Deseo fantasmático

No pillará desprevenidos ni a propios ni a extraños que, gusten mas o menos, el cine español se encuentra en un notable momento de forma en cuanto a volumen de producción y, porque no decirlo, calidad de un buen puñado de títulos cada año. Sin embargo, tanto los Goya como los diferentes premios que se reparten en primavera (un número en aumento) suelen fijarse siempre en las mismas películas, quedando habitualmente en la sombra todos aquellos trabajos independientes que no estén respaldados por un intérprete o realizador de renombre. Es para solventar este déficit donde la labor de los críticos, prescriptores culturales y festivales se torna crucial, motivo por el cual es para este crítico un honor aportar su granito de arena para visibilizar esta joya oculta. Una ópera prima premiada en Venecia y aplaudida por la crítica en su paso por la sección Zabaltegi del último Festival de San Sebastián, pero estrenada aún así de tapadillo y con una permanencia en salas de apenas tres semanas. Tras cortometrajes tan sugerentes como La nostra habitació, el jovencísimo director catalán Jaume Claret Muxart se prueba con el largometraje Estrany Riu. Una notable fábula, con una delicadeza y finura de una complejísima sencillez.

Pocos minutos son suficientes para que el espectador lo tenga claro: nos encontramos ante una película en la que pocas palabras bastan. Aquí lo que gritan son las miradas y los silencios. Un relato presentado desde los ojos de un niño, que habita su propia y solitaria entrada en la edad adulta. Un coming of age con especial detenimiento por el estallido del deseo. Deseo, en este caso, homosexual, incomprensible sin el cuerpo o, sobre todo, la carnalidad de los labios. Un cuento estival sencillo y de apariencias cotidianas, en el que por la campiña francesa hacen falta pocos escenas para sumergirnos (término especialmente apropiado para esta película) en los afectos, dinámicas y recelos de los cuatro miembros de este núcleo familiar ambulante. Un padre sereno pero crítico e inmovilista, una madre activa pero desoída en sus inquietudes como actriz…y, ante todo, dos hermanos con cuerpos en transformación, cuyo afecto compite en intensidad con sus celos y confrontación física constante. Masculinidades en duda y cuestionamiento, personalidades aún por moldear. Road-movie en bicicleta por los campos, pasión gestándose en el interior.

La familia respira verdad y calidez, pero el mayor activo es la fotografía en fotoquímico del filme. Excepcional en su faceta cinemática y, especialmente, en su retrato de los ambientes y texturas de un río capital tanto desde la literalidad de la naturaleza como a nivel lírico y simbólico. Un universo sabio y distante en su cercanía, de soleados reflejos y reconfortante frescor al nadar en él, hoja de ruta del viaje a ninguna parte de un protagonista cuyo mundo ya no podrá volver a ser el que era, y en el que pese a que sus padres le acompañen, deberá viajar solo. Su deseo es único e intransferible, y debe de ser conocido y aceptado con autonomía. La naturaleza y su belleza inmanente fluyen de la mano con la naturalidad espontánea del cariño y la curiosidad corporal, y la necesaria presencia y aceptación paterna es tan lógica como pertinente es la necesidad de dar este paso sin ello. Difícil transmitir este estadio de manera mas bella, respaldado en una escena de descubrimiento capital por el Adagio del concierto en Re Menor de Bach, pieza reivindicada y capital en la también excelente Ondina de Christian Petzold.

Estrany Riu
Estrany Riu

Pero es en su tercer acto donde el hechizo formal del filme se consolida, apostando por un encuentro simbólico que seguro desconcertará a algunos espectadores con su bendita ambigüedad. La incierta figura del amante solitario y su barco, así como su cita y escapada nocturna, quedarán lo suficientemente brumosas como para que el espectador decida como posicionarse al respecto de este pasaje fantasmático. Tras dos tercios familiares donde esta presencia deseada apenas se vislumbraba, se hace carne para tocar y sentir con nuestro protagonista en un tramo de ensueño cuya enternecedora naturaleza universal, abstracta y naïf hicieron las delicias de este madrileño.

Para bien o para mal, Estrany Riu es una película pequeña, ensimismada en sus gestos estilísticos y quizás algo simple en su descripción de personajes. El metraje esconde una misteriosa escena políglota con un encuentro también simbólico y/o imaginario para describir las vidas pasadas abandonadas como actriz y artista sumamente evocadora, pero más allá de ella poca profundidad se le da a la familia, incluido un Dídac tan magnético en cámara como parco en palabras. Es una película sencilla de comedidas ambiciones discursivas, motivo por el cual a muchos se les podrá quedar corta.

Contemplativa, sensual y misteriosa, Estrany Riu se desvela como el debut patrio más convincente a nivel formal del último lustro. Una experiencia visual y sensorial honesta y evocadora, con un trabajo alrededor de la piel y el desconcierto juvenil que implicará a jóvenes y a adultos, a propios y extraños. Película quizás que sabe a poco, pero que evidencia un control de los ingredientes como solo es posible encontrar en el Cine de verdad.

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