25 de abril de 2024

Críticas: El secreto de los 24 escalones

Llega a nuestra cartelera el nuevo largometraje protagonizado por Maxi Iglesias.

Alan Turing, uno de los padres de la informática y cuyo inverso de su Test de Turing provocó el nacimiento del CAPTCHA, dijo que «Si una máquina de comporta en todos los aspectos como inteligente, entonces debe ser inteligente». Muchas veces he pensado que algunas de las combinaciones que nos proponen los CAPTCHAs (de los códigos los Gananones mejor no hablamos…) han de ser resueltas como que no tienen solución. No se trata de distinguir entre máquinas o robots, sino que el propio error y su detección determina la inteligencia: simplemente la respuesta correcta es que no existe una. Digo todo esto porque aplicado el Test de Turing, en su modo inverso, a nuestro universo fílmico el papel de la crítica cinematográfica es el de juez que trata de diferenciar la humanidad mediante la inteligencia de ciertas pruebas a las que somete a las obras que visiona. Las evalúa dentro de patrones técnicos, anímicos y cinematográficos para hallar la inteligencia (emocional) que desprenden y determina si algo debe ser considerado, mediante etiquetas, como un producto para masas (encefálicas), un bodrio, un soslayado error o una obra que desprende humanidad e inteligencia, que enaltece la función de ese séptimo arte realizado por hombres (siempre con ayuda de máquinas).

Realmente el comportamiento de la crítica actual (perdón por generalizar) ante películas como El secreto de los 24 escalones deja claro que parece que seamos máquinas: utilizaremos los mismos chascarrillos y frases hechas, reduciremos en apenas media docena de líneas los motivos hirientes por los que pensaremos que la película de Santiago Lapeira merece ser apedreada sin compasión y nunca debía haber pisado una sala de cine. Y no sentiremos remordimientos ni temeremos la venganza de unos espectros con forma de templario porque para la gran mayoría de la crítica esta película simplemente no es humana: es un objeto destinado a un contenedor. Es simplemente un error de cálculo y ejecución, una entidad torpe que merece ser negada y rápidamente olvidada. La película que protagoniza Maxi Iglesias se convierte en un CAPTCHA que simplemente no tiene solución y que hay que refrescar inmediatamente y esperar a una versión que se desarrolle en verano y en las que sus protagonistas vayan a una acampada nudista, para que admitamos su código.

Dicen que errar es humano y tal vez la filmografía de Santiago Lapeira conduzca a algo (o alguien). Nos encontramos ante una película pensada para un público general, sin más pretensiones de hacer un filme de aventuras para un público preadolescente con algunos actores de éxito en series de televisión y siguiendo la estela juvenil de El internado o Al salir de clase. Definida por su director como un filme matinal, de sábado por la tarde y puramente familiar que trata de reivindicar el espíritu de las novelas para adolescentes e instaurar en España un cine que hemos declinado rodar: ese cine europeo dedicado al público infantil y preadolescente.

Más allá de esa película blanca y de valores protagonizada por cuatro amigos (sin perro), que se encuentran con la leyenda de un cementerio templario en las montañas de los Pirineos, la película fue rodada en catalán y castellano simultáneamente y eso hace que el doblaje quede con un elemento discordante repleto de rellenos impostados. La película retrata una historia ¿muy creíble? en la que un grupo de chicos se va a de acampada, con las la Festa del Foc celebrándose del pueblo de donde parten, para encontrarse con una maldición y una terrible leyenda (en latín). En las montañas se encuentran con un grupo fantasmal de templarios asesinos, unos ladrones de arte sacados de una de Chuck Norris, un profesor ermitaño con caja fuerte y un tatuaje de los phoskitos, pero sobre todo con una leyenda para proteger un secreto que no debe ser nunca desvelado. Se trata de un viaje iniciático para esos cuatro jóvenes con un triángulo amoroso que intenta sostener los tiempos muertos. Nos muestra hechos ¿contrastados? como que los ladrones de arte son muy mala gente, que los templarios fantasmas son muy limpios no dejando cadáveres por medio o que sabían hacer storyboards e inventaron el cómic. Los cuatro protagonistas son, además y al parecer, unos ‘elegidos’: una joven experta en latín, un experto explorador con contactos, otra joven con memoria fotográfica (y zoom) y el protagonista que es experto en estrellas y en ligar.

Rodada a finales del 2010 en Andorra, con un presupuesto de 1 millón y medio de euros y basada en una leyenda que se cuenta en algunos pueblos de Los Pirineos, El secreto de los 24 escalones encuentra en su inocencia y en un flashback, digno de Premutos de Olaf Ittenbach, la sonrisa y carcajada de un cómplice público que no forma parte de su target original. La verdadera película es ver a sus actores en una rueda de prensa intentando explicar sus personajes, porque realmente en El secreto de los 24 escalones parece que todos ellos fueran fantasmas. Maxi Iglesias quiere ser el nuevo Mario Casas, hacer cine con Ridley Scott y, sobre todo, comedia rumana, francesa y noruega. En cierto modo esta película de aventuras se puede considerar una comedia rumana (por su aire low-cost y las risas que produce) con un final (y golpe brutal a nuestras entrañas) muy Dan Brown y una acusación que implica directamente al Vaticano en una terrible conspiración…

Por si fuera poco, la película acaba con el clip dirigido por el propio Santiago Lapeira que protagoniza Ana Torroja y que conforma el tema principal de El secreto de los 24 escalones titulado ‘Dónde’. Carne flácida por debajo del sobaco, sobre-estiramiento facial y los morros de la Torroja en pantalla grande crean más tensión, terror y desasosiego que un grupo de templarios asesinos de ultratumba. Por no hablar de que vemos los mejores momentos insertados en un intricado elemento que ni se le hubiera ocurrido al más inspirado Charlie Kaufman o tal vez sea el final de ese CAPTCHA ilegible. Como dice la canción: «Porque en todo hay un principio y un final / Que nada es eterno menos aquel amor». Dejemos el siguiente punto como el final de ese inexistente principio.

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