29 de marzo de 2024

Críticas: Grupo 7

Alberto Rodríguez nos transporta a la Sevilla previa a la Expo ’92 a través de un comando policial dispuesto a todo para acabar con el tráfico de droga.

Sevilla. Finales de los 80. El ayuntamiento, respaldado por el gobierno central, se empeña en darle una mano de pintura a la ciudad antes de que se celebre la Exposición Universal de 1992. La limpieza consiste en algo más que en pintar fachadas y arreglar iglesias. Acabar con el tráfico de drogas en el centro de la ciudad es el objetivo número uno. Aquí es donde entra el Grupo 7, nombre que alude a un comando de la policía que, dejando a un lado la legalidad, se hace famoso por sus métodos poco ortodoxos y por sus grandes incautaciones de droga. Las palizas, el chantaje y la extorsión son el pan nuestro de cada día. Es aquí donde Alberto Rodríguez, veterano director de desigual filmografía, nos pregunta: ¿el fin justifica los medios?

De los cuatro componentes del comando, Grupo 7 ahonda en dos de ellos, utilizados de manera efectiva como contrapunto el uno del otro. Ángel es un joven y prometedor policía que aspira a inspector. Rafael, en cambio, es un agente veterano que está de vuelta de todo y cuya irascibilidad solo es comparable con su mala hostia. Rafael ve en Ángel el reflejo de lo que el fue en su juventud y observa con pena y preocupación como este va cometiendo los mismos errores que le llevaron a su propia ruina personal. Las mentiras, las dobles intenciones y los matices entre ellos son lo que hace de Grupo 7 una película a la que al menos merece la pena echar un vistazo.

El film comienza con un tono de película de acción muy made in Al-Ándalus en la que las persecuciones se entremezclan con palizas teñidas de una gran crudeza, lo que provoca un poderío visual creíble y una atmósfera propicia para las grandes gestas cinematográficas. Si el resultado final no llega a delelitar quizás sea por el brusco cambio entre su primera y su segunda mitad, mucho más dedicada a ahondar en las torturas interiores de los personajes y que provoca un bajón de adrenalina del que algunos probablemente no se recuperarán, a pesar de que el director se guarde varios cartuchos para el final.

El elenco es tan dispar que merece la pena hablar de él. Mario Casas, aspirante al trono de sosainas mayor del reino que dejó libre Fran Perea, hace gala durante todo el metraje de su poca capacidad interpretativa. Para más inri cae sobre sus hombres el papel con el arco evolutivo más amplio, un caramelo que puede estar lleno de veneno si uno no sabe saborearlo a su debido ritmo. Encima, como si por sí solo no fuera capaz de dejar en evidencia sus carencias interpretativas, el que le da la réplica es nada menos que el inconmensurable Antonio De la Torre, que crea un personaje con un gran sufrimiento interior a base de gestos prácticamente inapreciables. De la Torre hace de la mesura, del detalle, un arte al alcance de muy pocos. Los secundarios aprueban con nota, sobre todo los otros dos miembros del comando: Mateo (Joaquín Núñez) y Miguel (José Manuel Poga), que ponen la pólvora necesaria para la explosión de Casas y De la Torre.

Grupo 7 es, en definitiva, una decente película de acción con un trasfondo social que remarca más el sufrimiento de la policía que el de los drogodependientes, y en el que todo acaba envuelto por los problemas personales de sus dos protagonistas. Si bien no decepcionará a quién vaya a verla sin prejuicio alguno, no le aventuro buenas críticas entre todos aquellos que opinan que el cine español es un género en sí mismo. Sea como fuere Grupo 7 es, de lejos, la mejor película en la variopinta filmografía de su director.

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