29 de marzo de 2024

Críticas: Relatos salvajes

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¡¡¡HASTA AQUÍ!!!

Un día cualquiera, en una gran ciudad cualquiera de un país desarrollado cualquiera, una persona cualquiera se dirige a la ventanilla de un servicio público cualquiera. Es la cuarta o quinta vez que va porque siempre le falta algún papel, acaba de discutir con su pareja y tiene el tiempo justo para realizar su gestión y salir corriendo hacia un trabajo en el que está expuesto a los insultos de los clientes, amén de los que le profiere el niñato que le ha tocado como jefe, a pesar de tener dos carreras universitarias por las que podría estar dedicándose a estudiar y disfrutar de su actividad artística favorita. Cuando llega su turno, es informada de que, por demora en la entrega de la documentación, tiene que abonar unos gastos de gestión no previstos y que por supuesto no lleva en ese momento.

Al otro lado del cristal, un funcionario cansado de escuchar que es un privilegiado por estar en un puesto muy por debajo de sus capacidades y sus aspiraciones, al que llegó después de tres intentos y más del doble de años encerrado en una habitación estudiando sin poder hacer vida social, sin poder llevar un sueldo a casa y cuestionado por su familia día tras día. Como cada jornada, se enfrenta a cientos de ciudadanos a los que tiene que reclamar cuestiones que no entienden, tiene que soportar, también él, sus insultos y las decisiones absurdas de los incompetentes a quienes directivos que no tienen idea de los procedimientos que allí se siguen, han decidido poner al frente de su sección.

Hoy uno de los dos va a estallar. Hoy alguien va a decir “¡Hasta aquí he llegado!”, y muy probablemente se desate una cadena de infortunios que concluyan en una tragedia de esas que aparecen en las noticias de vez en cuando, con un titular sacado de las declaraciones de un vecino, el cartero o alguien que pasaba por allí, del tipo “parecía una persona normal”.

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Todos los que, por suerte o por desgracia, formamos parte de una de las llamadas “sociedades civilizadas”, vivimos inmersos en la enorme paradoja que encierra ese término: cuanto más civilizada es una población, más se fomenta la individualización de la persona y menos la empatía y la asertividad para con los demás. Esa es la premisa de la que parte la nueva película del director argentino Damián Szifrón, que con el lema “Se acabó poner la otra mejilla” nos habla en Relatos Salvajes de ese punto de no retorno al que se llega cuando la rabia que se va acumulando en nuestro interior por los abusos de cualquier tipo que sufrimos, hace su aparición. Pero Szifrón lo hace recurriendo a un humor negrísimo y brutal, y a la concatenación de varios episodios aislados y vinculados únicamente por la explosión de la cólera reprimida de sus protagonistas.

Comenzando con un prólogo delirante y paródico hasta el extremo, como hiciera Javier Fesser con el de Al final todos mueren, las cinco piezas que componen Relatos Salvajes tienen en común esa liberación de la rabia ante la injusticia de algún hecho por nimio que sea, pero en cada uno de ellos se muestra con distintos grados de brutalidad. La indecisión ante la posibilidad de una venganza contra un cacique mafioso es la protagonista de Las ratas, el primero de los relatos y el menos impactante de todos. El más fuerte convierte a Leonardo Sbaraglia en el objetivo irracional de un conductor a quien minutos antes había insultado por no dejarle paso en la autopista, en lo que acaba siendo una lucha sin cuartel en la que la barbarie no hace más que aumentar hasta convertirles en auténticas fieras peleando por ser, precisamente, el más fuerte.

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El tercer relato es la esencia de esa rabia contenida que se va acumulando por las pequeñas (o grandes) injusticias del día a día, que en un determinado momento se hace tan grande que necesita manifestarse y lo hace de la manera más terrible imaginable. Bombita es un Ricardo Darín superado por las situaciones, por ese efecto mariposa que consigue que un pequeño acto insignificante derive en un cúmulo de infortunios que llevan a una persona a cometer una locura. Con el cuarto episodio, Szifron se aleja de la violencia física de los otros cuatro y también del humor más bestia para hablarnos de manera más serena de otro tipo de violencia menos explícita pero igual de dañina, o incluso más. En La propuesta asistimos a múltiples actuaciones de una inmoralidad obscena basadas únicamente en el abuso de poder que confiere la clase social a la que se pertenece, en el que, para quien esto suscribe, es el más mordaz y mejor ejecutado de todos los capítulos de la película. Por último, Hasta que la muerte nos separe nos devuelve a esa sociedad común, al convencionalismo de una boda en la que absolutamente todo está milimetrado para ser el día más feliz de la vida de los novios, en la que no faltan, por supuesto, las advertencias de los suegros, los chistes de amigos y familiares vestidos de gala, los sobres, los bailes al son de las canciones de moda y, como no, la tarta de boda. Vamos, un bodorrio de los de toda la vida en los que todo es perfecto salvo un pequeño detalle que hace la novia desate toda su furia contra todos y en especial contra su flamante marido. Un capítulo final que a pesar de ir in crescendo y de acabar con un colofón brillante, se pierde por el camino abandonando la lógica que dentro de la irracionalidad poseen los anteriores episodios, y deja la sensación de no culminar el film como éste requiere.

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Como en el caso hipotético que exponía al principio, en general los relatos en los que se divide la película de Szifrón son susceptibles de tener varios puntos de vista e incluso de justificar el posicionamiento de las distintas partes que los conforman. El director se las arregla para que el espectador pase de identificarse con uno de sus protagonistas a hacerlo inmediatamente con su opuesto y viceversa, de manera que, apoyado por el humor, elude de entrada el conflicto moral que ocasionan las acciones que realizan los protagonistas. Pero si bien es un acierto el planteamiento humorístico de Relatos Salvajes para plasmar las miserias y las bajezas de las que es capaz el ser humano cuando se ve acorralado para no correr el riesgo de tratar de aleccionar en demasía, precisamente por ello en algunos momentos cuesta verla como la crítica tremenda hacia la sociedad actual que es. En cualquier caso, el argentino ha conseguido que aun con la previsible irregularidad de una película formada por distintas piezas como es esta, el conjunto resulte tan divertido como incendiario con la conjugación de unos guiones inteligentes, unas interpretaciones a la altura y una destreza técnica impecable.

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