28 de marzo de 2024

San Sebastián 2015: Día 2

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Segunda crónica de Zinemaldia.

Hay dos momentos importantes en Sunset song, la nueva película del director británico Terence Davies, con cuya descripción nos parece que podríamos transmitirles una idea general de por dónde transcurre su metraje. El primero es el plano que abre el film, en el que Agyness Deyn yace entre los campos de trigo justo después del fundido a negro de los títulos de crédito. Esta vinculación entre el ser humano y la tierra (pareciera que nuestra protagonista es una especie de deidad parida por las espigas) será repetida una y otra vez por Davies a lo largo del metraje: la especie cobra sentido en tanto vive en un estado simbiótico con la naturaleza y ésta se completa con la capacidad del hombre (y de la mujer) para recoger sus frutos. El segundo momento discurre casi al final del film, un lento travelling que recorre los campos de Passchendaele, ayer aún fértiles y hoy destrozados por la barbarie de la Gran Guerra. Tocones quemados, barro y excrementos son los vestigios de la ruina del nexo ahora roto. Una ruptura que no sólo agosta los campos sino que también lleva a la locura a los que vivían apegados a ellos. Davies aprovecha esta especie de oda naturista para seguir mostrando sus obsesiones: la corrupción de los vínculos familiares paternos en oposición a los maternos, los malos tratos en ese mismo entorno familiar, la confrontación entre lo masculino y lo femenino, la pasión amorosa y sus obstáculos, etc. en una obra perfectamente reconocible, pese al abandono de lo urbano, en la filmografía del director de Liverpool.

Sunset song
Sunset song

Parece que el cáncer es tendencia en este Zinemaldia y, si ayer vivíamos el primer episodio de esta novela de cine y enfermedad con la Truman de Cesc Gay, hoy tocaba repetir asunto tumoral con la ganadora del Festival de Sundance: Me and Earl and the dying girl. Más allá del tema de fondo compartido, podría resultar de cierto interés contemplar los diferentes medios que usan ambas para desarrollar su discurso: la desnudez formal de la cinta española y este código propio, barroco y autoreferencial, que parece inherente al cine que surge del Festival de Utah. No pretendemos (al hilo de su vinculación con esta Escuela Sundance) desde esta humilde página cuestionar la honestidad de una cinta como la que nos ocupa, no somos nadie para eso, sí lo somos tal vez para subrayar que sin tanto guiño cinéfilo (algo que, paradójicamente, también disfrutamos) y tanto forzar el gesto, quizás el trabajo de Gómez Rejón tendría un recorrido más amplio y coherente. Tampoco queremos decir, entiéndannos, que la película sea olvidable, si es que le quieren otorgar una connotación eminentemente negativa al término, pero nos tememos que en un par de años vamos a tener cierta incapacidad para discernir si aquel personaje tan original y divertido pertenecía a éste o cualquier otro producto criado a los pechos de la famosa muestra de cine comercial independiente USA. Es lo que tienen los sellos…

Me and Earl and the dying girl
Me and Earl and the dying girl

Cerrábamos jornada por todo lo alto con lo nuevo del amigo Álex de la Iglesia, Mi gran noche, y es que este trabajo que une al director bilbaino y a ese mito llamado Miguel Rafael Martos Sánchez empieza ahí, en la cima del mundo, y ya no se baja. Vamos, que si tuviera una enfermedad, ésta sería la hiperactividad desatada. Y todo encaja (o todo podría encajar) si éste fuese un caso aislado, un envenenamiento por simpatía de ese mundo hortera, desbocado, cocainómano, histérico que es la cadena amiga que ya ustedes saben,  pero en realidad lo del caballo sin bridas parece una constante en los últimos trabajos de De la Iglesia. Una acumulación por defecto en la que parece que si no se incluyen doscientas subtramas o si el ritmo de los gags baja de los 30 por minuto, la locomotora deja de funcionar. Lo más curioso del asunto es que estoy convencido que De la Iglesia tenía la película en su bolsillo, lo demuestra ese momento en que un personaje le dice al figurante interpretado por Pepón Nieto algo así como «tú estás aquí para hacer lo que te digan: aplaudir cuando te toca aplaudir, reír cuando te toca reír, besar cuando te toca besar». Sólo ese momento de lucidez, de Berlanga 2.0, de descripción del papel que nos ha tocado representar en esta ridícula España, compensa por la obsesión del director por convertir lo que podría haber sido un hermoso salto del ángel en un excesivo triple mortal y medio con tirabuzón atrás. Lo de la potencia y el control si es que ustedes me siguen la analogía.

Mi gran noche
Mi gran noche

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