28 de marzo de 2024

Críticas: Sinister 2

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Cuando lo más terrorífico es imaginarte que pueda haber una tercera entrega.

En el año 2012, con la primera parte de Sinister, el cine de terror de producción estadounidense se veía revitalizado después de una época de cierta sequía. Aquel film presentaba una intriga típica del thriller en la que, poco a poco, se iba filtrando el terror de carácter sobrenatural. Uno de sus principales aciertos, además de su mejor reclamo, era la macabra concepción de los asesinatos que jalonaban la historia, desvelados de forma inquietante a través de una serie de cintas de Super 8 cuyo mero visionado ponía los pelos de punta y justificaba, sin necesidad de fantasmas, su inclusión en el género. Con la aparición en la trama del personaje de Bughuul —una antigua deidad pagana con pintas de cantante de black metal noruego— el film daba un giro narrativo arriesgado, sacudiendo su coherencia interna, pero finalmente, una vez asimilado el enlace con el subgénero demoníaco, conseguía mantener un pulso firme hasta su perturbador desenlace. A la postre, la imagen de un Ethan Hawke contemplando aterrado, en el desván de su casa, el contenido de esas cintas —de grano grueso, negativo dañado y estética found footage tan realista que parecía diluir los límites de la ficción— se ha convertido en uno de los iconos perdurables del cine de terror del nuevo siglo.

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En Sinister 2 se mantienen los guionistas de la entrega original, Scott Derrickson y C. Robert Cargill, pero el primero abandona las labores de dirección. Su lugar lo ocupa Ciaran Foy, quien hace tres años se dio a conocer, obteniendo discretos resultados tanto de crítica como de público, con Citadel. Lamentablemente, este cineasta no ha conseguido mantener a flote una secuela que arrastra, potenciándolas, casi todas las flaquezas de su predecesora y que apenas logra sacar partido de sus virtudes. La trama de investigación periodística/policial es sustituida por un melodrama familiar que es puro material de sobremesa —con separación, malos tratos y custodias de niños incluidos—, las nuevas grabaciones de Super 8, en su intento de superar el umbral de fascinación del espectador, rozan, cuando no superan ampliamente, el ridículo —la cinta de los cocodrilos es de juzgado de guardia—, y la pericia narrativa del film original, sustentada en gran medida por la muy hábil dosificación de la información a lo largo de la intriga, desaparece aquí por completo. Todo resulta previsible y monótono, y más pronto que tarde hemos de aceptar que apenas encontraremos algún estímulo en este plano compendio de lugares comunes.

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Cuesta creer que los artífices de la primera parte no hayan sabido exprimir la creatividad de la que hicieron gala tan solo unos años atrás, pero éste es, admitámoslo, un drama bastante común en esta industria de las secuelas, las precuelas, los remakes y los spin-off. Sin embargo, cabe resaltar que casi todas las carencias del film provienen directamente del libreto. Sinister 2 no pretende en ningún momento reinventar su franquicia ni aportar una nueva mirada al proyecto original, aunque al menos consigue, en su intento de explotar los códigos que lo hicieron exitoso, mantener una continuidad de tono y atmósfera apreciable. No es motivo suficiente, desde luego, para justificar su visionado, pero el espectador que decida abordar el film por pura cinefagia podrá encontrar un moderadamente funcional producto de usar y tirar para la sesión de terror de una noche en la que no tenga nada mejor que hacer.

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