19 de abril de 2024

Críticas: Magia a la luz de la luna

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A la Costa Azul con amor.

Hay directores con los que es complicado enfrentarse a cada nueva película que hacen sin tener en cuenta su trayectoria cinematográfica. Esta semana tenemos dos claros ejemplos, el primero con la monumental Exodus: Dioses y reyes con la que Ridley Scott ha vuelto a decepcionar a sus fans que con cada film que estrena esperan volver a ver otro Blade Runner u otro Alien. El segundo regresa con la película que ahora nos ocupa, la cita anual que esperan con ansia todos los incondicionales de Woody Allen y que este año lleva por título Magia a la luz de la luna. El caso de Allen es aun más curioso, puesto que desde hace más de 30 años viene estrenando película por año sin desprenderse en cada una de ellas de la esencia que ha hecho tan reconocible su cine. Con los mismos elementos de siempre y los mismos temas en los que reincide una y otra vez haciendo uso de un humor muy particular y característico, la cuestión es que desde hace unos años, tras un par de fracasos estrepitosos como fueron Vicky Cristina Barcelona y A Roma con amor, parece que las expectativas ante cada nuevo trabajo del director deban ser atendidas con cierta inquietud. Hay incluso algunos que tienen la teoría de que las buenas películas de Allen son las que se estrenan en los años impares, suponemos que porque quienes lo dicen necesitan buscar alguna justificación para el hecho de que no siempre un director pueda hacer cosas como Manhattan o Midnight in Paris  por mucho que se llame Woody Allen.

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Toda esta parrafada viene a colación porque, de nuevo, se vuelve a escuchar aquello de “es un Allen menor” respecto de la nueva película del director y, si bien es cierto que hay en su haber películas que ya han pasado a la historia del cine y que ésta no destaca por ser una historia demasiado original, podríamos situar a Magia a la luz de la luna en un punto intermedio entre sus grandes obras y sus grandes fiascos, que los ha habido.

A la zaga de otros títulos del director como La maldición del escorpión de jade o Scoop, en Magia a la luz de la luna Allen vuelve a utilizar como argumento la magia y el ilusionismo pero enseguida obvia el suspense de cintas como las anteriores para contar una historia romántica. Un mago inglés es invitado por un colega a presenciar las supuestas habilidades de una médium, para que trate de demostrar que sus poderes no son más que una farsa con la que timar a los dueños de la mansión en la que ha sido contratada para contactar con el más allá. En su empresa de desenmascarar a la joven, el mago, cínico, escéptico, neurótico y absolutamente racional, empieza a creer que la magia no son sólo los trucos que él utiliza para sus espectáculos, sino que es algo que puede suceder entre dos personas radicalmente opuestas. En definitiva, el amor en contraposición a la razón.

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Con una clara inspiración de las comedias románticas que hicieron en el Hollywood dorado directores como Mitchell Leisen o Ernst Lubistch, Allen realiza su propia versión de ellas no exenta de muchos de los temas recurrentes en su cine. Como no podía ser menos, la neurosis y la obsesión por la muerte y la religión aparecen de forma constante en el film, pero sin el regusto pesimista que suelen dejar las películas del neoyorquino. Muy al contrario, Magia a la luz de la luna es una cinta que habla de optimismo, de las ganas de vivir sin encorsetarse y que está inundada de la luminosidad que desprende la Provenza francesa. Igualmente, sus personajes no son tan complejos como los que suelen habitar las películas del director. Salvo el protagonista, interpretado por un pomposo y desatado Colin Firth, al que las dudas en un momento de la película hacen que su neurosis pase a un primer plano, el resto de personajes no albergan personalidades susceptibles de necesitar terapia. Emma Stone le da la réplica perfecta a Firth con esa apariencia frágil y delicada que tenían sus antecesoras en esto de la screwball comedy como Claudette Colbert, que finalmente acababan siendo las que llevaban las riendas para que la relación se consumara.

Obviamente, Magia a la luz de la luna no tiene el peso dramático que tenía Blue Jasmine, no intenta incidir en cuestiones vitales ni utiliza el sarcasmo como arma crítica contra la humanidad en general. Se trata de una comedia romántica liviana y convencional, con la que Woody Allen parece querer entretenerse (y entretener) sin más pretensión que la de retrotraernos a tiempos, los felices años 20, y a películas con final igualmente feliz, donde lo único importante era el aquí, el ahora y el amor. Los psicoanalistas llegarían después.

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