29 de marzo de 2024

Críticas: Asalto al poder

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Llegó la hora de romperlo todo, ha vuelto Roland Emmerich.

Asalto al poder comienza en primer lugar con una niña de 11 años que se pone el despertador para ver las noticias de política internacional, y en segundo lugar con un presidente de los Estados Unidos que obliga al helicóptero en el que viaja y a sus escoltas a desviarse para satisfacer su capricho de realizar un vuelo rasante a través de la Piscina Reflectante que acaba en el monumento a Lincoln, con el beneplácito y la complicidad, por supuesto, de todo su equipo de seguridad. Si a estas dos escenas inverosímiles le continúa otra en la que se nos presenta al personaje principal de la película hablando con una ardilla, podemos pensar dos cosas: una: no sólo a Roland Emmerich se le ha ido definitivamente la cabeza, sino que ha contagiado al guionista de esa maravilla del cine negro llamada Zodiac, James Vanderbilt, haciendo desaparecer todo su talento, o dos: todo esto es una gran parodia con la que Emmerich pretende reírse de sí mismo con una historia de acción excesiva y mil veces vista, en la que mezcla sentimentalismo ñoño, patriotismo a ultranza y humor macarra con frases lapidarias, llevando el sello del realizador alemán a límites tan exagerados que rayan la caricatura. De hecho en Asalto al poder hay un chiste aludiendo a Independence Day, con el que gana fuerza la idea de precisamente sea eso lo que pretende, y no el realizar una película para tomársela en serio.

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Dicho esto, nos encontramos ante una película en la que todos los tópicos descritos anteriormente, convergen durante 2 horas y 10 minutos en una vorágine de explosiones entre situaciones inverosímiles que provocan más de una carcajada por el exceso al que los somete. El argumento de Asalto al poder, como decía, no ofrece nada nuevo y toma prestados rasgos de la mencionada Independence Day o de La Jungla de Cristal a la que parece homenajear en cuanto al hecho de situar la acción en un único edificio, con un protagonista que se ve envuelto en un secuestro terrorista por casualidad. No en vano, el héroe a quien interpreta Channing Tatum se llama John Cale, muy parecido al John McClane de Bruce Willis, eso sí, sin el carisma de este. Cale es un ex marine que trabaja como guardaespaldas del presidente de una de las Cámaras (atención a su tono de móvil) y aspira a conseguir un puesto en el servicio secreto del Presidente. Para ganarse el afecto perdido de su hija, la niña que tiene como ídolo al Presidente de los Estados Unidos y sabe más de política y de la Casa Blanca que el mismísimo Obama, se la lleva a la entrevista de trabajo de los servicios secretos y aprovecha para hacer una visita turística a la residencia presidencial, con saludo del Presidente a su videoblog incluido. Vamos…el sueño de cualquier niña de 11 años. Mientras papá intenta caerle bien a su hija, por aquello de no haber ido a su concurso de talentos, aparece un grupo paramilitar entre los que se encuentran un aspirante a Rambo y un hacker capaz de introducirse en los sistemas de todas las facciones del Gobierno a ritmo de la 5ª sinfonía de Beethoven, pero incapaz de detener los aspersores anti-incendio. A partir de aquí se suceden todo tipo de situaciones increíbles y delirantes durante el juego de ratón y el gato que se traen los malos persiguiendo al Presidente por toda la Casa Blanca, al que va protegiendo Cale que a su vez anda buscando a su niña, un juego repleto de tiros, explosiones y destrozos al más puro estilo Emmerich, en el que no pueden faltar los actos heroicos por parte del Presidente. Si en Independence Day ponía a Bill Pullman al frente de un caza para derribar a los extraterrestres, en Asalto al poder va aun más allá y pone en manos de Jamie Foxx un bazooka para derribar una puerta blindada desde dentro de una limusina. Un presidente que por cierto en su mesilla de noche guarda un walkman…¡¡¡UN WALKMAN!!! en pleno 2013.

Asalto al poder tiene tantas escenas gloriosas que más que una reseña podría hacer un análisis profundo de toda la película sólo con ellas, pero sería una faena destriparla y evitar que el público pueda descubrir por sí mismo todos y cada uno de los chistes y de los matices que hacen de ella una de las mejores comedias de lo que llevamos de año. Ayudan además las interpretaciones de un Channing Tatum que sólo tiene dos expresiones durante toda la película, la de héroe intenso y la de padre afligido intenso, y de un Jamie Foxx como un alter ego de Obama que pasa de presidente querido por todos algo pusilánime a todo un héroe de acción sin dejar de ser campechano, y apoyados por un gran elenco de secundarios con unos correctos James Woods y Maggie Gyllenhall y unos hilarantes Jimmi Simpson dando vida al hacker y Nicolas Wright como el guía más preocupado por los jarrones Ming del despacho oval que por su propia vida. Aunque la verdadera protagonista y máxima heroína de la historia, para darle aún más empaque y más emotividad a la historia, por si no tenía ya suficiente, es, como no, la niña. Emily, la niña repelente a la par que valiente que es capaz de robarle todos los planos a los mismísimos Tatum y Foxx, interpretada por la jovencísima Joey King a quien ya vimos recientemente en Expediente Warren.

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Con una duración quizá algo excesiva, Asalto al poder no ofrece un aspecto visual tan impresionante como el que se veía en El día de mañana, pero en su lugar logra no bajar el ritmo durante todo el metraje lo que, unido a su comicidad, facilita que sea una de las películas más entretenidas de la filmografía de Emmerich siempre que se la tome como lo que, en la opinión de la que escribe, pretende ser, que no es más que una gran burla de la misma, y que, si no se espera nada serio de ella, puede resultar muy disfrutable.

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