19 de abril de 2024

Críticas: El verano de Martino

Nos adentramos en las vacaciones soñadas de un chico de 15 años, en las que no podían faltar la chica y la playa.

El verano de 1980 será siempre recordado en Italia por los derribos de un avión en los cielos de Ustica a manos de la OTAN en junio y el atentado en la estación de tren de Bolonia en Agosto. Entre estas dos marcadas fechas se desarrolla El verano de Martino, la historia de un chico italiano de 15 años que vive el despertar de la adolescencia de la mano de Silvia, la novia de su hermano de la que está enamorado, y Clark, un marine de los Estados Unidos que le enseñará a hacer surf y en el que verá a una figura masculina donde reflejarse.

Martino es un chaval enjaulado en su propia casa, con un padre y un hermano que no saben cómo interpretar sus salidas de tono, sus silencios y su personal falta de interés por todo. Este odio hacia el hogar, provocado por la muerte, no sabemos cuántos años antes, de su madre, hace que Martino pase el día deambulando por el pueblo y frecuentando una playa prohibida (jurisdicción de la OTAN) que acabará sirviendo como punto de encuentro de todos los personajes.

En esta playa es donde se desarrolla toda la acción con el marine americano (Treat Williams, única cara conocida del filme), que es sin duda la mejor parte del metraje. Martino encontrará en Clark a un mentor que le enseñe como afrontar su existencia, y el surf sirve como la analogía perfecta para reflejar las enseñanzas que el americano quiere inculcarle: disciplina y perseverancia. Este hombre será la primera persona en la que Martino confíe tras la muerte de su madre.

Paralelamente vivimos la trama de la historia de amor con Silvia, la novia de su hermano, a la que de manera sorprendente, teniendo en cuenta que Martino es un chavalín con cara de lechuguino y pelusilla en el bigote y ella es digamoslo así, una chica más crecidita, consigue ligarse con la consecuente bronca fraternal. Esta trama contrasta con la del marine por su total falta de credibilidad.

Durante toda la película se entrelaza la historia de Dragut, un príncipe que reta al mar por amor, y que sirve como hilo conductor de la historia, que en ciertos momentos se torna demasiado onírica como para creérsela, incluso para ser un sueño. En palabras textuales de su director Massimo Natale: «No es una historia, sino una fábula, yendo más allá, un sueño común que comparte todo el mundo. Y como en todas las fábulas, la realidad puede no ser aquello que nos rodea» .

Este tono onírico-realista que impregna toda la película es precisamente su punto débil, pues ni los sueños son lo suficientemente oníricos para parecer sueños, ni la realidad lo suficientemente real para parecer verdadera. Y uno acaba por no creerse ni los unos ni los otros, y cuando un director pierde la credibilidad es difícil que no pierda la película…

De todas formas, sólo por la relación entre Martino y Clark y el gozar de hora y media a orillas de la hermosa playa de Puglia, merece la pena echarle un vistazo.

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