20 de abril de 2024

Críticas: ¿Y ahora adónde vamos?

Nadine Labaki nos trae su nueva película desde el Líbano y tras haber conseguido ganar el prestigioso Premio del Público en el Festival de Toronto.

Su arranque me parece excelente: un grupo de mujeres cubiertas de un manto de luto y negro, de ojos pulverizados por las cenizas de aquellos que han caído y han dejado el paso del tiempo atrás, se dirigen hacia el cementerio. El viaje a ese campo santo lo conforma un camino plagado de dolor que las une, pese a ser  practicantes de diferentes religiones. La procesión forma un conjunto pictórico brillante, un núcleo de aflicción y pasión, de compartir, pese a esas diferencias, un camino conjunto y común que quieren evitar recorrer de nuevo. Han llorado por padres, hermanos, maridos e hijos… victimas del sinsentido y el odio. Ahora, unidas por ese mismo duelo, deciden luchar juntas por la paz… en ese mundo dominado por los hombres y sus guerras inservibles y condenadas a la tragedia. Ese grupo de mujeres forman la primera incursión musical de ¿Y ahora adónde vamos? de Nadine Labaki. El ritmo lo imponen los golpes en el pecho y una extraña coreografía que parece un ritual. La separación y el desgarre de un pueblo y nación queda metafóricamente plasmado en ese excepcional inicio.

Me gustaría saber qué contacto con otras obras exteriores ha tenido la directora de Caramel. Si en su camino se cruzó Lisístrata de Aristófanes, La kermesse heroica de Jacques Feyder, Los jueves, milagro de Berlanga o Amanece, que no es poco de José Luis Cuerda. Pero parece que Nadine Labaki ha creado la obra desde sus entrañas y la necesidad, como madre, de mostrar una historia sobre la defensa absoluta de sus seres amados, condenados a perecer en la estupidez y sinsentido de la guerra y el fanatismo de la religión. Ni siquiera sus inicios en el mundo de los videos musicales parecen plasmarse aquí. En ¿Y ahora adónde vamos? sus instantes musicales son netamente orgánicos con la obra, generando un conjunto vistoso y presuntamente arrebatador sin recurrir a Jacques Demy, Broadway o Bollywood. Este es su inicio, donde prácticamente ya se ha ganado al espectador. Un arranque que conjuga todas las emociones expuestas y exhibidas en el tono de la secuencia que le prosigue. Se trata de la búsqueda cómica (y con riesgo moral) de conseguir una señal de televisión potente para que el pueblo pueda reunirse, como vecinos, amigos y hermanos, a compartir el único contacto que le queda con el mundo exterior, ese mundo que todavía sigue en ruinas.

La película de Nadine Labaki pretende formular una metáfora con un pueblo rodeado de minas y aislado prácticamente del resto del mundo. Podría representar a ese Oriente que ha quedado desconectado y sitiado de Occidente, desde la lectura radical de sus textos religiosos hasta la incapacidad de evolucionar socialmente de ese nudo anidado peligrosamente en su cuello. No es posible el avance si no se es capaz de pasar página y que el individuo progrese por encima de las creencias impuestas por otros. En todo el conjunto inicial observamos la incapacidad de amar y vivir por las escisiones religiosas de los hombres del pueblo. Parece que hay sabotajes similares a los mostrados por Michael Haneke en La cinta blanca que empiezan a aumentar la tensión entre los musulmanes y católicos, pero la directora de Caramel prefiere contarnos otro tipo de historia camuflada de fábula. Es curioso que la autora se muestre mucho más madura que en su ópera prima y tras haber sido madre, dejando ese ‘parón’ entre ambas para cuidar de su hijo. Ahora Labaki se revela como una cineasta que se auspicia en la metáfora para crear un cuento moral y social de repercusiones latentes en nuestros corazones. Pero resulta y despierta todavía una resonancia mayor que comparta año de producción con la fábula sobre la inmigración propuesta por Aki Kaurismäki en Le Havre. Parece que lo aparentemente naif proporciona resortes más trágicos y hondos en los corazones de los espectadores que la documentalización de la realidad tantas veces radiografiada.

¿Y ahora adónde vamos? parece rodada con el mismo tono y puesta en escena sobre tres vertientes y géneros. Drama, comedia y musical se funden en una propuesta valiente e inclasificable capaz de detonar en una stoner movie o producir ecos del llanto al otro lado de la pantalla, de pasar de lo desopilante a lo absurdo, de lo patético a lo poético. Difícil engranaje del que puede salir despedido una parte de los espectadores y sentirse desplazados de la propuesta. El final sobre un sketch claramente de humor ácido, inteligente, netamente negro y que da el título a la película parece un mensaje para el espectador y le invita y propone un debate: «¿Y ahora adónde vamos?». Para aquellos que todavía sigan escuchando en sus oídos y corazones los más de diez minutos con la que ovacionaron a la directora en el pasado Festival de San Sebastián, ya tienen claro su destino.

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