28 de marzo de 2024

Críticas: Mistress America

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Frances Ha se hace mayor.

Frances Ha sigue creciendo físicamente sin madurar psicológicamente. Ha cambiado su sueño de ser bailarina por una constante acumulación de proyectos con los que espera revolucionar el mundo que la rodea. Ya no es la veinteañera indecisa cuyo sueño de ser bailarina no llegaba nunca a realizarse. Ya ni siquiera es Frances Ha, se ha convertido en Brooke, una mujer aparentemente sofisticada pero con más pájaros en la cabeza que nunca. El rechazo a la madurez, o mejor dicho a las responsabilidades y  encorsetamiento que se suponen implícitas con ella, es lo que lleva a Brooke a acumular trabajos efímeros en los que tiene que concentrar toda su energía, sin otro objetivo que el de triunfar en cada cosa que se proponga para no formar parte de ese mundo maduro y aburrido.

Frances y Brooke no podrían existir sin el rostro de Greta Gerwig, como tampoco podrían haber salido de otra pluma que no fuera la de Noah Baumbach, quien sigue otorgando a su actriz fetiche el rol de Peter Pan en Mistress America mientras continúa su incursión en las brechas culturales y generacionales de las juventudes perdidas en el Nueva York del siglo XXI. Cual heredero de Woody Allen, en tanto en cuanto es preso de unas obsesiones que traspasa a sus personajes, Baumbach recoge el testigo de aquel al tratar de analizar a través del humor no tanto a una generación concreta como a un amplio conjunto de personas pertenecientes a varias de ellas, que no encuentran su lugar en unos patrones que hasta hace pocas décadas se establecían como inapelables. Veinteañeros perdidos entre la popularidad de los grupos cerrados, que de los días de instituto parecen continuar su legado en la universidad, y entre sus propios objetivos en la vida; treintañeros sin trabajo ni pareja estable tratando de retrasar su entrada en el mundo adulto, y cuarentañeros (que no cuarentones) que entraron demasiado pronto en ese mundo que les es totalmente extraño y al que ni quieren ni pueden pertenecer.

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Manhattan se erige en zona de confort para todos ellos, mientras el campus universitario o las afueras de la ciudad forman parte de esa sociedad que sigue el camino marcado por las convenciones. En este caso, el hilo conductor que nos lleva a través de la búsqueda de la identidad del personaje al que interpreta Gerwig, es la joven Lola Kirke dando vida a Tracy, futura hermanastra de aquella, en una relación simbiótica entre ambas con la que alimentar, por un lado las ansias de una por tener un referente a seguir y por el otro la necesidad de la otra de transmitir su “sabiduría” de la vida a las nuevas generaciones. Pero lo que empieza siendo una comedia sobre el miedo a crecer, de repente da un giro y se convierte en una auténtica screwball. El guión de Baumbach se agiliza frenéticamente; ya no hay conversaciones entre dos o a lo sumo tres personas, sino que en pocos momentos el espectro se amplía a 8 personas reunidas en un mismo espacio interactuando entre ellas sin dejar un respiro a la locura que las situaciones disparatadas provocan. Del humor cínico de Woody Allen al desenfreno de Lubitsch pasando por la reflexión sobre la soledad en la gran ciudad de Blake Edwards en Desayuno con diamantes.

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Al contrario de lo que pudiera parecer, la fusión entre la comedia más clásica y alocada con el sarcasmo y la crítica hacia las obligaciones sociales, no solo le sienta bien a la película, sino que pone de manifiesto el talento de Baumbach para reinventar su propio estilo. Mistress America podría considerarse como el nexo entre la ya mencionada Frances Ha y Mientras seamos jóvenes – de hecho la película se realizó con anterioridad a la protagonizada por Ben Stiller y Naomi Watts –, con la que Baumbach completa así un tríptico sobre el paso del tiempo y el fracaso de unas ilusiones que parecen estar al alcance de la mano de sus personajes pero que no llegan nunca a materializarse.

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