28 de marzo de 2024

Críticas: Rock of Ages (La era del rock)

La adaptación del musical de Broadway llega a nuestras carteleras para poner un punto de rock al caluroso verano.

Los ochenta siempre vuelven y esta vez Rock of Ages (La era del rock) pretende recuperar la esencia del rock (para masas) y ubicarla a finales de esa mágica década cuando la MTV y el videoclip dirigían el mandato sonoro a las multitudes. El nacimiento del clip significó el predominio de lo visual sobre lo musical, el nacimiento de productos sensoriales que captaran a las nuevas audiencias y generaciones. No es que Rock of Ages (La era del rock) quiera dar lecciones musicales sino realizar un popurrí de covers de Journey, Def Leppard, Foreigner o Poison, entre muchos otros, con mucho humor que la convierta en un objeto de disfrute sin marcar transcendencia. Ni se va a adentrar en los rincones que gothic y dark que surgieron en los ochenta, como Siouxsie and the Banshees o Bauhaus, ni tampoco va a mostrar paralelismo entre esa estrella icónica que interpreta Tom Cruise (Stacee Jaxx) con la mitificación de Ozzy Osbourne en dicha década. Aquí los pantalones no van a ser de cuero sintético sino vaqueros para triturar con ligeros toques ‘hard rock’ marca Journey un repertorio al que le sobran baladas y estampas AOR.

La idea del musical de Broadway es hacer un homenaje ochentero buscando la intersección del glam rock con la cultura de la MTV que ahora ha quedado en un estado cancerígeno con la explosión de talent shows a lo ‘American Idol’ y la ‘disneycización’ de las nuevas generaciones con High School Musical e hijos bastardos. Adam Shankman no ha cogido nada de la magia que pudiera transmitir el musical y ha traído consigo los peores elementos actuales que le delatan. Shankman es coreógrafo y bailarín, aparte de director y ha dirigido tanto episodios de Glee como la exitosa versión del musical de Broadway de Hairspray y un tufillo a filmografía Disney descubren su lado petardo-pop. No sé si era el indicado para llevar una burla, que busca la complicidad del público antes de que un buen puñado de heavys radicales prendan fuego con sus meados a las salas donde se proyecte -sobre todo después de ver sus resultados finales. Para los más puristas será todo un insulto, pero Shankman ha querido echar el mismo dulce dosificado y la misma marca de laca musical a la cara de los espectadores que en su adaptación del universo que engendró John Waters. Y es que Rock of Ages (La era del rock) le falta maldad y prácticamente le sobra todo lo demás. ¿Y por qué el director de la originaria Hairspray (John Waters) no ha sido el elegido para trasladar a la gran pantalla un guión en el que cada diez líneas aparece la palabra ‘filth’ (indecencia, porquería), afín a su filmografía? ¿Quién mejor podría dar un sentido sucio a algo que lo pide a gritos (de heavy metal)?

La imagen, para que me entiendan, podría ser la de unos canis de La Moraleja (lo siento por los clichés) jugando al ‘Guitar Hero’ (lo siento por la publicidad) y apagándolo para poner un CD de Camela (lo siento por la elección musical). Si encuentra el espíritu del rock & roll en el anterior ejemplo puede que Rock of Ages (La era del rock) sea su película. Cuesta entender que el filme de Adam Shankman pretenda hacer una crítica sobre la construcción de productos musicales y el advenimiento de boy bands del tipo New Edition cuando nos encontramos ante un producto musical y cinematográfico de diseño en toda regla y sin ninguna clase de disimulo.

Realmente la cinta del director de Un paseo para recordar queda resumida en una secuencia que se produce en el reverso del mítico cartel de Hollywood, cubierto de graffitis, entre los protagonistas que han descendido a los infiernos. La secuencia trata de ser romántica con ecos dramáticos pero él va vestido con un look ‘rococó-ochentero’ que invita a la carcajada y anula la seriedad -si es que era pretendida, claro-.

Rock of Ages (La era del rock) parece una broma, una spoof movie del musical que lo origina y que divaga desorientada entre la peor colección de pelucas y looks posibles, la nula química de cualquiera de sus protagonistas (lo de Alec Baldwin y Russell Brand es para hacérselo mirar) y un popurrí de Glee con estética de cartón luminosa a lo ‘Guitar Hero’ y con tramos argumentales a lo Showgirls o Burlesque. Pero su mayor problema es que la animada Detroit Metal City de Hiroshi Nagahama establecía esa dicotomía entre un corazón pop (sueco) y una destructiva e incendiaria alma diabólica metalera, con mayor talento, gracia, encanto y carcajada al otro lado de la pantalla.

Lo único ochentero que desprende la cinta son los ecos del ‘Waiting For a Girl Like You’ de Foreigner, el resto es simple e impostada pose y efecto. Su otro inconveniente con tanta reivindicación ochentera es que más de uno pensará que Lady Gaga tiene su cameo entre una de las innumerables bailarinas. Al parecer, nada ha cambiado en la MTV… ¿Quería hablarnos de eso Rock of Ages (La era del rock)? Lo mejor de la película, simplemente y aparte de Mary J. Blige, es que acaba como Los Soprano.

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