19 de abril de 2024

Críticas: Margaret

Anna Paquin protagoniza la largamente esperada nueva película de Kenneth Lonergan.

A la hora de enfrentarse a Margaret es muy complicado no tener en cuenta sus circunstancias extracinematográficas. Rodada hace ya siete años, es un proyecto que se ha ido topando con diversos problemas financieros así como con la quijotesca resistencia de su director Kenneth Lonergan –cuyo anterior trabajo, You Can Count On Me, data del lejano 2000– a ver recortado el metraje inicial de más de tres horas, hasta lograr ver la luz en una versión reducida gracias a la ayuda de Martin Scorsese y prácticamente con la etiqueta de película maldita. El montaje que llega ahora a las salas terminó siendo de dos horas y media, y aun así se antoja difícil no preguntarse de antemano los porqués. Es una propuesta totalmente inusual, mal acostumbrados como estamos a que duraciones tan largas estén habitualmente reservadas a espectáculos vacíos por completo. Lonergan, a pesar de los recortes que al final se dejan notar en un montaje seguramente demasiado abrupto, hizo la película que quiso, ahondando sin reparos en el incierto retrato psicológico de la protagonista y los que la rodean. Y eso hay que elogiarlo incondicionalmente.

El punto de partida resulta alentador en relación con este propósito. En el Nueva York más inmediatamente posterior a los atentados del 11-S –hay que recordar que está rodada en 2005, dato que late en los rostros de los actores pero también en las silenciosas cicatrices de la ciudad: enorme mérito–, Lisa Cohen es una joven que contempla un atropello mortal del que se siente culpable. Este hecho, que en un primer momento decide dejar pasar, acaba sacando a la luz su fragilidad mental, patente en la relación con un entorno adulto que no comprende y paralela a la de su ciudad. Todo acabará dando pie a un retrato sobre la adolescencia enormemente irregular y que no aguanta las excesivas vueltas que se dan a lo largo de los mencionados –cuesta mucho no hacerlo– 150 minutos, pero cuyo hermético caparazón esconde cuestiones interesantes. El personaje principal es muy contradictorio, como corresponde a la historia. No pretende responder a un patrón definido que el público pueda desentrañar fácilmente y el logro del guión es sacarlo adelante pese a ello por medio de intensos momentos, como esos debates en clase que resultan clave a pesar de poder parecer accesorios.

El comienzo de Margaret es prometedor, con escenas notables como la del accidente de autobús, en la que se muestra la descarnada agonía de la atropellada ante Lisa. En ella se esquiva en todo momento la sensación de estar asistiendo a un espectáculo amarillista, al contrario. La presentación del personaje en este tramo resulta muy acertada, pero poco a poco se va diluyendo hasta llegar a un interminable final en el que algunas secuencias igualmente reseñables –la que precede a los créditos finales, sin ir más lejos– no salvan la sensación de estar contemplando algo tedioso y carente de ritmo, que avanza a trompicones. Aunque la puesta en escena sobrepase el notable. Como he referido anteriormente, uno de los mayores logros es mostrar las cicatrices posteriores a un gran trauma colectivo sin necesitar explicitarlo más que en un par de diálogos que carecen de especial relevancia. Los edificios, calles y parques de Manhattan, que la cámara muestra en cuidados planos, son un personaje más de una historia que, aparte de relatar la progresiva inmersión de la protagonista en el mundo adulto, nos habla sobre la complejidad humana y la dificultad de sanar ciertas heridas.

También es necesario mencionar el reparto. Además de la plausible labor en líneas generales de un rejuvenecido elenco en el que destacan nombres como Matt Damon o Jean Reno, Anna Paquin realiza una gran interpretación, capada en buena parte por el inusual hecho de que la película se nos proyectase en versión doblada debido a problemas técnicos. No me considero para nada un talibán de la versión original, pero en una película en la que las actuaciones cobran tal importancia y gravedad es difícil evitar la sensación de haber perdido parte de su interés por ese aspecto. Se entiende, en cualquier caso, que fue algo puntual.

Es una lástima que lo desmedido del conjunto, y muy probablemente los avatares que ha sufrido desde su concepción, provoquen que Margaret quede finalmente como una obra fallida a pesar de sus numerosos aspectos atractivos. Es posible que tras su estreno en España reciba tantos palos por sus excesos como alabanzas por sus riesgos, y ya se puede palpar cierta división de opiniones entre los que la hemos podido ver. Yo me quedo en tierra de nadie: tan notorios me parecen sus aciertos como sus ¿irremediables? errores. Es de esperar que el director tenga más suerte con su siguiente proyecto y podamos disfrutar de su talento sin cortapisas.

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