28 de marzo de 2024

Críticas: Stockholm

Stockholm (Javier Pereira y Aura Garrido) - Cinema ad hoc

Javier Pereira y Aura Garrido se encuentran en la noche madrileña.

La pasada edición del Festival de Málaga encumbró a una pequeña película alejada de los cánones de la mayoría de títulos de la Sección Oficial. Stockholm, primer largometraje en solitario de Rodrigo Sorogoyen (codirector de 8 citas), es un proyecto financiado parcialmente gracias al crowdfunding y a la inversión por parte de los dos actores de un sueldo que no cobraron. Rodada durante doce días y en escasos escenarios entre los que se encuentra el propio piso del director, destaca por el original desarrollo de su premisa inicial, escrita con inteligencia y dirigida con inusual pericia.

Stockholm comienza con una fiesta que colisiona los mundos de dos jóvenes, de los que nunca llegaremos a conocer los nombres reales. Tras una reveladora conversación con un amigo, Él se declara enamorado a primera vista de Ella, un personaje misterioso que detecta automáticamente su intención de embaucarla y huye. Capaz de cualquier cosa con tal de conseguir que pase la noche en su piso, la insistencia de Él da comienzo a una persecución por las calles del centro de Madrid, repleta de confesiones banales y un par de tics algo irritantes. Este tramo se presenta como una especie de encuentro improbable entre Jonás Trueba y, póngase, el Marc Webb de (500) días juntos –por mucho que el referente sea Linklater–, con Aura Garrido encarnando lo que pretendía Zooey Deschanel allí. Pero desde el principio existe una tensión evidente entre ellos, no únicamente sexual, sino una violencia subterránea surgida de la dificultad para aceptar los roles impuestos a la hora de entablar y encarar la nueva (¿y pasajera?) relación.

Stockholm (2) - Cinema ad hoc

El hecho de creer conocer las claves de ambos personajes nos guía hacia un confinamiento en un piso donde, tras una inteligentísima elipsis, el blanco de las paredes y la abundancia de espejos provocan una brutal ruptura en las mismas que nos lleva a replantearnos sus motivaciones iniciales. Lo que había comenzado como un juego pasajero se convierte en una pugna que implica a la fuerza una reinterpretación de todo lo que habíamos contemplado hasta entonces. La búsqueda de satisfacciones primarias, por tanto, se transforma en una intrigante lucha de roles entre dos seres que intuimos mucho más complejos de lo que muestran. De la resistencia inicial, ella pasa a afirmar que hasta entonces “no estaba haciendo lo que quería”, asfixiada por un entorno que nunca se retrata más que como el fondo difuminado del arranque.

Stockholm, al igual que el personaje de una magnética y brillante Aura Garrido –uno de los grandes descubrimientos del cine español reciente en su mejor papel hasta la fecha–, queda reflejada en el espejo donde se plasma la estructura de la película y la visión interna que guardan los personajes de una individualidad fuertemente marcada por el colectivo. Puede definirse como una serie de contrastes y dualidades: la engañosa oscuridad de la noche madrileña, iluminada artificialmente; da paso al blanco impoluto del piso de él en una mañana tormentosa. Estas contraposiciones evocan las palpables diferencias existentes entre la superficialidad con la que se consigue el propósito marcado inicialmente y el atormentado interior de ambos personajes, que no son ni mucho menos de una pieza. En Stockholm, como en el juego de las tres preguntas, no llegamos a conocer quién engaña y quién dice la verdad, quién oculta sus intenciones y quién se muestra sincero. El espectador apenas tiene al alcance datos externos de ellos –como el tipo del 24 horas– porque se revelan innecesarios para un desarrollo que concluye con un golpe al estómago creíble y directo, en un terreno sembrado de sobriedad que renuncia a cargar las tintas en su tratamiento de la creciente violencia.

Stockholm (3) - Cinema ad hoc

Estas constantes ambigüedades y dualidades dan forma a una de las películas españolas más inteligentes de un año ya de por sí revelador en cuanto al talento de muchos cineastas jóvenes del país. Sorogoyen, con la eficacia de un guión bien medido y carente de trampas, ha conseguido retratar mediante una historia de amor quebrada a una generación que ha perdido el sentido de la búsqueda y la espera, tan acostumbrada como se encuentra a lograr lo que desea de forma instantánea. Stockholm, proyecto mínimo y casi milagroso, es la carta de presentación de un joven director que invita a seguir su rastro muy de cerca.

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