La ópera prima de Yasemin Samdereli llega por fin a nuestras salas tras su paso por el pasado (y pasado) Festival de Berlín.
Muchas veces la asociación de terrenos cinematográficos foráneos funciona como asentamiento del espectador. A veces da miedo averiguar si es mejor lo bueno conocido que lo malo por conocer… o, por el contrario, lo malo conocido acaba valiendo por ese ‘malo por conocer’. Pero el inmovilismo no funciona para el público sino la comparación. Muchos verán en su argumento, que nos habla de la historia de una familia turca que emigró a Alemania hace 45 años, una versión turco-bávara de Cuéntame cómo pasó. Otros, al ver una furgoneta-bus con una familia dentro (y con algo que no puedo decir porque es spoiler), pensarán en la cercana y exitosa Pequeña Miss Sunshine. Incluso alguien apuntaría a una versión turkploitation de Vente a Alemania, Pepe. Almanya. Bienvenido a Alemania, no obstante, tiene claros componentes autobiográficos y nos recuerda que algunos ‘efectos llamada’ fueron flagrantes invitaciones, como el caso de esa Alemania que (re)trata la película. Nada de inmigración ilegal y gente sin papeles. Los turcos, según el material de archivo del filme de Yasemin Samdereli, fueron los mejores y más cualificados trabajadores que levantaron y estabilizaron a la todopoderosa nación europea. Lo sentimos por los griegos, italianos y los compatriotas de Alfredo Landa.
Obviamente una cinta de estas características está ablandada por la comedia, la bondad y la catarsis familiar ante esa pérdida de identidad en la que los protagonistas ya no saben si son alemanes o turcos. Sobre todo las nuevas generaciones, que ni siquiera hablan el mismo idioma original que sus padres o abuelos. El multiculturalismo parece haberse perdido entre los continuados ataques, vía clichés, sobre la falta de cultura y de integración que se le atribuyen a los extranjeros que no vayan (ni vengan) de turismo a un país. Su otra vertiente es explotar el costumbrismo en el que se sostiene la película, mediante ese relato familiar contado al más pequeño del clan. También mediante un viaje a sus orígenes por la compra de una casa que ha adquirido en su país natal el patriarca, una vez ya ha obtenido la nacionalidad alemana. Almanya. Bienvenido a Alemania se embarca en una acumulación de reincidencias y clichés, aunque esboza en su recta final algún ramalazo berlanganiano del que se aparta inmediatamente.
Los esbozos acaban desarrollándose en tramas como un embarazo no deseado, un niño discriminado en el colegio, un parado, un hombre en vías de separación… lo interesante se encuentra en esas microhistorias basadas en hechos reales, como ese intento de celebrar una Navidad o los reversos caníbales del cristianismo. Simplemente quedan como gotitas humorísticas de un viaje interior al pasado físico, generacional y espacial que quieren hacer tanto los personajes como la directora y guionista.
En A Better Life, cinta sobre la inmigración mejicana en EEUU que le valió una nominación al Oscar a Demián Bichir, quedaba también claro la posición de esas personas que han aceptado ese país que no es el propio como suyo. El caso de Almanya. Bienvenido a Alemania es diferente, pero más interesante al no admitir réplicas: se trata de una inmigración legal que ahora intenta ser desacreditada desde el extremismo. Ahora mismo, como ocurre con el personaje de la madre, esos inmigrantes que ya son ciudadanos en sus nuevos países no quieren volver, al entender que su familia y ya su instaurada vida se encuentran en ese país que les abrió las puertas de un futuro. Más allá de ese cuaderno de recortes sentimentales y sus buenas intenciones, no hay caminos de un cine que consiga crear raíces emocionales a los espectadores. Tal vez sus rutas son demasiado conocidas y sus parecidos con esas comparaciones odiosas (ese cruce de Pequeña Miss Sunshine y Cuéntame cómo pasó) provoquen sonrisas y lágrimas a medio gas. Ya puestos a comparar, me ha llamado sorprendentemente la atención que en los salones de las casas alemanas también tengan un cuadro con ciervos. Hay cosas que nunca pasan de moda aunque se perderán por nosotros, las nuevas generaciones. Una pena…
Es una pena, también, que desde esa premisa inicial e inusual (el retrato, vida, milagros y familia del inmigrante número 1.000.001) se haya hecho una película tan plana y común (que no vulgar, aunque el cuarto de baño y sus contrastes tengan especial protagonismo). Eso sí, deberían prohibir los finales dramáticos a cámara lenta. Sobre todo, tal vez, filmados con una cámara de cine impropia e incorrecta que parece avanzar a trompicones.
Gran crítica.
Gracias! Será porque cuando fui a Berlín pensaban que era turco…