30 de abril de 2024

AFF Sección Oficial: Las marimbas del infierno

A principios de este mes se iniciaba el Atlántida Film Fest. Desde hoy, en Cinemaadhoc os ofreceremos una retrospectiva completa sobre su Sección Oficial. Empezamos con Las marimbas del infierno, film de apertura.

Si la belleza no está reñida con la fealdad, la marimba puede sonar e incluso verse infernal, es cuestión de proponérselo. Los resultados aquí.

Es un documental, pero no. Es más bien una escenificación de los hechos, representada por los mismos que lo vivieron. Actúan pero no aparecen actores. Si un viejecillo se sentara al sol de media tarde a contar lo que a estos hombres les sucedió, tampoco daría el mismo resultado. Es todo impostado, pero no cabe duda de su realidad. Es como las marimbas, que algunos recuerdan como sonaban, incluso las siguen admirando, pero no encuentran un mínimo interés por revitalizarlas.

Un retro-documental con nacimiento, al mostrarnos una grabación prevista para otra película del mismo director, Julio Hernández Cordón, que por amenazas reales nunca llegó a incluirse, pero que dio pie a este utópico infierno. Todo tiene un porqué y el protagonista, Alfonso, se alimenta de su círculo vicioso, vive por y para su instrumento, una marimba pesada y poco manejable que le acompaña allá donde va, pues es su medio de vida y aún así su primer motivo para sufrir penurias y hambre. El folklore es lo que tiene, queda bien, suena mejor, pero resulta desfasado hasta en su propio hogar, Guatemala querida.

Personajes apáticos y de movimientos simplones, sí, pero con una buena orientación que difundir en la historia, que tiene su gracia, pero sólo porque nos reímos tanto del mal ajeno como del propio. Incluir el sonido de una marimba en un grupo heavy. Que el heavy alfa sea un médico melenudo. Que el nexo de unión sea un joven con chándal rojo y luces algo trilladas. Que todos vivan con integridad esta suerte de proyecto.

Julio Hernández Cordón tiene su propio estilo para narrarlo, relajada y vista al frente, los detalles enmarcados demuestran al espectador que ver la vida pasar es una ceremonia compartida. No hay excesos, sólo grandes dosis de soledad en espacios amplios y personajes surgidos de la nada que dan ese toque atópico a la aventura.

También se descubre ese afán por exagerar los resultados para dar vida a las consecuencias (para todo aquel que vea la película una palabra servirá de referencia, «tiritas» -guiño, guiño-), que pocas veces salen de la cámara fija, que encuadra un rasgo y el infinito para dar esa amplitud perturbadora de la ironía de respirar.

A veces es inexplicable certificar cómo se ha llegado a un punto extremo a partir de la idea inicial, la que ves en tu cabeza, con la que te ilusionas y que cuando compartes entre otros entusiastas es la bomba, pero que si la intentas llevar a cabo nunca queda igual como cuando habitaba en tu cerebro. Humanos errantes, lo de siempre pero retratado con lentitud y buen gusto, las risas las traemos de casa.

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