19 de abril de 2024

Críticas: 321 días en Michigan

321 días en Michigan

En el talego.

Cuando 321 días en Michigan recibió el premio del público en el pasado festival de Málaga, muchos medios se hicieron eco de que se trataba de la primera película completamente malagueña que participaba en la sección oficial a concurso del certamen. Hecho meritorio éste, sin duda alguna, así como el considerar que, estando el panorama audiovisual español como está, más meritorio aun es el sacar adelante un primer largometraje en solitario tratando de mostrar una realidad que poca gente conoce como es la vida dentro de una prisión. La cuestión es, ¿hasta qué punto tocar temas sociales cercanos por proximidad geográfica, que no necesariamente familiar, y el poner todo el esfuerzo artístico y técnico de un equipo casi debutante en ella hacen de una película una a la que se le pueden perdonar todos sus errores? Por supuesto, muchas veces se perdonan ciertos aspectos de una película sobre todo al tener en cuenta la falta de experiencia o de medios para poder afrontar un proyecto de la manera deseada. Por eso a veces cuesta ser objetivo al hablar de películas como 321 días en Michigan a la que se le nota enormemente su ilusión y sus buenas intenciones, pero cuyo problema de base reside en un guión que desaprovecha totalmente los elementos que tiene.

El comienzo de la película es verdaderamente prometedor: un joven ejecutivo se despide de sus compañeros de trabajo mientras espera para tomar un vuelo al estado norteamericano de Michigan donde realizará un master durante 321 días. Su intención es la de contar toda su experiencia a través de un blog expresamente creado para ello que irá actualizando día a día, pero cuando sus colegas se marchan, Antonio y su novia Lola salen del aeropuerto hacia la prisión malagueña de Alhaurín de la Torre en la que debe entrar por un delito financiero. Será Lola quien se ocupe desde fuera de actualizar el blog para que nadie de su entorno se entere de la situación real de Antonio.

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Evidentemente, el director y coguionista Enrique García utiliza este argumento como excusa para mostrarnos la vida en una prisión como ya hiciera en su corto Tr3s razones, precursor directo de 321 días en Michigan. Con los mismos protagonistas y rodado en la propia prisión de Alhaurín, el corto de García resumía de una manera bastante acelerada la estancia de Antonio, en este caso preso por un delito de maltrato, por lo que tanto los personajes como el desarrollo de los mismos y de la historia en sí no tenían la importancia deseada que sí tenía la exposición del funcionamiento interno de la prisión. La cuestión es que en la película se aprecian los mismos defectos de guión y de montaje, aumentados en proporción a la duración de la misma. Salvando la presentación y la evolución del personaje que interpreta Virginia DeMorata, el resto de situaciones y protagonistas parecen estar incluidas en la película de manera aleatoria buscando siempre algún tópico carcelario. De las varias subtramas que convergen en la película, sólo resulta creíble la de Sara (DeMorata) tanto por el cuidado que pone en desarrollar su personalidad y su historia como en la interpretación de la actriz. No sucede lo mismo ni con el resto de tramas o personajes secundarios ni, lo que es más grave, con la principal de Antonio interpretado por Chico García quien pocos matices puede dar a un rol cuya evolución resulta tan increíble como precipitada y por tanto carente de interés.

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Enrique García sabe muy bien por dónde se mueve en cuanto a la recreación del ambiente carcelario, debido a su estrecha implicación con el centro penitenciario de Alhaurín donde ha trabajado con la participación incluso de los propios internos. Pero por desgracia tropieza a la hora de querer contar una historia de ficción al recurrir en demasía a ideas y vicios ya utilizados en bastantes películas con la misma temática, sin darles además una personalidad propia ni un desarrollo coherente. A pesar de que se agradece que no convierta los dramas personales de los presos en sufridos melodramas, el principal problema de 321 días en Michigan lo encontramos en que parte de una premisa original e interesante que podría haber dado mucho juego tanto por la parte de la relación de pareja como, sobre todo, para abrir un debate sobre la importancia y las falsas identidades en internet y en las redes sociales, pero que enseguida olvida para convertirse en otra película de temática carcelaria más.

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