20 de abril de 2024

Críticas: I Am Your Father

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Obsesiones detrás del casco negro.

A principios de año se estrenó en España Red Army (2014), un documental que se sumergía en las entrañas del equipo nacional soviético de hockey sobre hielo. Gabe Polsky fue el responsable de establecer tras las cámaras un seguimiento de la trayectoria profesional y personal de los jugadores de esta emblemática selección, y de cómo una invadía a la otra al intervenir factores políticos. Un retrato riguroso, a pesar de los deslices cómicos que amenazan con convertir la película en una sátira socarrona y sesgada, al estilo Michael Moore (Bowling for Columbine, 2002); posibles intentos de romper el hielo que solidifica alrededor de un entramado dramático que por momentos petrifica al público ante lo indignante de la situación. El propio director tomo una decisión de peor gusto al entrometerse en la narración, como tratando de ponerse a la altura de auténticos mitos deportivos. El realizador interviene, y, si bien no aparece en pantalla, o escasamente, es su voz la que llega a interrumpir al propio entrevistado principal, todo un Viacheslav «Slava» Fetisov. En su defensa cabe decir que lo hace con cierta gracia, pero provoca una ruptura innecesaria de la cuarta pared, especialmente cuando se intuyen unas intenciones ególatras que poco bien le hacen a su propia obra.

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La situación se agrava en otro documental que nada tiene que ver con Polsky: I Am Your Father (2015). Rodada a cuatro manos, entre Toni Bestard y Marcos Cabotá, es este segundo el que toma las riendas y se coloca en el centro del relato, utilizando incluso declaraciones de sus familiares sobre sus obsesiones infantiles con la saga Star Wars, y con Darth Vader en particular, para justificar su posición como eje articulador del mismo. En una obra que narra la injusta historia jamás contada acerca de David Prowse, un actor olvidado y vapuleado por Hollywood, resulta preocupante que el co-director aparezca prácticamente el mismo tiempo en pantalla que el supuesto protagonista. La narración intercala fragmentos de las apariciones televisivas y cinematográficas de este intérprete con declaraciones y planos de transición de Cabotá en diferentes partes (Madrid, Inglaterra). Incluso en los testimonios a cámara de Prowse se hace notoria la presencia del realizador, ya sea mediante la aparición de su voz, como había hecho el autor de Red Army, o animándose a compartir plano con la persona a la que él pretende rendir homenaje, pero a quien le acaba robando buena parte del protagonismo que él mismo defiende.

Y es que I Am Your Father se esfuerza en defender la postura de David Prowse, una persona a la que probablemente han desprestigiado, tanto los estudios que financiaron la saga de ciencia ficción más mediática de la Historia del cine, como George Lucas en particular. La cinta recoge testimonios de algunos de los productores, que entienden y hasta reconocen errores en el manejo del conflicto, por lo que el caso es más que defendible. Sin embargo, es el tono el que se afana en construir un aura de trascendencia que no es acorde a la relevancia de lo que se cuenta. A nadie se le escapará la injusticia que está presenciando en pantalla, pero convertirla en una causa por la que luchar suena desorbitado. De ahí que más de un dato se extrapole hasta sacarlo de quicio, con tal de añadir una queja más a la lista de deudas pendientes con el actor -¿tiene sentido poner de manifiesto que la voz actual de David Prowse es idéntica a la del verdadero doblador de Darth Vader, de hace 35 años?-

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El metraje avanza y repite esquemas en una redundancia que se estanca en esa idea de atropello, algo que en el primer cuarto de hora ya se tiene claro. La narración funciona como reflejo de las mentalidades de los dos protagonistas del documental. Director y actor viven anclados en el pasado, un pasado que ha sido injusto pero que se sobredimensiona hasta encontrar cierto agotamiento. Una historia que merecía ser contada, pero, más allá del intrusismo celuloide de uno de sus autores, es el enfoque el que carbura a un ritmo que asfixia el relato. Pero quizás se trate de un juguete exclusivo, incomprensible para la mirada del profano, aunque, honestamente, lo dudo.

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