29 de marzo de 2024

Críticas: Prometheus

Ridley Scott vuelve al universo que él mismo creó hace 33 años con una esperadísima precuela de Alien que plantea nuevas preguntas y posterga muchas respuestas.

Una señal de socorro era la causante que en Alien (Ridley Scott, 1979), el rudo y desencantado pasaje de la Nostromo acabara descendiendo al planeta LV-426. En un entorno frío y hostil descubrían que el origen de la señal se hallaba en una extraña y gigantesca estructura, al parecer de origen extraterrestre. Pero antes de que al pobre personaje interpretado por John Hurt se le lanzara a la cara una forma de vida desconocida, incubándole un huésped que, para desgracia de la tripulación de esa colosal nave de mercancías, se convertiría por méritos propios en historia del cine,  una imagen se quedaba en la retina del espectador: en una gran sala, los restos ya fosilizados de lo que parecía ser uno de los antiguos moradores responsables de esa gran construcción, embutido en una gran estructura parecida a un cañón y con el pecho reventado, saludaba a los estupefactos y curiosos inquilinos de la Nostromo. Una pequeña secuencia, un fantasmagórico y misterioso primer plano del rostro del que después se conocería popularmente como “space-jockey”, tenuemente iluminado por las luces de las escafandras de los intrusos, abría una multiplicidad de interrogantes: ¿qué era esa construcción? ¿Quiénes eran esos seres? ¿Cómo llegaron hasta allí?…

Ese instante maravillosamente iluminado por Derek Vanlint, a caballo entre lo fascinante y lo terrorífico, que condensaba en un solo primer plano toda una batería de sugerencias interpretativas, es la base, el pilar maestro sobre el que Ridley Scott erige el regreso al universo que él mismo creó hace ya 33 años, intentando dar respuestas y a la vez plantear nuevas preguntas, ampliando el universo de su creación.

Ha habido mucha expectación en torno a este film, provocada en gran medida por una agresiva campaña de marketing por parte de la Fox y los sueños húmedos de los seguidores de la saga. ¿Precuela directa de Alien? ¿Una obra totalmente independiente que hace propias algunas constantes de ese mismo universo? Se podría decir que, técnicamente, ni una cosa ni la otra aunque no nos engañemos: Prometheus es una precuela en toda regla, pero quizás no la que podríamos esperar viendo su referente. De hecho, por buscar empresas similares, podría decirse que es algo muy parecido al experimento de George Lucas con su saga galáctica. Scott no busca explorar los orígenes del por qué esa nave alienígena descansa en LV-426. Ni siquiera va a pisar ese planeta puesto que poco a poco vamos descubriendo que su intención es ir mucho más lejos en el tiempo. En contraposición a los camioneros espaciales de la Nostromo, cuyo único anhelo es regresar cuanto antes al hogar y cobrar un apetitoso cheque (véase la perezosa actitud de la mayoría de la tripulación al conocer la verdadera naturaleza del despertar de la hibernación), nos encontramos con un entusiasmado equipo científico, (a excepción de Fifield, un geólogo bastante mercenario que guarda muchas similitudes con alguno de los miembros del pasaje de la Nostromo) cuyas motivaciones son mucho más filosóficas: nada menos que responder al enigma del origen de la vida, cuyas respuestas podrían venir dadas por una extraña civilización residente en algún rincón del universo y de la cual parecen tener su ubicación (la luna LV-223) gracias a diferentes restos arqueológicos pertenecientes a distintas civilizaciones repartidas a lo largo y ancho de la Tierra. Una premisa argumental que, salvando las evidentes distancias artísticas de una y otra, es muy parecida a otra interacción en la saga como lo fue Alien vs. Predator (Paul W. S. Anderson, 2004), cuya falta de pretensiones, ambición y una apuesta por una serie B, eso si, bastante mojigata, eran sus mayores virtudes. Características estas últimas de las que el film de Scott anda bastante sobrado, incluso en esa apuesta hacia una interesante serie B que en su tramo final se entrega al despiporre, al exceso y a una inusitada y agradecida violencia para una obra que pretende llenar los cines en estos tiempos de lo políticamente correcto, pero también de un caos guionístico que hace que la propuesta naufrague en según qué puntos. En la motivación de esos científicos, en ese discurso de una película que plantea preguntas sobre el propio origen del ser humano, se halla implícita una cierta transcendencia que choca frontalmente con la sencillez argumentativa de Alien. También en un mayor presupuesto y un mayor número de miradas puestas en ella dado el universo ya asentado en el que se zambulle. Y, como en aquélla, los dos personajes más oscuros son seres artificiales, fruto de la creación humana: Ash (Ian Holm) en Alien, y David (interpretado por un fantástico Michael Fassbender) en Prometheus. Allí como una pieza clave en los oscurísimos intereses de la compañía Weyland Yutani, y aquí como un ser lleno de matices, más humano incluso que algunos de los tripulantes de esa nave científica, ansioso por obtener respuestas y cuya naturaleza queda desvelada desde el primer instante en que la Prometheus levanta el vuelo, en contraposición al personaje de Ash, cuya verdadera naturaleza no nos era descubierta hasta bien entrados en metraje.

