15 de julio de 2025

Tres kilómetros al fin del mundo – Prisión rural

Tres kilómetros al fin del mundo

Prisión rural

Nos adentramos en el Siglo XXI pero, sin embargo, muchas actitudes y pensamientos retrógrados se mantienen firmes, y el odio en la convivencia permanece para dispensar injusticias en los ambientes más cotidianos. Sobre estas fobias e intransigencias hacia la diferencia versa la última propuesta de una de las cinematografías más potentes del cine de autor de los últimos 20 años.

Incluida en la Sección Oficia del Festival de Cannes de 2024 y tras pasar a su vez por la pasada Seminci, se estrena en nuestras salas la rumana Tres kilómetros al fin del mundo, realización de Emmanuel Pârvu y con la presencia en el reparto de uno de los rostros reconocibles del cine rumano como es Bogdan Dumitrache. Una propuesta intensa y crítica que no supone ninguna innovación en la fórmula del cine rumano reciente pero que reafirma la solidez de sus mecanismos aún hoy, en el que es uno de los dramas más potentes de este 2025.

Poniendo el foco en un ambiente micro, Pârvu propone una inmersión desazonadora en un ambiente opresivo de violencias larvadas. Una disección pausada de un ambiente tradicional de pocos personajes donde el escrutinio intenso al que se se someten desvela gradualmente unas dinámicas tóxicas de manipulación que envuelve tras una fachada de armonía comunitaria a unos agresores impunes. El mejor drama social se consigue apoyado en la sobriedad del guion y en la capacidad de explotar sus conflictos sin recurrir a efectismos ni a simplismos crueles.

El virado consensuado e implacable de la percepción de Adrian como víctima a culpable impulsa el recorrido firme y depurado de este drama familiar en espacios cerrados. No llegamos a conocer demasiado a Adrian pero el filme logra ponernos en su piel y transmitirnos su soledad y ausencia de escapatoria, en particular con una dolorosa e irreconciliable con una madre destruida que mucho antes priorizará la preservación de su orgullo que llegar a entender a su hijo. La estructura narrativa que deriva, intercalado por las revelaciones sibilinas de vecinos, policías, curas o alcalde, en acorralar a Adrian, sumirle en la impotencia y someterla a vejaciones retrógradas propias de otro siglo despiertan en el espectador una furia pocas veces igualada en la cartelera en tiempos recientes.

Tres kilómetros al fin del mundo

Habitual en el cine rumano, la planificación en tomas largas alrededor de los personajes permite un realismo con el que no está reñido una clara visualización de acciones y espacios en imágenes con volumen, donde el espacio juega un papel predominante marcando el tono de la tragedia y reforzando el escrutinio inmisericorde de un Adrian incomprendido. La cámara se detiene siempre a la distancia más adecuada para el mayor efecto dramático, y se desplaza siempre con una eficiente invisibilidad que sumerge al espectador en una diégesis tan ineludible como la vida misma. Plano secuencia, sequedad sonora y violencia verbal, los tres pilares de la cinematografía rumana que vuelven a reunirse aquí.

Aun cuando la solvencia técnica de la puesta en escena es innegable, queda claro a los pocos compases que nos encontramos ante otro de esos filmes de tema, con deje hacia un cierto didactismo. La agenda social y la denuncia a la homofobia y su correspondiente discurso del odio acaparan el foco en detrimento de mas pliegues, ambages, subtramas o fugas expresivas. Esto conlleva que nos encontremos ante un filme potente pero también un poco plano, donde tan solo los apuntes de humor costumbrista en el retrato de la comisaría entran a proponer rasgos de ambigüedad y paradoja patetoide.

Tres kilómetros al fin del mundo

En su abanico de personajes, es inevitable que como espectadores echemos en falta un mayor grado de grises y caracteres velados. La pareja de padres resulta tan intransigente como simple, y pese a acompañarle en su dolor o desear su salvación jamás llegamos a conocer demasiado a Adrian. Incluso su deseo y pasión se nos es negado, impidiendo otra interpretación por nuestra parte que no sea un juicio categórico en contra de la violencia institucionalizada de esta aldea.

Cruda, expeditiva y demoledora, Tres kilómetros al fin del mundo es uno de los ejemplos de músculo narrativo más irreprochables de los últimos meses. No ofrece sorpresas ni deslumbra tanto como otras compañeras de su cinematografía han logrado en los últimos 20 años, pero los rasgos de estilo de su escuela, lejos de estar agotados, siguen ofreciendo alegrías en el anquilosado espacio del cine de autor.

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