29 de marzo de 2024

Críticas: Declaración de guerra

Declaración de guerra de Valérie Donzelli llega a nuestra cartelera, con varios premios principales en el Festival de Gijón y 6 nominaciones a los Premios César.

La deconstrucción y descontextualización de la épica y, por lo tanto, de cualquier carga dramática ha sido objeto de interesantes y sencillos experimentos. No hace falta ningún recurso elaborado salvo una secuencia que haya hecho historia a través de la heroicidad y el recuerdo cinematográfico y añadir un horrendo cover con una armónica o flauta a mano o desmano (mejor que a máquina). En la X edición de Notodofilmfest se ha presentado uno de los cortometrajes más sencillos y al mismo tiempo efectivos trabajando sobre la descontextualización de una tragedia. En Funny Webcam Effects de Néstor Fernández, un plano fijo de una webcam y un efecto que propicia la misma desfigura una noticia trágica para convertir su efecto en algo cómico. Pero Declaración de guerra, película autobiográfica encarnada por sus propios protagonistas reales y también actores de la ficción, desvela una corriente prácticamente inédita en tiempos de perfección de la comedia dramática con Los descendientes de Alexander Payne o revisiones indies y sumamente inteligentes de Love Story, como en el caso de Restless de Gus Van Sant. El material que maneja Valérie Donzelli es, por el contrario a todas las propuestas anteriores, una historia de amor condenada y atada, cual cuerpo atado a una pesada ancla, a la tragedia desde la grave enfermedad del hijo que comparten ambos. Una tragedia que les amarra imponiendo su historia de amor como única salvación y sacrificio para salir a flote.

En el póster de Declaración de guerra me parecen desfigurados, en cierta manera, sus actores principales. Ni Jérémie Elkaïm ni Valérie Donzelli se presentan en ese instante congelado de efusiva felicidad como ellos mismos, entre esa juvenil iluminación e irradiante despreocupación. El mérito de la propuesta, no obstante, es no ser ni una comedia ni un drama ni mucho menos una comedia dramática. Los elementos cómicos y musicales están tan bien incrustados en la narración fatalista de los hechos que parecen parte de los efectos etílicos y etapas de una borrachera: desde la exaltación de la amistad y la celebración del momento a la resaca y la depresión cuando la evidencia se hace cada vez más palpable. Parte de esos elementos es tener cierto aire godardiano y de nouvelle vague con personajes que parecen narrar su propia historia desde la voz en off de otros. Como si fuera, al igual que la historia de Romeo y Julieta, algo universal y se nos contase la misma tragedia desde diferentes narradores sin poder evitar la condena impuesta por el destino. Como si la misma película se mirase en un espejo y se entendiera como tal.

Ese destino nos es mostrado desde su arranque y credenciales narrativas y cinematográficas. El interés de la cinta de Valérie Donzelli reside en mostrarnos sus cartas desde su presentación. Sabemos que el hijo de Romeo y Julieta, Adán, sigue vivo y su estructura parece incluso clásica con un gran flashback que desvela dicha baza dramática para restar suspense y centrarse en la historia de amor que cuenta. Porque realmente Declaración de guerra nos narra, aparte de ser una dedicatoria a la sanidad pública, la historia (musical) de dos enamorados y un amor, a golpe de post-punk, a primera vista y flechazo inmortal con lanzamiento de proyectil ‘cupidiano’ en formato de fruto seco. Ellos son conocedores de su destino de antemano y saben que sólo los dos pueden enfrentarse a él. La descontextualización del drama y la tragedia, de este modo, se realiza sobre referencias claras del mundo del clip, la chanson, el decibelio y la vertiente musical de Jacques Demy. Ante una noticia trágica, por ejemplo, la explosión de tristeza es apagada por un instante que podría figurar en Hanna de Joe Wright cambiando a The Chemical Brothers por Yuksek. La vertiente lacrimógena queda enterrada por un viaje a la madurez de sus protagonistas entre la contención, la efusividad y la proeza de acabar un maratón del que se desconoce su recorrido y duración. Con toda la riqueza sonora disuasoria el drama queda conducido al intimismo de una pareja que tiene que sacrificar aquello que aman por aquello que más quieren en el mundo. Como en toda guerra, con batallas ganadas y otras perdidas, hay víctimas. La tragedia y la condena del vil destino hacen que aquellos que se convierten en héroes tengan que sacrificar algo a cambio. Valérie Donzelli quiere hablarnos, desde el optimismo, sobre la destrucción de la entereza de las personas, como una pareja de ave fénix, que renacen de sus cenizas aunque regresen a los cielos en solitario mirando al sol de cara… en un nuevo día y horizonte dejando atrás, pero no olvidando, el ayer.

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