestra vida, desde lo sentimental hasta lo económico. La crisis ha aumentado las restricciones personales, teniendo en cuenta que ahora además debemos “remar en la misma dirección” para superar las situaciones adversas. Esto es, trabajar más horas –el que puede– para incrementar la supuesta productividad por el bien del mismo estado que desde la ciudadanía se reclama como protector. Mientras tanto, abundan los manuales de todo tipo. Ser feliz o conquistar a la mujer u hombre de tu vida parecen aspectos perfectamente alcanzables si se siguen unos pasos marcados. La personalidad, lo que nos hace únicos, pretende aniquilarse lentamente en pos de un casi utópico bien común. Pero, aunque parezca instalarse el pesimismo, detrás de este marasmo social siempre queda un considerable espacio para uno mismo.

Antonin Peretjatko, cineasta debutante francés con nombre de pívot soviético, opta en La chica del 14 de julio por adoptar la forma más libre posible para plasmar esta tesis. A grandes rasgos, lo que hace en ella es prenderle fuego a los corsés, convertir en cenizas cualquier manual de instrucciones –acto que, en toda una declaración de intenciones, realiza también un personaje en un momento determinado–. La posición del individuo frente al gobierno que pretende asfixiar sus sentimientos es ni más ni menos que el desarrollo de sus actitudes naturales, que hoy en día nos pueden parecer tan caóticas como el esquizofrénico extremo al que lleva su película.

La chica del 14 de julio (2) - Cinema ad hoc

Afirmar a secas que es una obra imperfecta sería, en cierto modo, faltar a su esencia última. La chica del 14 de julio es algo más que eso, es una manifiesta oda a la imperfección del ser humano. En una Francia rabiosamente actual, pero sobre la que flota cierta sensación de atemporalidad, los recortes gubernamentales han llegado a extremos kafkianos: el verano tiene un mes menos, Sarkozy ha tenido que volver a la presidencia y los ciudadanos apoyan la violencia policial como forma de restablecer el orden perdido. En tan compleja tesitura, un joven perfectamente normal se enamora de una mujer terriblemente atractiva. Y ella, aunque él no lo sepa en un primer momento, le corresponde por su torpeza a la hora de intentar seducirla. Su partida hacia la playa, junto con otros tres personajes, es el germen de una historia tan loca que causa una sanísima perplejidad desde el primer momento.

El irresistible magnetismo de la artista circense Vimala Pons en el papel principal supone un gran descubrimiento, matizado por el hecho de que es imposible ver en ella únicamente a una actriz. A nuestros ojos es la chica del 14 de julio, fecha de la fiesta nacional que conmemora el inicio de la Revolución Francesa. Las múltiples referencias al pasado y presente de la nación son plasmadas a través de un humor tan puro que sería injusto etiquetarlo en referencias lejanas. El absurdo en el que se ha convertido toda la sociedad queda plasmado en gags que no únicamente son punzantes, sino que con frecuencia también resultan brillantísimos –como el de la guillotina, que no por repetido deja de simbolizar la esencia de lo que cuenta Peretjatko–. La extensa galería de secundarios sirve al mismo fin: desde un odioso ser que pretende reducir la atracción a una serie de actitudes prefijadas, hasta el niño que se disfraza de cucaracha para representar una obra de Kafka en la escuela. Personajes extremos y de toda índole, pero que proyectan arquetipos tan abundantes hoy en día que llega a aterrar la lucidez con la que quedan reflejados en medio del caos estructural.

La chica del 14 de julio (3) - Cinema ad hoc

Los amantes se buscan en una Francia imposible, que no parece tener guardado un futuro común para ellos. Sin embargo, su vitalidad no cesa en ningún momento. El sistema que ahorca, esta vez, queda hundido por los sentimientos humanos. Cuantas más restricciones sufren, más desenfrenada se vuelve la película, hasta conseguir un ritmo tan anómalo que resulta inevitablemente entrañable. A través de su canto a la libertad, Peretjatko parece invitar a abandonar las actitudes prefijadas en pos de una potenciación de nuestro interior. Contra el conformismo imperante, parece decir, la mejor receta es precisamente prescindir de ellas. Tan alocada como especial, tan poco sujeta a reglas como poseedora de un espíritu único, la indomable loa a la independencia en que se erige La chica del 14 de julio merece ser escuchada con atención.

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