28 de marzo de 2024

Críticas: Mala sangre

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Poesía en viñetas.

Este artículo podría haberse escrito en el año 1988, el mismo en que se estrenó Mala sangre aquí. En aquella época se debatía mucho acerca de la posmodernidad, tal como la define el diccionario de la RAE y resumiendo su significado, era un movimiento artístico y cultural más preocupado por el culto a la forma, al individualismo y sin compromiso social. También se hablaba mucho por entonces del eclecticismo, de manera errónea, para referirse a obras artísticas, o incluso a películas de carácter heterogéneo. Para ir al grano, muchas críticas de cine, teatro, literatura, musicales y de arte se resolvían con los dos adjetivos: una  obra posmoderna y/o ecléctica. En cuanto a posmodernidad, totalmente de acuerdo en definir así su amalgama de influencias, géneros y resultados. Sobre el eclecticismo, sigo sin saber porqué se usaba tanto, ya que sería más apropiado para la corrientes filosóficas y la película que nos ocupa es más epidérmica que filosófica, aunque en algunos momentos los diálogos tengan esa resonancia reflexiva aunque orientada a los sentidos, sobre todo a la vista.

En su estreno español, Mala sangre se proyectó en salas de versión original. Sí, las denominadas salas de arte y ensayo, como las desaparecidas Alphaville (ahora Golem). Es curioso cómo se conecta todo por azar, porque el film de Leos Carax recogía el testigo de la nouvelle vague en su año de producción, el 1986. Sobre todo de la filmografía de Jean-Luc Godard y films como Al final de la escapada, Pierrot el loco y Lemmy contra Alphaville. De la primera Mala sangre parecía una nueva versión. De Pierrot… extrajo el uso del color y el lenguaje del comic. De Alphaville el cine negro y la ciencia ficción como ambiente más que como género. El acierto de Carax es que cualquier referencia que ofreciera basada en films clásicos servía para hacer avanzar su propia película, no solo para que los espectadores buscaran esos guiños. Bueno, en todo momento salvo en un homenaje a Chaplin que podría haberse cargado en la sala de montaje, aunque sea de apenas dos minutos.

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El resto de la película es pasión, un salto al vacío del romanticismo, en ocasiones con red y en otras con el duro suelo a punto de recibirlo por su osadía. Una narración que podría ser el relato poético de muchas novelas gráficas y comics, escrito en los cartuchos, bocadillos y reflexiones de sus personajes. Porque formalmente Mala sangre late con el ritmo de los tebeos con esos encuadres que desmenuzan las figuras y el paisaje en sus partes. Que escogen con libertad cualquier perspectiva y punto de vista. Que se sitúan en picados, contrapicados, angulaciones imposibles, mezclan texturas visuales más nítidas, más granuladas. Que ralentizan o aceleran el movimiento. Y todo matizado o guiado por las sugerentes superposiciones de los efectos sonoros, los diálogos y la música, esta vez realmente ecléctica, gracias a compositores como Sergi Prokofiev, Benjamin Britten, David Bowie con su Modern love y alguna canción popular francesa. En cuanto a la unión de escenas Leos Carax prueba con el uso de fundidos a negro tan secos y rápidos que parecen los marcos de las viñetas o el paso de lectura de una página a la siguiente en cualquier comic. En su momento los estudiosos y críticos comentaban que había mucha influencia de Hergé y su universal Tintín. Tengo un recuerdo lejano de los libros del personaje aventurero, aunque la esencia del Capitán Haddock, sin su alcoholismo, vertebra la gran actuación de Michel Piccoli o el rol de compañero fiel y doctor ejercido por Hans (el actor Hans Meyer)

Los protagonistas son Max, encarnado por Denis Lavant, un joven rebelde, fuera del sistema, huérfano y con el nihilismo tan común a tantos personajes cinematográficos de la década de los ochenta. La chica de la que se enamora, Anna, una veinteañera Juliette Binoche que le daba todo su atractivo y misterio equilibrados. Y en el tercer vértice de ese triángulo amoroso, la desdeñada adolescente Lise, interpretada por Julie Delpy. Es curioso que ambas actrices, llenas de belleza y magnetismo en pantalla, coincidieran aquí y años después en la trilogía de los Tres colores de Krysztof Kieslowski. Binoche en Azul y Delpy en Blanco. Más sorprendente aún si tenemos en cuenta la importancia del color en Mala sangre, impregnada, manchada o tonificada en todos sus planos por colores básicos de matiz más pictórico que lumínico, con abundancia del rojo, del azul, y del amarillo, siempre limitados con el negro y el gris. Colores que respiran en composiciones geométricas muy cercanas a los cuadros de Piet Mondrian.

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Basta de posmodernidad y volvamos al presente. Mala sangre vuelve a los cines ahora y es una buena oportunidad para conocer o revisar un film rodado con cuidado y planificación estricta. Pero narrado con libertad y caos. Una nueva vuelta de tuerca a ese ladrón de Al final de la escapada personificado en Belmondo, que nos miraba a cámara para dirigirse a los espectadores. Un truhán que se reencarna en ese Max de Denis Lavant, tan arrogante como incapaz de mirar directamente a la gente que le habla y mucho menos al público. Un actor y personaje que se antoja como un nuevo Antoine Doinel de Truffaut, visto ahora con el beneficio de conocer toda la filmografía de Leos Carax. Denis Lavant, un actor visceral, entregado y sobre todo veraz en su interpretación de Max

Aprovechando esta perspectiva que nos dan casi tres décadas tras el estreno del film, es agradable ver cómo se mantiene el buen pulso visual de Carax, un director que pasó de enfant terrible y salvador del cine con tres films, hasta Los amantes del Pont-Neuf. Luego fue repudiado y enterrado por Pola X, una práctica de glorificación y olvido muy común entre la modernidad y otras mentes livianas de la prensa, hacia los nuevos valores cinematográficos (Xavier Dolan, toma nota) Hasta su resurrección con Holy motors, resurgimiento del que, suponemos, estaría tan sorprendido y contento el mismo Carax como nosotros.

Y tanto tiempo pasado da para muchas influencias porque ¿qué sería del estilo visual y de la composición en la filmografía de Pedro Almodóvar sin Mala sangre? ¿No hay mucho del ritmo del comic, la esencialidad y las explosiones coloristas expresivas en la excelente Europa (1991) de Lars von Trier? Y quizás ¿no es un discípulo muy aventajado y capaz de mejorar el estilo en la reciente Güeros (2014) de Alfonso Ruiz Palacios?

Son algunas influencias hipotéticas aunque posibles de Mala sangre, una obra que, sinceramente, no mide su duración y quizás alarga situaciones entre los personajes que necesitaban más ligereza, aunque sea un alargamiento que resulta lógico al contarnos la historia de un enamorado y hacernos partícipes de su candidez y atontamiento. Es un film en el que se disfrutan imágenes que, a pesar de su complejidad y planificación, resultan naturales y fluidas al verlas proyectadas en la pantalla. Es la segunda obra de Leos Carax, un director de cine que, en una sola película, tiene muchos más planos para recordar que las filmografías completas de varios directores prestigiosos.

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