El siempre inclasificable Michel Gondry también tiene su sitio en el Atlántida Film Fest.
La carrera de Michel Gondry ha experimentado una evolución curiosa desde que, en el ya lejano 2001, aquel entonces reputado realizador de videoclips y publicidad firmara la reivindicable Human Nature. Tras alcanzar de la mano de Charlie Kaufman con ¡Olvídate de mí! su cumbre en cuanto a aceptación y la confirmación de su bestial talento, ha alternado comedias entrañables como la injustamente tratada Rebobine por favor o la incursión en el cine de superhéroes que supuso la denostada The Green Hornet con una serie de proyectos más pequeños y de menor eco, entre los que viene a inscribirse esta The We and the I.
Su punto de partida resulta curioso y digno de halago. Gondry nos muestra la peripecia vital de un grupo de adolescentes del Bronx en una línea urbana de autobús, prácticamente único escenario en el que se desarrolla la acción, durante su último día de clase. Sorprende de inicio al adoptar un tono más cercano a autores como Kevin Smith o Spike Lee que al resto de su filmografía, demostrando que su eclecticismo sigue una senda inversa a la de su lucidez con cada título que firma. El inimitable genio del francés aparece, sin embargo, en la magnífica secuencia de créditos iniciales o en algunos breves incisos que muestran las ensoñaciones y recuerdos de los protagonistas.
Los personajes, inmersos en ese enfrentamiento de la identidad individual con la colectiva que recalca el título, se presentan escasamente definidos. Igualmente existe un intento de hacer cercanos a todos, huyendo de estereotipos a la hora de presentar a matones o marginados, que se encuentran aislados bajo la misma capa ante un entorno difícil que hasta el tramo final aparece poco más que sugerido. Es evidente que Gondry pretende así mostrar retazos de un periodo vital confuso en el que los individuos son absorbidos por el grupo hasta convertirse en caracteres difusos y amorfos, pendientes únicamente de la apariencia que les mantiene vivos dentro de una sociedad profundamente hipócrita, pero acaba quedándose a medio camino.
Otra idea a destacar es la exposición del trayecto sin destino aparente en autobús como metáfora de una etapa repleta de altibajos o, si se prefiere, de la misma existencia. La presentación casi en tiempo real y el continuo flujo de personajes con escasa entidad son obstáculos para su desarrollo que, aunque a duras penas, sabe solventar. Mayor rémora supone la omnipresencia de reiteraciones como la del vídeo de la caída, que provoca una saturación parecida a la que causa la música del rapero Young MC.
The We and the I resulta interesante como retrato generacional, el principal problema que impide que cuaje y alcance cotas mayores es que las vidas a la deriva que pueblan el autobús apenas llegan a interesar, quedando compuesto su armazón por conversaciones triviales repletas de tópicos. Hiperactiva y a todas luces excesiva aunque con cierta alma, no pasa de ser una propuesta curiosa que deja un regusto más propio de un autor novel, ya que termina siendo presa de la propia frescura y anarquía que abandera. Es de esperar que Gondry recupere la senda con Mood Indigo, con la que promete dar otra vuelta de tuerca a una trayectoria hasta ahora más que sugerente.