
La soledad del héroe incorruptible
El mundo cambia radical y frenéticamente a nuestro alrededor, y la vejez nos alcanza a todos por igual, pero el infatigable Tom Cruise se niega a darse por vencido y a colgar sus atuendos de héroe. Tal vez la última gran estrella norteamericana, adalid de la experiencia cinematográfica espectacular en sala de cine, vuelve para extender su apabullante baño de ego mediante una nueva entrega de, y esto es ya baladí reconocerlo, una de las mejores sagas comerciales de los últimos 30 años, y por descontado la reina del cine de acción del nuevo milenio.
Contra turbulencias económicas, en tanto la anterior entrega abierta fue una decepción en taquilla, llega por todo lo alto una octava entrega que arroja la casa por la ventana en presupuesto y hace las veces de despedida tributo de la que es, desde hace tiempo, la serie-Cruise. Christopher McQuarrie vuelve a situarse detrás de las cámaras en Misión Imposible: Sentencia Final, segunda mitad de la anterior entrega en abierto, que si bien no alcanza las cimas de otras películas de la serie, garantiza otro espectáculo inmersivo para el que dejarse apabullar en una proyección de altas condiciones técnicas, e intercala en su desarrollo algunas secuencias extraordinarias.
El apocalipsis que se barruntaba en Misión Imposible: Sentencia mortal es ya una realidad, y el mesías atormentado por la perenne pérdida de sus seres queridos debe salvar al mundo aún con el rechazo de su gobierno y demás organizaciones de inteligencia del planeta. La amenaza intangible, esa Inteligencia Artificial conocida como La Entidad, adquiere en esta ocasión cualidades físicas en secuencias abstractas de conversación con esferas azules y planos recurso proféticos de futuros devastados. Por todo esto, es quizás la película con un tono más lúgubre de la saga, también la que está impregnada del mayor sentido de urgencia y de un marcado dispositivo a contrarreloj, que permiten que pese a sus 170 minutos la experiencia exude un dinamismo admirable.

Si bien abrazamos en esta ocasión la abstracción y la fantasía más que nunca, la vigencia del discurso de Misión Imposible: Sentencia Final para reflexionar sobre los espeluznantes peligros de nuestra realidad es muy elocuente. En el océano de grises todas las organizaciones son susceptibles de ser malas bien sea por el miedo o por el egoísmo, por lo que solo queda la integridad de los individuos y la fraternidad y sacrificio del equipo de Ethan para velar por el bien de todos a costa de su propio pellejo. Acto de rebeldía analógico que se siente como toda una declaración política, tan honestas en su transparente ingenuidad que unifican el metraje entre sus dos grandes bloques de acción: una persecución aérea por Sudáfrica y, sobre todo, unos 20 minutos submarinos en IMAX que son ya parte del Olimpo del séptimo arte.
La ambición es el reclamo, pero como pasase con las dos películas anteriores este cierre amargo aqueja cierta hipertrofia. Las casi 3 horas de duración y la escasez de instantes valle o subtramas de resuello, el viaje es tan entretenido como agotador. Tanto la trascendencia del insípido villano interpretado por Essai Morales como las vinculaciones entre personajes resultan arbitrarias, y la insistencia en recalcar la imperativa, a la par que absurda, necesidad de que sea un Ethan invencible el que atraviese todas las penurias físicas en soledad resulta tan entrañable en su ingenuidad como irrisorio. Su empeño en atar cabos dramáticos de largo recorrido con películas anteriores y en dotar al relato de una finalidad climática provoca, un agridulce poso anti-climático, pues resta entidad a esta entrega por su dependencia con las previas.

Las intersecciones cómicas son un refresco tonal más necesario que nunca, pues allí donde otras apostaban por la ligereza esta se decanta por una solemnidad apesadumbrada que flaquea especialmente en sus múltiples y estériles secuencias de reuniones de comités de seguridad militar, amén de la cargante subtrama de una siempre afectada Angela Bassett. Si bien el aspecto meta y retrospectivo era una de las grandes fortaleza de Sentencia Mortal, en esta ocasión se apuesta por integrar material de archivo de películas anteriores como herramienta expositiva tan sobre-explicativa como barata. La iconografía de la franquicia derivó en entregas previas a imaginarios añejos del cine de espías de manera muy refrescante, pero esta deriva conlleva esta vez apuntarse a algunos de los clichés más tontorrones del cine de catástrofes de los noventa.
Crepuscular, explosiva y humanista, Misión imposible: Sentencia final cierra el viaje de Ethan Hunt por la puerta grande con una dosis de adrenalina virtuosa en aras del mesías fílmico. Los ajenos a las beldades de la saga no encontrarán mucho que echarse a la boca, como tampoco lo harán los que ansíen mas miga que el mero escapismo liviano, pero para aquellos que saborean la puesta en escena y las proezas logísticas un nuevo escalón sólido en la escalera cinemática de Cruise será siempre una buena noticia.