29 de marzo de 2024

Críticas: Papá o mamá

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La descendencia es un arma arrojadiza.

Francia tiene una fijación particular por la burguesía, ya sea a través del drama o de la comedia. La palabra ya aparecía en una de las obras míticas del director español Luis Buñuel, que, debido a la dictadura franquista, tuvo que firmar uno de sus trabajos mejor considerados en tierras galas. Otro extranjero también aprovechó la predisposición de este país a financiar películas de este corte. Michael Haneke y su Caché (Escondido) (Caché, 2005) puede ser la disección más cruda, contundente y en absoluto expiatoria sobre este estrato social que se haya hecho en el cine. Partiendo de un lenguaje críptico, de sus imágenes se extrae la esencia de la mezquindad, la muerte interior y el mantenimiento de un estatus social que se ha convertido en lo único que realmente importa.

François Ozon [Sitcom (Comedia de situación) (Sitcom, 1998); En la casa (Dans la maison, 2012)] ha desarrollado toda su filmografía en torno a esta temática. Con un tono que siempre trasciende pero que pocas veces se regodea en la densidad, su estilo es más cercano a la comedia contenida, de tintes ácidos y gran sutileza, que coloca la crítica en tercer plano y deja que haga verdadero efecto a largo plazo, cuando el film ya ha terminado. Este autor no se toma demasiado en serio la gravedad de lo que plantea, una manera indirecta de no tomarse en serio a la propia clase media a la que con tanta ironía retrata, como tan bien quedaba reflejado en su última obra, estrenada este 2015, Una nueva amiga (Une nouvelle amie, 2014). Este mismo año también llegaba a las pantallas españolas una comedia francesa pura, de enredo, de las que no necesitan ser sutiles. No molestar (Une heure de tranquillité, Patrice Leconte, 2014) era su título y se centraba en no tener piedad con su personaje principal, un pequeñoburgués estirado, también mezquino y muerto por dentro, y hedonista por evasión. Esta línea es la que sigue Papá o mamá (Papa ou maman, Martin Bourboulon, 2015), aunque lo hace con mejor manejo del ritmo, mayor gusto por lo cómico y sin agotar a su audiencia.

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El debut en la dirección de este realizador arranca en el seno de una familia de clase media que se encuentra en punto muerto. Un matrimonio que no carbura, el piloto automático como modo de vida, el divorcio como solución. Con esta decisión madura y poco habitual en el retrato de la burguesía se inicia la película, en una secuencia que indirectamente deja en evidencia a los casos de similar estatus que prefieren no hacer caso a la evidencia, simbolizadas en la pareja amiga de los protagonistas. Una escena que recuerda a otro encuentro para formalizar una decisión extravagante en ese ambiente, la que se produce en Revolutionary Road (Sam Mendes, 2008) cuando los personajes interpretados por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet anuncian a sus vecinos que lo dejan todo y se trasladan al París bohemio para satisfacer las inquietudes que el estilo de vida de clase media estadounidense no les aporta. Dos escenas que generan incomodidad en sendos receptores del mensaje, para posteriormente demostrar que esta supuesta superioridad moral de los emisores no es tal, lo que desencadena un desglose de miseria burguesa y de, nuevamente, mantenimiento de un estatus social principalmente movido por temas económicos.

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Y es que los protagonistas de Papá o mamá no sólo son pareja, sino que también son padres. La decisión no es tan sencilla cuando hay hijos de por medio, pero lo que realmente provoca el caos son las aspiraciones profesionales ligadas a ese mantenimiento del estatus. El egoísmo se apodera de ambos personajes y la imposibilidad de renunciar a esos objetivos personales provoca el inicio de una batalla en la que la mezquindad convierte a los hijos en proyectiles que lanzar al adversario. Semejante premisa sólo puede ser narrada en clave cómica, como así ocurre, construyéndose a través de lo verbal aunque sin desestimar algún que otro gag visual. Bourboulon aplica un ritmo ágil y liviano para desarrollar un trabajo eficaz que coquetea con la comedia negra y se atreve a cruzar esa línea no dibujada pero tan difícil de traspasar que es la de la violencia sobre los más pequeños. El guion se amolda a los estándares más clásicos y los modelos prefijados, pero el triunfo en la creación del humor es la responsable de que esta cinta, condenada desde el inicio a la indiferencia, alcance el entretenimiento con golpes de sorpresa y más poso crítico del esperado.

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