29 de marzo de 2024

Críticas: Drive

El olimpo del cine negro abre sus puertas a Drive y a su protagonista innominado. Es una película de género y de autor, con rotundos ecos del noir más clásico pero narrada en una clave muy personal. Es cine en estado puro, sonido e imagen tratados de una forma muy específica y siempre volando juntos. No podemos decir que uno de esos encuadres perfectos valga más que el sonido de los guantes aferrándose al volante, ni que el tema de College se sobreponga a uno de esos maravillosos ralentizados, ni que el frío gesto de Gosling nos transfiera más tensión que el incesante tic-tac de un reloj. Lo que acaba por perdurar es la sensación que a nosotros como espectadores nos genera, es un cine que nos narra una historia atacándonos a nuestro centro neurálgico más emocional. Winding Refn se disfraza en ocasiones del David Lynch de Mulholland Drive, en otras del Jean-Pierre Melville de El silencio de un hombre, y finalmente de sí mismo para contarnos esta historia lírica y a la vez brutal.

El plano fundacional de la película, el primero que vemos, nos presenta de forma inmejorable al protagonista: un travelling que recorre un apartamento en el que vemos a un tipo de espaldas hablando por teléfono, ataviado con una chaqueta blanca con un dibujo de un escorpión, su rostro lo vemos deformado reflejado en la ventana por la que vemos la ciudad de Los Ángeles. Solo en esta primera imagen ya tenemos algunos de los elementos más importantes del film: el escorpión que define al personaje y su doblez, su reflejo nos está diciendo que este es un personaje con dos caras, y la ciudad en la que se contextualiza la narración que tiene una gran relevancia.

Realmente habría que detenerse a analizar cada plano de presentación de los personajes, pongamos otro ejemplo: la primera vez que vemos a Carey Mulligan es entrando en el ascensor, Ryan Gosling está dentro con su chaqueta colgando del hombro, ella entra y se posiciona de espaldas, el ascensor sube y el plano se mantiene con un ligero movimiento de acercamiento, hay un pequeño intercambio de miradas, una leve sonrisa de Gosling y mientras, el escorpión interpuesto entre ambos, separándolos. Las relaciones se establecen visualmente, las descripciones de los personajes se realizan por sí mismas, mediante sus acciones. No existen las escenas explicativas de otras escenas, ni de ciertos comportamientos, nuestro único deber como espectadores es extraer cada uno nuestras propias conclusiones de lo que vemos. Es todo un placer ver como un realizador confía completamente en el poder que tiene una imagen, una mirada, un primer plano con un leve gesto que nos emociona…

Por no hablar de los encadenados más bonitos que se recuerdan desde los que realizó Jean-Claude Lauzon en Léolo. Está perfectamente realizada y pensada la sobreimpresión que forman los planos que encadenan, la tercera imagen que podemos apreciar durante algunos fotogramas siempre añade algún tipo de información o conexión entre lugares y personajes. Y por supuesto, la letra de las canciones también realiza su propia función narrativa, en una de ellas podemos escuchar como dice “un verdadero y un verdadero ser humano” en referencia directa al protagonista. La libertad con la que se juega con la música es total, en ocasiones aparece de forma diegética y en un cambio de plano se hace extradiegética, otras veces es al revés o bien simplemente nace de un gesto. No se queda nunca constreñida por la imagen, pero tampoco se sobrepone, es un complemento perfecto a nivel rítmico, es el corazón que hace latir esos planos ralentizados que llenan la imagen de una belleza absoluta. Y es que esta no es una película de acción a pesar de contener dos memorables escenas de persecución que nos pone el corazón en un puño; es un film verdaderamente emocional y sensible.

Una historia que avanza a ritmo de poesía y violencia, dos extremos que se tocan y se entrecruzan a través del personaje del Conductor. La interpretación de Gosling es sencillamente perfecta: no se puede transmitir mejor una violencia contenida tan potente, una frialdad tan a flor de piel, y al mismo dejar entrever su cariz más humano, una parte muy sensible que te obliga como espectador a identificarte con él de manera irremediable, no necesita del diálogo para transferirnos los sentimientos más profundos que recorren a su protagonista. Un romántico, un personaje heredero de los interpretados por Bogart o Delon, que como ellos tiene un impermeable y personal código moral con el que se enfrenta al mundo y a sí mismo, pero todo ello bajo el matiz diferenciable de una violencia descarnada. El resto del reparto también está espectacular, y la altura de sus carreras: Carey Mulligan, Bryan Cranston, Albert Brooks, Cristina Hendricks y Ron Perlman. Cinco nombres muy conocidos y que asumen sus roles secundarios a las mil maravillas, cada uno de ellos es capaz de describir a sus personajes de forma clara y concisa, sin alardes gestuales, transmitiendo veracidad y emoción.

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