29 de marzo de 2024

Críticas: De cintura para arriba

Gianfrancesco Lazotti dirige una historia de amor entre un condenado y una joven en silla de ruedas.

Me resulta muy complicado escribir algo positivo de una cinta como De cintura para arriba de Gianfrancesco Lazotti porque tal vez contenga los peores tics del drama romántico con avanzadillas cómicas. Si reviso su esqueleto veo un montaje con títulos orientativos muy cronológicos que no sé si imitan a Guy Ritchie o tienen una clara vocación de telefilme vespertino para que ninguna maruja se pierda entre cado ronquido y la posterior y breve reanimación de la siesta. Si palpo su piel siento el tacto de una historia que pretende reinterpretar Cyrano de Bergerac, en versión silla de ruedas, con un drama carcelario en el libreto. Nada en ella me parece poético sino patético. Tampoco ese germen me resulta interesante ni mucho menos atrayente. Según el director y guionista es una historia basada en hechos reales pero nada de lo que les ocurre a Katia, Danilo y Rosalba me parece creíble y, por lo tanto, emocionante. Me siento atrapado, durante su breve metraje que no llega a la hora y media, en una prisión de la que el director ha tirado la llave a un acantilado a los primeros quince minutos de película.

De cintura para arriba cuenta la historia de amor de Katia, una joven impedida por una distrofia muscular que no volverá a caminar, aunque tiene cierta dependencia gracias a un vehículo y la ayuda de su amiga Rosalba. Katia no conoce el amor y no quiere dar pena por su invalidez mientras que Rosalba está enamorada de un preso condenado por asesinato, Danilo, aunque se ve incapaz por su carácter (e inteligencia) de establecer una correspondencia amorosa. Ahí aparece la figura de Katia, que crea a lo Cyrano de Bergerac una conexión a golpe de cartas muy románticas con el desconocido macho y criminal italiano y decide continuarla una vez que su amiga Rosalba zanja dicha relación por su carácter infantil, impulsivo y su incapacidad de alargar sus aventuras romántico-sexuales que la hacen cambiar de novio como de bragas. Podría ser sumamente interesante que en tiempos en los que el correo electrónico, los 140 caracteres, el casi muerto SMS y, sobre todo, el WhatsApp han tomado el control ‘romántico’ de las nuevas generaciones (y de nuestro mundo real y diario escrito por pulsación y no por contacto) un filme reivindique el uso del papel y el Bic. Algo intensamente esperanzador. Pero el director parece apartarse de hacer una revisión de un amor imposible y de leyenda a través de cartas a lo Abelardo y Eloisa en versión almodovariana-carcelaria con una impedida de la periferia y un recluso asesino aspirante a Mujeres y Hombres y Viceversa. Esa supuesta historia romántica y apasionada que pretende demostrarnos que no existen límites (ni impedimentos) cuando nace y surge el amor es resuelta finalmente por el contacto visual ante la imposibilidad del cineasta y la propia protagonista de explicar la situación con palabras. Es decir, dime de lo que presumes y hago una cinta romántica de bis a bis y con luna de miel.

De cintura para arriba tiene una clara vocación de popurrí teatral que alterna con el alterne y el pezón, propiciados por tener a su protagonista en slip durante gran parte del metraje. Se trata de un asesino presidario con look metrosexual y que frunce el ceño para pretender ser criminal aunque parezca un trozo de pan hormonado. No sé quién les ha dicho a estos chicos, que van de sex symbols lozanos por la vida como el popular El Duque, que la barba de unos días es lo más sexy cuando los otros metrosexuales del panorama internacional anuncian maquinillas y hojas de afeitar. ¡Qué se pongan de acuerdo o hagan simposios de nenazas donde se trate la depilación del glúteo pero que nos dejen en paz al resto de homo sapiens! Al menos de cintura para arriba. Y hablando de cintura para abajo… no veía hacer el amor en calzoncillos desde las películas del destape, normalmente protagonizadas por Andrés Pajares, y me ha llamado poderosamente la atención semejante oportunidad perdida. Joe D’Amato o Tinto Brass hubieran sacado una suculenta tajada erótica del material porno-dramático que proporcionaba esta historia. Además, el sexo en silla de ruedas está poco explotado y es una realidad tal y como nos mostró el imprescindible documental (y nominado al Oscar) Murderball. Gianfrancesco Lazotti parece más obsesionado de agradar con una bienintencionada y humilde comedia romántica con sus tanteos dramáticos con personajes sin demasiadas aristas. El amigo guarda del protagonista, el odioso antagonista o la mejor amiga cantarina (y un poco zorrilla) no ofrecen demasiados alicientes. Tal vez todo sea cuestión de aprender a silbar y dar la voz de alarma: no se acerquen a esta película previsible, sin lorza y con calzón.

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