29 de marzo de 2024

Críticas: El país de las maravillas

El país de las maravillas crítica

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Decía Albert Einstein que si las abejas desapareciesen, a la humanidad le quedarían sólo cuatro años de vida. Sin abejas no hay polinización, sin esta no hay vida vegetal y sin ella el hombre no puede subsistir. Las abejas están desapareciendo desde hace unos años a pasos agigantados en todo el mundo, al mismo tiempo que desaparece un estatus social y económico bajo una de las mayores crisis que la civilización occidental ha sufrido desde que el capitalismo se instaló en la sociedad como la panacea que sanara todos los males del mundo. Pero igualmente, o incluso de manera más acusada, el desmoronamiento de las sociedades consumistas se extiende hacia otras alternativas que volvieron al campo para intentar recuperar una bonanza perdida, y que también sufren la asfixia de un poder que las oprime cada vez más al mismo tiempo que se vuelve más corrupto.

El país de las maravillas crítica 2

No es de extrañar, pues, que la directora Alice Rohrwacher recurra a las abejas como recurso económico de la familia que protagoniza su segunda película, El país de las maravillas, para contar la historia de la desintegración de un país, de un medio de vida, de unos valores morales y de la inocencia infantil. Es la miel que fabrican unos insectos en peligro de extinción, la que permite a duras penas que Wolfgang y su familia mantengan un estilo de vida impuesto por él, y que pronto se verá también extinguido por el alto precio que deben pagar al Estado para poder comercializarla. Wolfgang, un patriarca anclado en normas arcaicas, explotador de su propia familia, malgastador del dinero que aquella gana con su esfuerzo y ajeno a sus deseos de independencia y a todo lo que suponga un progreso que pueda llevar a ella, personifica a ese yugo empresarial bajo el que una resignada madre y sus cuatro hijas se ven obligadas a obedecer con el fin de sacar adelante una empresa que no les lleva a ningún sitio. Entre el desafío generacional, sus propios deseos adolescentes y su responsabilidad para con su familia, se encuentra Gelsomina encarnando a una juventud desmotivada que sólo ve la forma de salir de una realidad alejada de lo que cualquier chica de su edad experimenta, cuando se choca de frente con un imaginario al que nunca ha tenido acceso. La televisión.

El país de las maravillas crítica 3

Pan y circo, que diría el poeta Juvenal. Un mendrugo de pan en forma de saco de dinero es la recompensa para quien acepte ser parte de ese circo que entretiene a un país, un mundo, en crisis, como es la telebasura que sólo vive para explotar las miserias y los dramas humanos. Eso es lo que vende. El esfuerzo no vende. No proporciona beneficios. Sólo se encamina hacia un final en el que no queda nada por lo que luchar. En el que los restos de esta civilización ni siquiera recuerdan que una vez fue un espejismo de prosperidad, sino tan solo una simple atracción turística. El show como contraste del naturalismo mágico y poético con el que Rohrwacher sensibiliza el opresivo mundo en el que crece Gelsomina, y que ofrece imágenes y escenas de una potencia visual y un simbolismo tales, que convierten a El país de las maravillas en la representación lírica de toda la complejidad que implica toda la denuncia social que en ella se encierra.

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