25 de abril de 2024

Críticas: Tres veces 20 años

Julie Gavras, hija del director Costa-Gavras, dirige una nueva cinta protagonizada por William Hurt y Isabella Rossellini.

Julie Gavrastiene una carrera labrada entre un documental (Le corsaire, le magicien, le voleur et les enfants) y un largometraje con el que fue a Sundance (La culpa la tiene Fidel). De momento el estigma de ser la hija de un director en activo como Costa-Gavras, y con una carreta tan consolidada sobre todo del cine político, sigue siendo evidente. Tres veces 20 años, pese a contar con un reparto internacional encabezado por William Hurt e Isabella Rossellini, dudo que haga cambiar en demasía dicha preconcebida percepción sobre la cineasta. Me interesa, eso sí, su arranque y un par de planteamientos en la puesta en escena. Desde ese plano que (nos) presenta a Mary (Isabella Rossellini), esperando en la butaca del exterior de un auditorio escuchando los ecos de su marido Adam (William Hurt) recogiendo un premio, hasta estar sola y rodeada de incubadoras en una sala de maternidad como contraste generacional.

El planteamiento abarca el enfrentamiento de un matrimonio que va a pasar a engrosar las listas de la tercera edad. Mientras que Mary decide asimilarlo, su marido Adam vuelve a su juventud como vía de escape existencial. Esa incapacidad de parar el tiempo se forma cuando Mary pierde un pequeño y breve espacio de vivencias inmediatas en su memoria. Saltan las alarmas y los temores. No se trata de ninguna enfermedad, simplemente el estrés o incluso la edad.  De edad trata la película que nos muestra el título con esa división en un tercio de los 60. Nos encontramos ante una pareja con tres hijos, nietos y trabajo y de cómo tratan de compaginar todas sus vertientes para rellenar los espacios de su vida. Adam sigue siendo un prestigioso arquitecto pero el premio que recibe en los primeros compases nos avecina que realmente es una despedida… de la que no quiere ser partícipe.

En teoría, Tres veces 20 años es una comedia romántica afrancesada, pero buscando a las comedias románticas inglesas por su ubicación, lengua y envoltorio, que camina y construye el mismo edificio que hemos visto, pisado, subido y bajado en numerosas ocasiones. Se trata de distanciar a esa pareja para que ambos sean conscientes de esa aceptación y negación de su nueva provecta condición. Mientras que Adam intenta buscar la juventud, Mary se prepara para ser una anciana y quiere que su marido sea partícipe aunque tenga que utilizar métodos sibilinos. Los clímax y anticlímax están marcados como en toda comedia romántica con la separación y los intentos de sus tres hijos, completamente distintos entre sí, por hallar la reconciliación de sus padres. La película funciona por secundarios a modo de espejo, como la amiga de Mary o el jefe de Adam, siendo el centro de catarsis la matriarca del clan y madre de Mary. Realmente no hay mucho más donde poder escarbar en una propuesta que se hace demasiado larga pese a no tener un metraje superior a 90 minutos.

Entre los tanteos sexuales de Adam y Mary y sus convulsiones en su incorporación a la tercera edad queda poco más que un revolcón en la hierba ante una premisa mal desarrollada. Realmente la historia es un homenaje encubierto de Julie Gavras a la figura de su padre cuando fue homenajeado por el  por el vigésimo cuarto aniversario de Z y se juntaron los factores de todo creador cuando llega al final de su obra. Tal vez la elección de un arquitecto para representar a un director de cine no sea del todo correcta o no esté bien trasladada a esta película. En este caso el arquitecto, Adam, tienen que lidiar con dos proyectos que delimitan su propia vida en la actualidad: por obligación tienen que diseñar un geriátrico… pero como debilidad pasional ayuda a unos jóvenes a levantar un museo. El contraste y la metáfora son obvios, como que Mary quiere colaborar con las ‘Panteras Grises’, un grupo que existen en la realidad en algunos países y que luchan por los derechos de la tercera edad. De nuevo, ese contraste y la obviedad se instauran en la película como reiteración de un lugar común a todos los mortales. Tal vez a Tres veces 20 años le falle la perspectiva o la capacidad de sorprender en algo que, como en la vida, hay que llegar para entender.

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