29 de marzo de 2024

Críticas: Elena

Crítica de la tercera película de Andrei Zvyagintsev, realizada en 2011: Zvyagintsev se desprende de Tarkovsky.

Las expectativas eran altísimas, tras las extraordinarias El regreso y The Banishment el bueno de Andrei se ha convertido por méritos propios en una de las mayores esperanzas para el cine contemporáneo. Por lo que su tercera película se antojaba como una piedra de toque ¿Mantendría su altísimo nivel? ¿Sería una película fallida? Pues al final ni una cosa ni la otra, digamos que se ha quedado en un término medio. Buena película, de eso no hay duda, pero a Andrei se le debe exigir más.

Lo primero que sorprende es como se ha desprendido drásticamente de toda influencia del maestro Tarkovsky. Siempre que en Rusia sale un director prometedor con puntos de conexión con su cine se le intenta comparar con él, enseguida se habla de un nuevo discípulo. De todos los que han salido en el panorama europeo de las últimas décadas, con excepción de Sokurov, Zvyagintsev era desde luego su discípulo más aventajado, parecía haber captado a la perfección la esencia de su cine. Pues bien, en su tercera película parece haber querido dejar atrás esa etiqueta y ha realizado una película en la que no se encuentra ninguna huella del maestro. En un intento de madurar artísticamente, de seguir su propio camino.

En el aspecto formal, esto se traduce en la casi nula utilización de largos planos secuencia, en un predominio de secuencias interiores frente a la amplitud de las secuencias exteriores en sus anteriores películas y en la sucesión de planos estáticos. Algo que sin duda rompe con secuencias tan puramente tarkovskianas como la que nos regaló en The Banishment, en la que una fuente se rompía y la cámara seguía el curso del agua, ese elemento tan característico de Tarkovsky.

En el aspecto material, quizás el más significativo, se vislumbra en la escasez de simbologías, en la escasez de múltiples lecturas posibles de los acontecimientos que se van sucediendo. Algo que rompe claramente con la profundidad que alcanzó con su opera prima El regreso.

Centrándonos ya en el argumento, la película muestra con mucha frialdad una historia en apariencia sencilla, por lo que es fácil pensar que es una película algo simple. Pero cuando se empieza a reflexionar nos damos cuenta que solo es eso, una apariencia. Andrei muestra una cruda reflexión sobre la Rusia contemporánea, sobre los nuevos valores tras la caída del régimen. Una sociedad podrida que parece dominada por las ansias de poder adquisitivo, de culto al dinero. Todos sus personajes parecen moverse por esos instintos, sin importar su estatus social. La historia orbita básicamente en torno a cuatro personajes:

Los dos principales personajes son Elena y Vladimir, con hijos de matrimonios anteriores, que forman un matrimonio en el que no hay amor, que más bien parece una relación contractual en la que cada una de las partes busca sus propios beneficios: Elena un marido con alto nivel de vida del que aprovecharse para ayudar a su hijo desempleado y Vladimir una criada que haga todas las tareas domésticas y con la que tener sexo esporádicamente. No duermen juntos, no hay prácticamente convivencia, así de crudo.

Como personajes secundarios tenemos, en primer lugar, al hijo de Elena, que vive en una situación complicada. No tiene trabajo y por tanto no le puede dar una educación universitaria a su hijo, al que solo parece quedarle el ejército como salida. Sin embargo no se puede decir que sea un hombre activo, es un parásito que se pasa el día delante de la televisión y que no le importa traer más hijos al mundo pese a que no puede mantenerlos. Un sujeto que se aprovecha de su madre pidiéndole siempre más dinero de Vladimir y esta sumisa acepta ese rol. La sangre es más espesa que el agua. Y por último tenemos a la hija de Vladimir, una bon vivant a la que le han dado todo lo que ha pedido en esta vida y que no muestra ningún interés por su padre más allá de su dinero.

En ningún momento juzga a sus personajes, simplemente coloca su cámara y sus vidas van pasando ante nuestros ojos, todo sazonado con una gran banda sonora de Philip Glass. Quizás el problema radique en que es demasiado lineal, demasiado plana, por ello cuesta entrar en ella, nos queda algo lejana. Lo bueno viene después, cuando uno empieza a reflexionar sobre la historia y va descubriendo que no es tan simple como parecía. Pese a no llegar al nivel de sus dos anteriores películas, las esperanzas en Andrei siguen intactas.

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