29 de marzo de 2024

Críticas: Paterson

Paterson (Jim Jarmusch) - portada

Una semana en el motor de un autobús.

¿Qué es la poesía? ¿Dónde habita la belleza o el sentimiento estético que la genera? ¿Qué se necesita para componer y engendrar la luz que la envuelve? Tal vez Jim Jarmusch haya decidido seguir el ejemplo de los grandes maestros del séptimo arte y dejarse guiar por el halo de lirismo que reside en la vida cotidiana e incline sus instintos hacia un retrato sin aspavientos y ninguna clase de efectismo. Adiós al backstory, salvo escuetos elementos descriptivos, y al implícito conflicto dramático del personaje y bienvenido sea el reflejo del tiempo sobre el protagonista y su entorno en las leves oscilaciones que marcan su camino. Precisamente en Paterson el héroe, habitualmente armado con su viejo reloj, se confunde con el escenario desde la propia palabra que describe e identifica al sujeto y al contexto. Revelada tal comunión, el film describe y celebra la poesía que subyace en el día a día de las personas que siguen levantándose cada mañana para dejar apartados sus sueños y respirar cada minuto y suspiro de todo ese tránsito que abarca un nuevo anochecer/amanecer. Siguiendo la crónica de un habitualmente silencioso conductor de autobús, el personaje que interpreta Adam Driver ofrece en sus mecánicas y rutinas los pequeños fragmentos imperecederos de su vida en la poesía que escribe y que ha decidido no compartir con nadie. Jarmusch es obvio que trasgrede tal acto de privacidad para que nos unamos a esos recortes y fracciones del alma de Paterson, que inunden toda la pantalla duplicando en el propio cine e imágenes los versos que va creando su autor. Su pareja, Laura (Golshifteh Farahani), se comporta como una musa que también se ampara en dotar de sentido sus sueños y dar forma a su creatividad un tanto monocromática, detonando los únicos cambios en la existencia alrededor del protagonista.

Paterson (Jim Jarmusch) - Adam Driver

A través de la rutina del personaje nos fusionamos con el mismo siendo testigos de esas pequeñas conversaciones que invaden de vez en cuando su autobús o cómo vive el día a día atravesando su ciudad, sintiendo en todo ese proceso los minúsculos cambios en su transcurso a través de sus interacciones con el mundo que le rodea. A Paterson dudamos que le importen demasiado los problemas personales y familiares de su compañero de trabajo, asimismo esas variopintas conversaciones que se suceden en los asientos posteriores al suyo principal. Él, al fin y al cabo, es el conductor de su propia vida y decide qué sentir y mirar a través de la cristalera que le impermeabiliza del universo. Y cada detalle aquí puede generar una pequeña gran historia como ese buzón de correos o una simple caja de cerillas. No obstante, la visión de Paterson es secreta y sumamente personal, encontrando que otros (como Laura o esa niña poetisa) aportan diferentes fracciones y añadidos a su propio talento, minimizando y mermando incluso sus ínfulas creativas. Pese a su ingenuidad un tanto infantil de confianza en el mundo, Jarmusch nos recuerda que el mal siempre está presente en un sentido indulgente respecto a esos pandilleros que recuerdan y advierten al protagonista sobre los ladrones de perros que operan en el barrio. Paterson, sin embargo, no se deja medrar por esas leves e incluso significativas piedras que se ponen en su camino siendo su bondad netamente innata y empapando la obra de un halo benefactor de la pureza que rodea al personaje. Su sencillez también se trascribe en sus versos sencillos sobre la vida, denotando que sus ambiciones son simplemente dejarse llevar por su traslúcido espíritu. Tal vez la negativa de utilizar un teléfono móvil por parte de Paterson (o negar un espacio para la tecnología) nos remita tanto a un carácter atemporal de la propuesta como de la aprensión del protagonista de conectar con el mundo a través de un elemento que pueda distorsionar tal enlace. Al final de esa semana en el motor del autobús existencial que conduce el personaje que interpreta Adam Driver se siente no todo ha de ser perfecto y que los imprevistos y cambios también determinan el final del camino. Pese a todo, el héroe desea mantenerse fiel a sus principios y justificar así sus propias decisiones, entablando al mismo tiempo un diálogo entre los actos que generan las historias y las anécdotas que sí se atreve a narrar a otros. Posiblemente la imagen que defina Paterson sea la del protagonista viendo en una sala de cine con su pareja La isla de las almas perdidas de Erle C. Kenton, donde se encuentra más preocupado de fijarse en los otros habitantes de la estancia que en el film que está siendo proyectado. En cierto modo, Jarmusch nos anima que nos sumerjamos en esos pequeños detalles que pueblan su obra por encima del componente humano que propone la interpretación de Driver porque, al fin y al cabo, la poesía acaba siendo tan propia y subjetiva como nuestra visión del mundo.

