Innecesaria, innecesaria
Bitelchús Bitelchús, la secuela tardía del éxito de Tim Burton, llega en 2024 con un acabado entre la nostalgia de su predecesora y el mundo actual de los influencers, la tecnología y lo animado.
La expectación era máxima con Bitelchús Bitelchús, y asistimos al visionado no sin antes recordar el de la película iniciática de 1988. Y empezamos mal porque lo que en su momento nos pareció un soplo de aire fresco, muy divertida, entrañable, encantadora e inolvidable pasaba a ser algo bastante plomizo, maniqueo, con un humor extravagante que no conseguía engatusarnos.
No tiene Burton que demostrar que sabe contar historias visualmente, es un creador visual con una mirada única, pero no acierta tanto en la construcción de historias, sus guiones devienen en algo completamente ridículo en los últimos años. Personajes estereotipados, llevados a la caricatura con momentos musicales divertidos , extravagantes e inolvidables como ya ocurriera con la película inicial. Vicios que hacen acto de presencia en Bitelchús Bitelchús.
A destacar de Bitelchús Bitelchús el buen hacer de Michael Keaton y quizás de Jenna Ortega, lo que no sé es si esta muchacha algún día actuará o se ha quedado encasillada en el papel que la dio a conocer, en el de Miércoles, como muchacha outsider, enfrentada con el mundo, gótica, nostálgica y en los márgenes siempre. Que está a punto de llevarse todo por la borda por un cuelgue adolescente. Y qué cuelgue. La belleza del joven actor británico Arthur Conti, nos embelesa a todos. Da igual que nos depare una sorpresa macabra en el lado de lo desconocido. Nos habríamos ido con él hasta el inframundo si hiciera falta, en una suerte de Casper del nuevo siglo. Winona no parece recuperarse de su papel en Stranger Things, se ha quedado en el mismo lugar del inframundo esperando un buen chute para reaccionar.
El único que como digo, vuelve con la misma fuerza o la rebasa es precisamente Bitelchús, encarnado por Michael Keaton. Su mordacidad, su excentricidad, hacen de sus apariciones el toque cringe que necesita la cinta. Pero no es suficiente.
Quizás se podría haber contado todo en la escena catártica en una iglesia, con una crítica feroz y divertida contra los modos y las modas de los influencers, corriendo el riesgo de convertir la película quizás en Una boda y cuatro funerales. Yo creo que como broma, ya está bien. Pero me temo que seguiremos viendo secuelas. Con lo bien que se le da a Burton hablar desde el cuento y desde la nostalgia de personajes outsiders como Big Fish o Eduardo Manostijeras, cuando exagera o desata el humor, se le suele ir de las manos. Lo que era catarsis, al final, es esperpento y ridículo.