«¿Otra película sobre la Guerra Civil?»
Mucho se ha hablado sobre los problemas con los que se ha encontrado La Mula para rodarse y para poder llegar finalmente a estrenarse. Daría para escribir el guión de otra película todo el cúmulo de infortunios que se cernieron sobre ella, desde las discrepancias del director que empezó el proyecto, el británico Michael Radford, con la productora que le llevaron a abandonar el rodaje a falta de pocos días para terminarla, quedando en manos de un director desconocido, hasta incluso que fuera bloqueada durante dos años por el Ministerio de Cultura y declarada “lesiva”.
Desgraciadamente, todo lo que supone dejar una película a medio acabar, termina reflejado en cuanto a la factura técnica que ofrece. Nos encontramos con una textura, sobre todo al principio, con un granulado terrible que, aunque se va suavizando a medida que transcurre la cinta, no deja de llamar poderosamente la atención sobre todo en los tiempos en los que el HD inunda casi por completo las pantallas de cine. Así mismo, el montaje final se nota acelerado y desincronizado, como digo sobre todo con las primeras secuencias de la película, y tampoco ayuda una música discordante con las imágenes que estamos viendo, chirría bastante escuchar pasodobles en pleno tiroteo.
Pero inesperadamente, es más lo que consigue que La Mula sobreviva que lo que las circunstancias la llevaban por el camino de hundirse definitivamente. Se salva en primer lugar gracias a una historia, que no por proceder de una pequeña anécdota, no deja de ser increíblemente emotiva e interesante. Basada en la novela homónima de Juan Eslava Galán, que relata las vivencias reales de su padre, Juan Eslava Castro, La Mula cuenta como un joven cabo del ejército nacional encuentra una mula en el campo de batalla y trata por todos los medios de quedarse con ella para poder prosperar cuando termine la guerra y, de paso, poder conquistar el amor de una señorita de bien del pueblo en el que se halla destinado.
A diferencia de la mayoría de películas ambientadas en la Guerra Civil, La Mula no es otro vehículo politizado que nos muestra lo buenos que eran los de un bando y lo malos que eran los del otro, es una historia de gente que luchó en uno o en otro frente simplemente porque tocó así, sin cuestionar las razones que le llevan a enfrentarse a su vecino o a su mejor amigo. En ese aspecto, sí recuerda La Mula mucho a La Vaquilla, no sólo por hacer girar la historia alrededor de un animal, sino, primero por el aura berlanguiana que tiene, la escena de la rendición de los soldados republicanos es puro tandem Azcona-Berlanga, y segundo por el hecho de contar cómo un grupo de personas que se ven obligadas a combatir en una guerra, y que tratan de sobrevivir pensando en volver pronto a sus hogares a retomar su vida como la dejaron. Por eso sorprende tanto la controversia causada con el Ministerio de Cultura, socialista por aquel entonces, de considerarla dañina para el interés general, aunque esté protagonizada por soldados del bando nacional, en ningún momento se hace apología de ningún ideal, es más, en algunos momentos se satiriza la figura de Franco de manera bastante obvia.
Sorprende Mario Casas como absoluto protagonista de la película, dejando claro que, aunque hayan pasado cuatro años desde que rodara La Mula, su trabajo en Grupo 7 no fue fruto de la casualidad como muchos pensaban, me incluyo, y es un valor a tener en cuenta para protagonizar películas alejadas de las historias de adolescentes a las que nos tiene acostumbrados. Casas interpreta al cabo Castro con la inocencia y simpleza propias de un mulero de Andujar de los años 30, más preocupado en planear un futuro “como Dios manda” con sus mulas, una buena mujer y unos cuantos hijos a los que criar como sus padres hicieron con él, que en pensar si está en el bando correcto de la contienda.
A excepción del papel de María Valverde, divertidísima con ese acento pijo-andaluz, el resto de secundarios quedan básicamente soterrados ante el personaje de Casas que se come la película entera. Me ha faltado quizá un mayor desarrollo de la relación cómica entre los personajes de Secun de la Rosa y Pepa Rus, fantásticos los dos pero, como digo, poco aprovechados.
La Mula es en definitiva una comedia tierna y emotiva, con un humor limpio, como sacada de otro tiempo, que se hace totalmente disfrutable si se pasan por alto las deficiencias técnicas que, por otro lado, logran incluso tornarse entrañables al entender las dificultades por las que ha tenido que pasar para acabarse. Recomendable no sólo para las fans de Mario Casas.