No son pocos los guiños a la saga madre que revelan la verdadera naturaleza del film de Scott, dando por zanjadas las dudas que el fan podía tener antes de sentarse en la butaca. Algunos de ellos forzados y buscando en demasía la complicidad del espectador en golpes de codo que terminan por doler, como por el ejemplo el hecho de que suene, calzador mediante, uno de los temas que Jerry Goldsmith compuso para Alien en cierto momento del film. Por el contrario, en el guiño inteligente con vuelta de tuerca me parece que es donde reside parte del éxito de la propuesta, como por ejemplo la secuencia en la que mediante largos travellings, la cámara paseaba parsimoniosamente por las estancias de la Nostromo, reforzando la inmensidad y la solitud de esos espacios, en contraposición con una secuencia similar en Prometheus, acompañados aquí por la presencia de un entusiasta David, encargado de mantener todo en orden mientras la tripulación hiberna, devorando todas las películas que dos largos años puedan permitir y recitando de memoria diálogos enteros de films como Lawrence de Arabia (David Lean, 1962). De la frialdad y aislamiento de una, a la “calidez” y a unos espacios menos hostiles de la otra. Sirva de ejemplo también la secuencia del despertar de la tripulación de la Prometheus, cuyos cuerpos parecen totalmente desacostumbrados a un proceso de hibernación que justo parece acabe de introducirse (véase la reacción del personaje de Noomi Rapace al despertar), en contraposición a la tripulación de la Nostromo. E incluso yendo más allá en el mostrar detalladamente el desarrollo evolutivo de las criaturas que aparecen en pantalla, ese gusto por lo orgánico y lo físico, que da como resultado un aire lovecraftiano ya presente en la propia Alien, en una suerte de estadios evolutivos que terminaran por afianzar la intencionalidad última del film: adentrarse no tanto en el origen de la vida en la Tierra, algo que queda resuelto en los primeros minutos de la película (desterrando las teorías darwinistas para abrazar la teoría mística del creacionismo, sustituyendo Dios por los “ingenieros”), como mostrar el equivalente al primate del Homo Sapiens de los xenomorfos, hijos de los diseños del artista suizo H. R. Giger.