Paterson (Jim Jarmusch) - Adam Driver, Golshifteh Farahani

El director de Dead Man decide conscientemente desprender de cualquier elemento decorativo la vida de su héroe, desnudando su existencia en su rutina y sumándose a esa celebración de la normalidad y los pequeños detalles que componen su existencia. El resto de personajes están también enmarcados por sus propios anhelos existenciales, dando sentido a su creatividad (musical, culinaria, artesanal) como la pareja de Paterson o entablando ciertas conexiones respecto a lo afortunado que éste ha sido en la vida por haber encontrado a su media naranja y que sea correspondido en todo su gran y enorme amor. En el mundo que describe Jarmusch lo simple y sencillo no significa que nos encontremos ante una cinta anodina ni mucho menos intrascendente ya que, por el contrario, la obra está repleta de sutileza, emociones y belleza. No habita tampoco la violencia, pese a existir cierto halo de suspense trágico en breves incisos, más allá de esa apuesta por la teatralidad de a veces se filtra en la vida y los fugaces destellos de los imprevistos que la invaden. Paterson, por lo tanto, desea encumbrarse como un canto existencial hacia la contemplación por encima de los efectos y torsiones que suelen componer el actual cine dramático. Ante la existencia de un conflicto más allá de la propia creación de la poesía, el conjunto bien se pudiera sintetizar en que el mayor antagonista de la historia es un pequeño, indomable, gruñón y humanizado perro. Una vida simple no esconde que se logran grandes logros o que todo se convierta en un acto mecánico y sumamente rutinario, parece contarnos Jarmusch, sino que en todo ese proceso aparece una frágil y delicada capa de soledad que atenaza a todo ser humano. Paterson da la impresión de encontrarse desguarnecido ante el mundo que trata de comprender a través de los apuntes y versos que van dando forma y cubren su inmaculado cuaderno. Sin el mismo, nada tendría sentido en su vida… porque tal vez la película nos hable de la necesidad absoluta del ser humano por trascribir sus sueños, deseos y sentimientos por encima de los mínimos y minimalistas elementos que componen su existencia: una cama donde dormir, una persona a la que amar, un trabajo diario con el que pagar las facturas, un paseo nocturno, un lugar en el que beberse una cerveza y conversar… El director de Sólo los amantes sobreviven no necesita de más relumbrones ni peculiaridades que subrayen su creación más allá de la inclusión de numerosos gemelos; a raíz de plasmar de un modo brillante el conflicto de la pareja por no tener hijos. Esa introducción de los sueños de Laura al propio día a día de Paterson establece en cierto modo la esencia de un film brillante que se sintetiza en esos pequeños detalles que referencias culturales que van poblando su mural cinematográfico. Posiblemente aquella moraleja que desprenda la obra sea que lo mucho que cuesta al ser humano revelar su auténtica alma a otros, promoviendo un claro sentido acerca de los ecos del destino en los encuentros fortuitos con otras personas y lo mucho que podemos aprender de los mismos. Esas páginas blancas, tal y como indica ese poeta japonés interpretado por Masatoshi Nagase, ofrezcan tanto infinitas e ilimitadas posibilidades como ese sentimiento de esperanza para seguir respirando la poesía que habita en cada nuevo día.

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