20 de abril de 2024

Críticas: Evelyn

La pesadilla de la prostitución en España.

Viviendo en una ciudad como Barcelona, uno siempre se queda consternado ante la doble moral que impera en la Ciudad Condal, donde no se combate realmente la prostitución por muchos discursos vacíos de los políticos (sólo hace falta acercarse a la Filmoteca de Catalunya o caminar por el Raval en dirección a la Escuela Oficial de Idiomas desde la Rambla para tener que ir sorteando como buenamente se pueda a las chicas), ni menos aún se plantean soluciones o se debate su legalidad como forma de combatirlo, sino que más bien se censura su visibilidad. Por publicidad, más que nada.

En esos paseos (todas las mañanas voy a la EOI) uno siempre tiene la duda de si están verdaderamente obligadas o no a ejercer, aunque se tiene la certeza, por las noticias que van saliendo en el periódico, que lo peor suele estar en otros lugares; concretamente en la Rambla por la noche o en los pisos de chinas u otros locales. Y del infierno de esos otros lugares nos quiere hablar la directora. De algo tan español como puede ser un puticlub de carretera, llamados desde hace un tiempo locales de alterne de la misma forma que ahora se dice incursión aérea en vez de bombardear.

Acercarse a un tema como el presente no es fácil. Y no lo es porque normalmente no interesa demasiado y tampoco ha ayudado la visión que se ha ofrecido del asunto, con multitud de lugares comunes y tópicos. Y ojo, no es que dude que pasen las cosas que siempre nos cuentan que suceden entre esas cuatro paredes, pero suelen estar maquilladas con un tufo a denuncia o panfleto y con la idea de remover conciencias de manera harto ingenua. Lo de siempre, un panfleto no debe ser de por sí algo negativo, pero se exige al cineasta que al menos no considere que el espectador es inocente o directamente idiota, porque si no es un desastre que sólo convencerá a los ya convencidos para estar aún más convencidos de sus convicciones (saludos a Mar adentro).

La cineasta Isabel de Ocampo, cuyo anterior trabajo, el cortometraje Miente, ya trataba el tema de la prostitución y por el cual ganó el Goya al mejor corto en la edición del 2008, se basa en un guión ajeno a sus manos para intentar contar una historia huyendo en parte de esos lugares comunes tan clásicos del cine (mal llamado) social español. Y en ocasiones lo consigue, es ése uno de los mayores logros de la peli, aunque nunca consigue desprenderse de la sensación de algo ya visto, contado, explicado y ante todo, conocido. Porque la historia la conocemos, sólo hace falta echar la vista atrás y ver un regadero de películas con la misma temática donde sobresale de manera honrosa la sueca Lilya Forever de Lukas Moodysson. O bueno, sólo hace falta salir una noche por el centro de Barcelona y Madrid para descubrir esa realidad. España (o lo que queda del país al ritmo que vamos) es un país de puteros, las cosas claras.

La directora no se recrea en los sufrimientos ni en las penalidades de la protagonista, e intenta evitar el morbo o incluso los desnudos. Apenas rueda escenas de sexo que se salta gracias a las elipsis y la idea de que nuestra heroína es drogada. Y cuando lo hace, es desde el punto de vista de ella, con repugnancia pero nunca morbo. El espacio juega un papel importante, realmente está rodado como si fuera una película carcelaria y de fugas. Y Cindy Díaz, la prota, es mostrada siempre con dignidad por la cámara, pues se niega a caer en el pozo sin fondo de su nueva vida. Realmente es de agradecer el planteamiento de la obra, donde la chica es engañada y explotada pero donde ella se niega siempre a reconocerse como esclava sexual. El malo de la función, interpretado por Adolfo Fernández, es pincelado apenas mínimamente y con demasiado poco gris, aunque se ve el intento del libreto por querer presentarlo con ambigüedad, cosa que no consigue. No obstante, es un papel que huye de tipo grandote con una sonrisa que pega palizas por un quítame allá unas pajas (chiste malo, lo admito). No le hace falta golpear, todo su cuerpo y acting irradia violencia contenida.

En definitiva, es una propuesta que no molesta y cuyos aciertos están ahí, visibles para todos, pero a la que se le notan más aún sus defectos, como puede ser esa subtrama de la compañera de habitación de la protagonista que termina siendo, aparte de innecesariamente sensiblera, tópica y con un final ya conocido por todos. Y así es buena parte de la obra. Sabemos qué va a suceder siempre y cómo va a evolucionar la obra, y teniendo en cuenta que la directora no juega precisamente a ese conocimiento previo del espectador, se hace tediosa en el peor sentido de la palabra.

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