22 de junio de 2025

El Jockey – Volver a nacer

El Jockey

Volver a nacer

Los festivales de cine, además de mercado, sirven como entorno de resguardo para legitimar y dar sentido a manifestaciones creativas audiovisuales que eligen desoír las normas y convenciones de los largometrajes convencionales. No hay ejercicio mas estimulante que se le pueda ofrecer a un cinéfilo que el de desafiar sus expectativas y engañar tras sus apariencias. Todo ello son cualidades que se le podrían asignar a la singular y memorable película que nos ocupa en esta entrada. Filme que seguramente juegue al despiste con aquellos que acudan a verla por el reclamo de sus intérpretes, y que supone una de las nuevas propuestas más llamativas del cine latinoamericano del presente curso.

Se presentó en la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia, y tras hacerse con el premio de la sección Horizontes Latinos del Zinemaldia llega a salas españolas El Jockey, dirigida por Luis Ortega y protagonizada por Nahuel Pérez Biscayart, Úrsula Corberó y Daniel Giménez Cacho. Un experimento formal tan deslavazado e incierto como estimulante, uno de los desvaríos más gratificantes del cine de autor reciente.

Al igual que su protagonista, la película busca definir su propia identidad durante su recorrido, y experimenta un viaje de renacimiento y transformación para cuestionar lo establecido. Una mirada deconstructora y crítica hacia estamentos podridos de la Argentina del Siglo XXI que se sirve de códigos visuales reconocibles para su mezcla de géneros. Lo que es una evidencia es que nunca habíamos visto un acercamiento a las carreras de caballos tan excéntrico como este. Un cóctel explosivo de persecuciones y huidos edificado alrededor de la enajenación lisérgica, la amnesia y la construcción de una nueva identidad desde el cercenamiento de los cabos sueltos pasados. Una comedia criminal surrealista de cuidada dirección de arte en madera y colores vivos, donde destaca y sorprende el elemento musical de radios y televisores, rasgo que la conecta con Kaurismäki pero con el añadido de la danza.

La presencia de Timo Salminen, director de fotografía habitual de las películas de Aki Kaurismäki, brinda al filme un estilizado y denso acabado visual de tonos ocres, colores oscuros y espacios recargados en su sordidez estática. Un claro caso de forma sobre fondo y divagación libre que amalgama referentes (hasta un guiño a El Padrino tiene cabida) y recurre a imaginarios del siglo XX con insolencia y una energía socarrona que se gana el favor de una bancada crítica dispuesta a perdonar sus irregularidades y frivolidades. Estética fuerte para acompañar un inquietante ejercicio de disolución de los géneros sexuales, tanto en las mutaciones de vestuario y carácter del personaje de Manfredini (Biscayart) como a través de la andrógina y siempre arrebatadora presencia de Mariana di Girolamo.

El Jockey

Aun cuando la totalidad del reparto se entrega física y facialmente al histriónico e impredecible recorrido, el filme se estructura alrededor del lucimiento de un Nahuel Pérez Biscayart inconmensurable. Calvario físico, pérdida y búsqueda de oportunidades y nuevas vidas a espaldas del cerrado entorno ecuestre y las drogas para caballos que se transmite con pocas palabras y un intenso trabajo de la mirada. Hieratismo demente con estallidos intermitentes de violencia nada ceremoniosa y una querencia por la pose rígida para acompañar al portentoso apartado de música extradiegética de la cinta, determinante a nivel tonal.

Las ideas son sugerentes, pero la estrategia de Ortega obedece mucho más al arrojar que al desarrollar o al construir. Las subtramas románticas con Corberó o Girolamo quedan reducidas a pegotes, y las posibilidades dramáticas del infante en gestación quedan reducidas a figura alegórica. Pero si hay un elemento especialmente desperdiciado es el del desconcertante vaquero bigotudo, así como un aprovechamiento limitado del caballo como elemento estético, abandonado en detrimento de los ridículos ropajes de los jockeys.

El Jockey

El realismo no ha de ser un objetivo necesario ni una condición innegociable para la calidad de las películas, pero en este caso la arbitrariedad con la que se recurre a personajes, se les entrelaza en escenarios o se les abandona abruptamente puede ser frustrante. El simbolismo y lo onírico se interceptan y dan la mano en intervalos dispares una vez pasado el accidente principal y especialmente durante su primer acto, y dada las vías de fuga abiertas por ese nuevo Manfredini queda en última instancia la sensación de que la película, de conciso metraje, no ha sabido, no se ha atrevido o no ha querido explorarlas.

Sensual, fresca y desquiciada, El Jockey supone un refrescante y seductor desafío para una cartelera adocenada que empieza a adentrarse en el calor veraniego. La coctelera vaga con rumbo alucinado a un destino nada claro, y muchos encontrarán con cierta razón en esta propuesta una boutade condescendiente. Pero servidor considera que tamaño convicción, personalidad, auto-consciencia irónica y arrojo bien la transforman en una de esas pocas películas notables a recuperar de la por ahora timorata cosecha del 2025.

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