25 de abril de 2024

Críticas: Gett. El divorcio de Viviane Amsalem

Gett

Divorcio a la israelí

La denuncia social patria en el cine es algo que no escapa ni si quiera en los países donde ésta puede crear más recelo entre sus habitantes. Este es el caso de Israel, el cual se rige por unos códigos que lo hace, en muchos aspectos, poco entendible para los países occidentales, países los cuales, no tienen inconvenientes, más bien interés, en mantenerlo, o mantenerse, en su misma órbita. Estas voces críticas las podemos disfrutar en producciones recientes. Así es el caso de Llenar el vacío (2012), film que nos llegó el pasado mes de julio y cuya directora Rama Burshtein, ofrecía una visión nada halagüeña del machismo imperante en la sociedad ultraortodoxa judía. En el largometraje, seguíamos el devenir de una joven la cual se veía inmiscuida en un melodrama en el que las presiones sociales y religiosas (estrechamente ligadas entre sí), le atormentaban con la obligación de luchar entre el deber y el deseo propio. En aquel caso se trataba de una boda, en el que nos atañe en  Gett: El divorcio de Viviane Amsalem, como su propio título traducido indica (y también el término hebreo gett, nombre original del film), nos encontramos ante la tramitación jurídica de una petición de divorcio.

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El poco interés que puede ofrecer, a priori, el desenlace de una separación legal entre dos esposos, es debido a la facilidad imperante de una sociedad como la nuestra. Tenemos que dirigir nuestra mirada más a Oriente para encontrarnos con unas dificultades jurídicas impropias del tiempo en el que vivimos. Quizás el Oso de Oro en Berlín y el Óscar a mejor película de habla no inglesa en 2011 Nader y Simin, una separación (Asghar Farhadi, Irán), sea el triunfo más reciente de este subgénero. En todo caso, esta (co)producción israelí(franco-germana) tiene poco que envidiar a ésta. Si bien el guión no es tan recargado y mutable como el que nos tiene acostumbrados el cine de Farhadi, no se puede afrontar Gett sin una predisposición minuciosa. Esta tercera entrega de los hermanos Ronit y Shlomi Elkabetz sobre la emancipación femenina en Israel de la mano del personaje de Viviane, nos introduce de lleno en el pleito, captando toda nuestra atención y dejándonos tan solo ver lo que ocurre en los juzgados donde a lo largo de cinco largos años se desarrolla la trama. Dicho espacio, siempre cuadriculado y retratado mediante austerísimos planos fijos, no hace sino casar a la perfección (nada que ver con el desdichado matrimonio protagonista) con la esencia del juicio del que son víctimas. Víctimas porque en ningún momento se trata de algo justo o equitativo. El tribunal está formado por tres rabinos y no existe ningún tipo de separación entre lo jurídico y lo religioso. Así pues, Viviane no puede divorciarse hasta que su marido lo conceda, por lo que está condenada, durante todos los años en los que transcurre el devenir de los acontecimientos, o a convivir de mala gana con Elisha, o vivir con sus hermanos siendo marginada por el resto de la comunidad. Privada de la libertad de hacer con su vida lo que quiera, se ve obligada a luchar junto a su abogado contra un sistema que, como decíamos anteriormente de la sala donde transcurre el juicio, es cuadriculado e inamovible, sin intención alguna de cambiar un ápice su cuestionable funcionamiento. El machismo pues reinará a sus anchas, siendo los propios jueces quien animen a la mujer a regresar al hogar conyugal aun con la negativa de ésta. También con las acusaciones del abogado defensor del marido, así como muchos de los testigos, incluso los que, como el propio hermano de Viviane, vienen a declarar para defender a su hermana. Por último, veremos como el machismo institucionalizado no será tan solo fruto de un tribunal formado por hombres, sino que incluso testigos femeninas no contarán con la libertad suficiente como para declarar calmadamente sin el miedo a las represalias de su propio esposo.

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Un hecho tan ridículo a los ojos de una persona del siglo XXI, como que una persona no pueda divorciarse o no sea rechazada por sus allegados, es de la misma manera tratado por sus directores. Si bien en el film vislumbramos momentos de auténtica tensión dramática, tristeza e impotencia vital, también los miembros del tribunal, así como el abogado y hermano defensor del marido, Elisha, son tratados desde una mirada que muestra el absurdo de sus convicciones, de su hacer, de su falta de empatía y de la búsqueda incesante del interés propio. El humor sirve para evidenciar un paripé del todo innecesario, la sinrazón de un juicio religioso para la población civil, incluso para los que, como Carmel, abogado defensor de Viviane, al que se le llega a faltar al respeto en la sala, tiene una “sospechosa” actitud atea.

Por si fuera poco, la resolución jurídica, cinco años después, acaba por convertirse en inútil, evidenciando todavía más la idiotez de lo ocurrido, no siendo ni quiera tratado con severidad por los propios jueces, quienes desean más sacarse el muerto de encima que arreglar de manera justa el conflicto. En su último acto, las decisiones puramente humanas se sublevarán contra lo burocrático. Y será por estos momentos, en lo que, engañada o no, Viviane crea que se acerca su liberación, que la cámara hará lo mismo, liberándose de los planos fijos, moviéndose ligeramente en sus escenas finales y tomando vida propia en su final.

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