19 de abril de 2024

Críticas: La serie Divergente. Insurgente

La serie Divergente - Insurgente - PORTADA

Olvide la rima fácil con ‘la serie Divergente’ porque llega Insurgente.

Deje de lado la estrofa ocurrente y complaciente porque Divergente se volvió Insurgente. ¿Diferente? ¿Valiente? ¿Impaciente? ¿Creciente? Escupa su veneno de serpiente, evite hincar el colmillo y diente sino es de la saga creyente. No grite al mundo precipitadamente «’Insurgente’, mándame un nuevo cerebro urgentemente, que ya lo perdí con ‘Divergente’» porque ningún oyente se creerá que repita accidente. En definitiva, olvide la rima evidente y céntrese en el presente. El conjunto queda sintetizado en un corte de pelo que no deja de marcar un impuesto cambio de look y estética. Se trata de pura pose y actitud ante el afianzamiento de un proyecto que desea ser tan pudiente como sugerente. Usted elige quedarse dentro o fuera. Imaginémonos que todo ese envoltorio mercadotécnico —de sagas juveniles y distópicas adaptaciones cinematográficas— se encuentra tras las vallas de ese futurista Chicago. Elija facción o huya del lugar, da la impresión de decirnos ese nuevo reino cuya bandera está compuesta de los colores emocionales del blockbuster. En cierto modo esos cinco perfiles definen el cine comercial actual ocupado en dar vida a esas dicotomías entre el género asignado y su propio significado y esencia. Veronica Roth hablaba de que la agresividad, la ignorancia, el engaño, el egoísmo y la cobardía llevaron al mundo que conocíamos al fin y surgió un nuevo rumbo para conseguir y aunar la paz. El discurso no es nada nuevo más allá de la sugerencia de un punto de partida para la épica con fecha de caducidad.

La serie Divergente - Insurgente - Shailene Woodley, Theo James, Miles Teller

El problema es que los conceptos que defiende La serie Divergente: Insurgente —como implícitamente esa marca de la adaptación actual de sagas de aventuras juveniles— nos lleva a una falta de consecuencia, a una contradicción de esa reiterada diferencia como acto de supervivencia y proclama apasionada. No hay riesgo ni contraste ante esa segregación con objetivo de mantener la paz a cualquier precio. Del mismo modo que sucedía en Divergente, Insurgente es (y se hace) larga pero contraproducentemente repleta de lagunas. Resulta menos cursi pero con una carga dramática impuesta, sin capacidad ya de tatuar a cualquier espectador que no quede atrapado entre el encuadre exigido. Interesa más el análisis desde la concepción actual mainstream de las sagas al servicio de la adolescencia, de esos blockbusters que nunca serán ni siquiera un 1% divergente frente a un pasado cada vez más distante y demoledor. Diferentes generaciones han crecido con Harry Potter pero el futuro se presenta distópico y desolador. Hemos pasado de la succión vampírica de la primera regla (Edward Cullen) al furor y calentón uterino y marujil (Christian Grey). Katniss Everdeen se ha escindido entre Tris y Thomas, entre esas dos sagas que impondrán sus reglas cuando Los juegos del hambre: Sinsajo – Parte 2 finalice su propia revolución. Las comparaciones siempre han sido odiosas pero las adaptaciones cinematográficas de Veronica Roth y James Dashner no eluden la asimilación mediante su rima. El fin de todas esas secuencias fantasiosas y oníricas de Insurgente ya no nos remiten a Matrix sino a la réplica previa de El corredor del laberinto. Cuesta ya diferenciar los roles de Patricia Clarkson y Janet McTeer entre esos experimentos cuyo único estudio y análisis interno es uno de mercado.

La serie Divergente - Insurgente - Shailene Woodley, Theo James

La serie Divergente: Insurgente no llega a la sextina, se queda en su propio y autoimpuesto pareado. Entre la consonancia del blockbuster y la asonante autoralidad, entre esa combustión de cuerpos cayendo y saltando —de bostezos y previsibles secuencias y argumentos con villanos sacados de un manual de clichés—, la cinta de Robert Schwentke trata de aferrarse a su condición de secuela y mecanismo interno de su saga. Las balas atraviesan la propia pantalla aunque desconozcamos su fatalidad al ser incapaces de traspasar nuestras retinas y corazones. Aquí no existe una concepción claramente estética y diferente, declinando sobre el argumento la limitación de una re/e/volución de la heroína por controlar ese terremoto emocional a la que es sometida. Su ira y culpabilidad envuelven su alma por los acontecimientos del anterior film y su recorrido hacia la catarsis no se diferencia del argumento de un videojuego de 8-bits. La metamorfosis, por lo tanto, es netamente superficial, un corte de pelo… ¿y un cambio de profesión? Tris Prior debería abandonar radicalmente su facción (y divergencias varias) y esas ínfulas de venganza para hacerse peluquera. Ese maravilloso y poético cambio de peinado con unas tijeras para cortar matojos—de plantas presumiblemente psicotrópicas— merecía algo más que una sucesión de postales románticas y secuencias de postín para lucir tatuaje y cuerpo; de tarjetas cinematográficas con secretos familiares para introducir nuevos personajes y futuras bifurcaciones narrativas. La intención es que el atractivo y carisma de Shailene Woodley y Theo James formen el catalizador perfecto —a través de sus personajes— para aunar el producto definitivo, la composición que defina ese gran rompecabezas sobre un mensaje de los fundadores de esa sociedad tan ‘tróspida’ y artificial. Que el clímax épico de Insurgente, tras esas simulaciones dignas de un anuncio de detergente, pase porque los ciudadanos de ese Chicago disptópico y futurista salgan a las calles y protagonicen un anuncio de Aquarius no deja de remachar el absurdo de un viaje sinsentido, con nulo equipaje y, al parecer, las mismas provisiones que mollera.

La serie Divergente - Insurgente - Shailene Woodley, Kate Winslet

Apuntes bastardos:

— Cordialidad definitivamente no fuma marihuana aunque la cara de Johanna (Octavia Spencer) diga lo contrario.

— La facción ‘homeless’ es una simulación o parte de los efectos secundarios de los sueros que se inyectan, ¿verdad?

— Sigo sin entender cómo continúan haciendo películas para un target que es incapaz de comprender la supervivencia de los personajes. Cualquier adolescente con dos dedos de frente se preguntará cómo son capaces de substituir sin smartphones, internet, videojuegos, televisión, redes sociales DJs o MHYV… entre millones de razones de peso como el nulo consumo de pornografía. Tal vez el mensaje que extraigamos de todo este asunto es que a esos adolescentes les falta un dedo. O ambos.

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