Pero 33 años son muchos años, la gente cambia y el cine también. Las películas destinadas a reventar el box office han visto multiplicarse los presupuestos de manera exponencial a una alarmante disminución de inventiva creativa, siendo la máxima que, salvo honrosas excepciones, podemos encontrar dentro del blockbuster actual. Sin embargo Prometheus navega entre dos aguas: amortizar la inversión intentando atraer al máximo público posible, a la vez que buscar un lugar propio en el que reivindicar una personalidad y alzarse con voz propia dentro del mainstream actual. El resultado final es algo desconcertante e esquizofrénico. A pesar de destacar la valentía en la apuesta por mostrar una violencia tan física (y a la vez tan coherente en el universo al que se adscribe) que limita el rango de público que puede acceder a las salas (sobre todo en EEUU, cuya calificación R es algo temido por todos), a un despliegue técnico bastante espectacular (reforzado por un uso del 3D que, aun siendo bastante apabullante, sigo sin encontrarle finalidad narrativa) o a un loable intento de recuperar cierta artesanalidad en la dirección de arte que, creo, no acaba de lucir lo que debería, ya sea por un trabajo fotográfico mucho menos brillante que el de Vanlint en Alien o por esa ambientación high tech tan pulcra (incluso fuera de la nave científica) que choca frontalmente con el mayor barroquismo y gusto por lo gótico de la cinta del 79, la cuestión es que Prometheus acaba siendo víctima de los tiempos que corren y de un director del que, creo, hace tiempo que no levanta cabeza, a pesar de que esta nueva propuesta se inscriba merecidamente en lo mejor que ha hecho en mucho tiempo. Así, frente a la economización del plano en Alien tenemos un mayor despliegue audiovisual en la cinta que nos ocupa pero que, a la postre, resulta ser mucho menos narrativa que en la anterior. Es decir, Prometheus peca de ser demasiado expositiva y la información nos es dada en boca de los personajes, rara vez por la imagen que vemos en pantalla, limitando mucho el lenguaje al plano/contraplano y haciendo evidente una mucha menos inventiva audiovisual. Pero cuando la película vira al horror puro y duro, en esa hábil y efectiva mezcolanza genérica tan propia de la posmodernidad que Alien hizo seña de identidad, es donde vemos todo el potencial del film. Momentos como el del encontronazo con unas extrañas formas de vida por parte de los dos miembros separados del grupo científico o el protagonizado por una estupenda Noomi Rapace (quizás el momento cumbre de la película y puede que también de todo el cine de horror de este 2012), son un gran ejemplo de ello. Luces muy brillantes, en definitiva, en un conjunto muy irregular que en su parte final avanza a trompicones, a marchas ilógicamente aceleradas y en la que en los intentos por dar profundidad a ciertos personajes, acaba por caer en el ridículo. Sirva de ejemplo el personaje de Vickers (interpretada por una forzada Charlize Theron), con ese giro final digno del culebrón más rastrero, u otros cuyo alarmante esquematismo hacen que rápidamente se descubran como la necesaria carne de cañón. También en forzar situaciones en las que dar rienda suelta al exceso, paradójicamente, después del punto álgido de la película, como el regreso de ciertos personajes. Unos para dar un forzadísimo twist en el libreto de Damon Lindelof y John Spaihts, otros para sembrar el caos y dar como resultado alguna estridente escena de acción que no termina de encajar en el conjunto, sobre todo porque no parece tener ninguna repercusión narrativa, a pesar de sembrar el drama que se ve en pantalla. Y por supuesto ni rastro de la atmósfera opresiva y hostil de la segunda película de Scott, absoluta responsable del éxito de aquella película, en la que una mágica unión de talentos contribuyó a dar forma, siendo sustituida aquí por la estridencia y el exceso como bien ejemplifica ese abuso de unas demasiado presentes notas musicales de Marc Streitenfeld, a años luz del sabio empleo de la atmosférica y enrarecida partitura que Jerry Goldsmith compuso para Alien.

Y es que, volviendo a ese primer plano germinal sobre el que se articula una superproducción como Prometheus, uno no puede dejar de pensar en el evidente hecho de que para Ridley Scott los tiempos de aquella película han quedado muy lejos. En donde menos era más. Allí donde la situación obligaba a buscar el encuadre, el plano o la luz en el momento exactos y un solo plano decía o sugería mucho más que las palabras salidas de la boca de cualquiera de los personajes que pueblan esta última propuesta. Cuando la economía de medios forzaba a los artífices a una agudización del ingenio creativo, algo que en ocasiones el dinero parece enterrar…

Un pensamiento en “Críticas: Prometheus

  1. Como comentaba con Rubén… "Prometheus OVRA maestra incomprendida" xDDD.

    Por cierto, que creo que mas de uno se habrá percatado… pero hay escenas que están calcadas directamente del videojuego de EA deadspace, con alguna pequeña modificación, eso sin contar una de las escenas finales, que tambié esta copiada del mass effect 3, y ya por último… y en este caso quizá es que soy un nostágico…. la nave tiene cierto aire a la serenity…

    En resumen, que con los medios de que disponen podrían haber hecho mucho, habernos dejado a todos paralizados… una lástima.. a fin de cuentas.

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