29 de marzo de 2024

Críticas: La dama de hierro

La industria cinematográfica sigue explotando los filones de los superhéroes y los biopics, la nota de sorpresa es que en esta ocasión estamos ante una mezcla de ambos. Phyllida Lloyd y Abi Morgan nos presentan a Margaret Thatcher como una especie de mesías del Reino Unido, una mujer que salvó a su país de las garras de los laboralistas y cuyas revolucionarias ideas eran incomprendidas por el hecho de ser mujer. La película transcurre en un ir y venir de flashbacks, desde la actualidad en la que Thatcher es una anciana que a pesar de su demencia senil, de hablar con el fantasma de su marido y de pegarle con ganas a la botella, sigue siendo la mandamás de la casa; por otra parte, los tiempos pasados que se refieren a toda su vida, desde sus vivencias en la 2ª Guerra Mundial hasta su dimisión como primera ministra en 1990. Como suele suceder, quien mucho abarca poco aprieta, y el hecho de cubrir un marco temporal tan amplio cae como una losa en la narración.

En cuanto a Meryl Streep, que esté mejor o peor es del todo irrelevante, ya que estamos ante una historia que a priori estaba basada en hechos reales y que finalmente se convierte en una exaltación sin precedentes de la admiración que despierta la figura de la Dama de Hierro en las creadoras de la película. Por tanto, es muy complicado juzgar una interpretación cuando se convierte en un medio más para justificar la incongruencia y para ejercer el panfletismo. Los fans de la actriz apuntarán que ella está fantástica le pese a quien le pese, sus detractores la criticarán concienzudamente, y los que estemos más en campo neutro diremos que su actuación y su nombre, como reclamo a las taquillas, es un vehículo más para un discurso cinematográfico tan incoherente como deshonesto.

El protagonismo que se efectúa sobre Thatcher es tal que devora a todo el reparto, excepto el marido que tiene un peso dramático mínimo y cuya única función es hacer gala del patetismo, podría decirse que no hay más personajes. Solo existe Margaret Thatcher joven, Margaret Thatcher adulta y Margaret Thatcher anciana.  Su evolución como personaje es nula, y su descripción se sitúa entre la inmoralidad y la caricatura. Por un lado, resulta graciosa la caracterización del personaje: una especie de señora Doubtfire beligerante, aderezada con los dientes del personaje de Christopher Walken en Sleepy Hollow y engalanada con unos sombreros de alto standing, a los que tendrá que dejar en el perchero por consejo de sus asesores políticos, ya que eso y su histriónico acento son los únicos impedimentos que no le permitían ser elegida como líder del partido del conservador y primera ministra.

La inmoralidad está presente de forma tan frecuente que es imposible enumerar todas las ocasiones en las que se falta a la realidad, bien sea por la manera en la que están contadas o por el hecho de omitirlas y hacer como si no existieran. Los falaces planos en los que se destaca una y otra vez que es la única mujer en el parlamento, las críticas políticas que recibe solo de carácter machista y nunca contra las decisiones  que toma en sí mismas, las imágenes de archivo de huelgas que hubo durante su mandato usadas para destacar su determinación y su fuerte personalidad… En este sentido, hay que destacar dos escenas, una en la que demuestra su sabiduría económica y justifica las privatizaciones recitando los precios de las distintas mantequillas que pueden comprarse en un supermercado; la otra es en la que podemos verla escribiendo de puño y letra “como madre que también es” a todas las familias de los militares muertos a causa de la guerra de las Malvinas.

Y acabemos con ejemplos de los grandes ausentes: no hay rastro de su relación con Ronald Reagan, ni de su amistad con Augusto Pinochet. Imaginamos que solamente serán unos pequeños despistes. No se puede contar todo, claro…

4 comentario en “Críticas: La dama de hierro

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