Western íntimo en tierra extraña.
Tiroteos, la inhóspita belleza del desierto filmada en espectacular CinemaScope y la historia de un hombre que custodia a un individuo acusado de asesinato. Estos podrían ser los ingredientes de cualquier western del viejo Hollywood, pero sirven también para describir de una manera un tanto esquemática Lejos de los hombres, la película de David Oelhoffen basada en El huésped, el relato de Albert Camus. El director francés recupera algunos de los elementos más característicos del género favorito de John Ford, aunque cambie de escenario y la nacionalidad de los protagonistas. El oeste de Estados Unidos deja paso a los parajes áridos del norte de África, mientras que los indios se transforman en árabes y los franceses toman el rol de los colonos y la caballería norteamericana. Incluso hay un célebre saloon con prostitutas, aunque en esta ocasión se encuentre menos animado de lo normal.
El cineasta galo opta también por imprimir un tono íntimo al filme y deja en un plano muy secundario las habituales secuencias de acción. Oelhoffen prefiere centrarse en la relación que se establece entre un maestro de origen español que recibe el encargo de escoltar a un preso y su particular reo, un hombre que mató a su primo por robarle el grano que conservaba para alimentar a sus padres y hermanos. Ambos individuos mantendrán las distancias en un principio, pero irán limando diferencias durante el accidentado viaje hacia el lugar donde el profesor tendrá que entregar a su particular acompañante.
La guerra de Argelia aparece como un marco nada casual para esta historia. Frente a la sinrazón y la barbarie de la contienda surge la fraternidad entre un par de personas que consiguen suavizar sus desavenencias e intentan orientar sus vidas cuando la muerte les rodea a cada paso. A la vez, el conflicto armado sirve como particular decorado del nacimiento de la amistad entre estos dos hombres solitarios que se unen en la adversidad, pero también del fin de la hermandad de aquellos que lucharon juntos contra un enemigo común, pero ahora batallan en distintos bandos. Ajeno a estos conflictos humanos se encuentra el hermoso y hostil paisaje por el que transitan los personajes y que supone un obstáculo más que tendrán que superar para poder subsistir.
Oelhoffen confiere al conjunto un estilo contemplativo realzado más si cabe por las bellas imágenes del desierto y la hermosa banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis, dos músicos que ya sorprendieron con sus partituras para películas del oeste tan poco convencionales como La promesa y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. El director se decanta también por reducir al mínimo los diálogos del filme y sustituirlos en muchas ocasiones por las miradas entre los protagonistas, encarnados por unos adecuadamente lacónicos Viggo Mortensen y Reda Kateb.
No obstante, la apuesta del realizador francés por un tono reposado se vuelve en contra de la propia cinta, que se alarga en ciertos momentos de manera innecesaria, aunque no invalida completamente los numerosos méritos de este extraño western de mensaje humanista.
