30 de abril de 2024

Críticas: Wild Rose

El desencanto del estrellato.

¿Hay sueños imposibles? Se acostumbra a afirmar tal consideración, aunque siempre aparecen y existen brechas de ilusión y esperanza ahí donde menos se esperan. Para Rose-Lynn, una joven de extra-radio de Glasgow, su sueño es viajar a Nashville y triunfar en el mundo de la música country, lograr el estrellato y triunfar como cantante. La vida nunca le ha sonreído, su casuística siempre ha tratado de coartarle cualquier anhelo que sobrepasara los límites de su ciudad. Sus responsabilidades también se incrementaron de forma muy temprana, pues a sus 23 años ya es madre de dos hijos y ha pasado doce meses en la cárcel. Wild Rose se construye alrededor de una amarga fábula sobre el poder redentor de la lucha personal y la toma de consciencia de un entorno hostil, pero infinitamente gratificante.

La película arranca con Rose-Lynn saliendo de la prisión al cumplir su condena y desde buen principio queda latente que Tom Harper aspira a ofrecer una especie de cruce entre Ha nacido una estrella (o Rocky, para no citar un referente musical) y el cine social de Stephen Frears. ¿Alguien dijo Billy Elliott? No es baladí, reminiscencias de todas ellas hay. Denuncia social, seña de identidad del cine británico, sin el aleccionamiento del Ken Loach de los últimos años y con una mirada más honesta y verosímil en torno a la historia de búsqueda del éxito de la que suelen proponer producciones hollywoodienses de temática similar. El cineasta londinense ha logrado conjugar notablemente las dos vertientes y dibujar un estudio desencantado de las Ítacas conquistadas y convertidas, en cierto modo, en la peor pesadilla.

Ahora bien, en última instancia, esa consecución del sueño no es más que la enésima lección que la vida pone en bandeja para poder acometer los verdaderos y prioritarios quehaceres. Rose-Lynn se muestra inquebrantable en su deseo de viajar a Memphis, ya sea engañando, relegando a sus hijos o aprovechándose de la bondad de compañeros y familiares. Todo son vallas que derriba como si en una carrera de fondo en la pista de atletismo fuesen quedando detrás de ella, caídas por sus golpes. La meta es alcanzable, pero quizás la prueba es más bien una carrera de relevos en equipo. Es así pues una oda al amor, el respeto y el perdón. No hay rencor ni miseria en esa renuncia, al contrario, Rose-Lynn toma consciencia de su porvenir desde la felicidad más reconfortante, pero con la angustia y las ganas irremediables de enmendar los errores (poner en su sitio esas vallas).

La guitarra, los acordes, los sonidos y, por supuesto, la voz de Rose-Lynn. Estos cuatro elementos son en cualquier caso el motor del filme. El country surgido de las entrañas y vocación de una joven tan ilusionada como desesperanzada por su restricción social. Todo plasmado en el rostro y el chorro de voz de Jessie Buckley, una actriz en alza que ha brillado estas últimas semanas también en la excelente miniserie de HBO Chernobyl, y que en su primer gran papel en el cine se revela como una de las mejores intérpretes de la nueva generación. Ella es la salvaje Rose del título, su carisma, sus contradicciones y su versatilidad inundan la pantalla. La película crece con las escenas musicales donde Jessie está soberbia. Wild Rose está plagada de lugares comunes, pero su reflexión sobre el desencanto del estrellato es más plausible y potente que en producciones similares y menos reconfortantes a nivel artístico. Una pequeña sorpresa que nutre con sus numerosos aciertos una cartelera veraniega más bien discreta.

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