18 de abril de 2024

Críticas: St. Vincent

St. Vincent - PORTADA (Bill Murray)

Refugiándose de la tormenta.

He aquí (otra) nueva película de viejo gruñón y cascarrabias con niño buscando una emotiva redención. Pueden añadir St. Vincent de Theodore Melfi a esa interminable lista de títulos que les convierte en expertos en la materia pero también, por el contrario, en víctimas potenciales… porque he aquí los aciertos y peliagudos momentos de una propuesta enmarcada en ese gran corazón que late, palpita y recorre toda la vitalidad de una cinta dependiente de la sangre que proporciona Bill Murray. Sus créditos finales son el resumen y la perspectiva de un film que nos regala una gran interpretación del actor moldeada sobre ‘Shelter From The Storm’ de Bob Dylan. Da lo mismo que destroce las consagradas palabras del cantautor de Duluth porque Vincent (Murray) es un santo desde el título a los títulos. Pudiéramos asociar esa imagen icónica de un antihéroe —y loser crónico— armado con unos cascos y un walkman a la de Peter Quill en Guardianes de la galaxia, pero aquí hay cigarrillo y arrugas, una eterna resaca sin cura. Estamos pisando una tierra demasiado árida, tan polvorienta que ningún manantial de agua podrá saciar ni hacer emerger un brote de hierba. Nos queda el corazón y la actitud y todo el discurso de ese personaje principal en el que hace hincapié nuestro ‘Vicente’, conquistador y seductor por antonomasia. No conocemos a Vincent pero The Weinstein Company lo va a santificar en esta película gracias a un niño que también tiene que ajustarse a un difícil y para nada optimista mundo.

St. Vincent - Bill Murray, Melissa McCarthy, Jaeden Lieberher

El público siempre tiene la razón porque nos hallamos ante un film que se convirtió en una de las favoritas para los espectadores del Festival de Toronto, quedando por detrás The Imitation Game de Morten Tyldum y Learning to Drive de Isabel Coixet. Incluso se rumoreó con la posibilidad de que Jack Nicholson interpretara ese ‘santo’ que borda Bill Murray. Vincent McKenna se esfuerza por ser una mueca, un chiste sin gracia y rostro de una tragedia andante. Se trata de un agujero negro emocional que pasa sus días bebiendo y apostando… si es que le queda algo por perder. Su personaje va a ser golpeado reiteradamente en St. Vincent pero siempre conseguirá ponerse en pie, víctima de su condición de eterno mártir y abocado a juntarse con otros perdedores que huyen de su pasado y sueñan con un futuro esquivo. En realidad, la suma de clichés y estereotipos es una simple excusa para ver en acción a ese santo que ciertamente da una posibilidad al resto de personajes que quedan atados a ese rácano solitario que vive con su gato y su humor sardónico, con esa caricatura consciente de encerrar una sensibilidad que desea ocultar al mundo. Guarden sus pañuelos inmaculados para el final…

St. Vincent - Bill Murray

A nadie le va a sorprender lo que ocurre en la cinta de Theodore Melfi ni que el destino de ese nuevo y pequeño vecino se cruce con el suyo para revelar un espejo y redención. La sensibilidad no está en esa trillada premisa, ni en esos personajes tan oxidados y desgastados como esa interminable lista de títulos de viejo gruñón y cascarrabias con niño. Somos conocedores de cada punto de giro, de cada trampa para hacernos simpatizar con ese grupo de perdedores y de cualquier línea argumental que posibilite la liberación emocional tanto de los personajes como del espectador. Somos conscientes, inclusive, de que con semejante planteamiento hasta Freddy Krueger es un santo al servicio de la sociedad y un incomprendido con un gran corazón. La credencial de su mensaje, evidentemente, está tan pulverizada como esa médula que encuentra su sangre y motor en Bill Murray y su actuación. Da lo mismo que a Chris O’Dowd le quede bien el alzacuello o conectemos a Melissa McCartney soltando barbaridades en el despacho de un director de colegio —en la menospreciada Si fuera fácil de Judd Apatow— con ese nuevo personaje cándido condenado al melodrama y la lágrima fácil. El santo y el reclamo para mantener la fe es Bill Murray, para que nos quedemos con él refugiándonos de esa gran tormenta que es la vida, para que saboreemos ‘Shelter From The Storm’ de Bob Dylan sin importar la forma y salvaguardemos el fondo. Emociónese, pues, si sigue creyendo en los santos y estas películas al servicio del propio público y feligreses. Alabado sea Murray. Alabado sea Dylan.

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