Viajamos con Alexander Payne al corazón de Estados Unidos.
Tras la más aclamada por crítica que público, Los descendientes (2011), Alexander Payne entrega esta comedia de regusto indie (ese blanco y negro…) protagonizada por Bruce Dern (sí, padre de Laura Dern), eterno secundario con roles protagonistas en abyectos proyectos de terror. El protagonismo lo comparte junto a Will Forte, que ha desarrollado su labor principalmente en terribles comedias. Esta pareja, a pesar de todo, nos entrega una gran interpretación en Nebraska, en la que también se cuenta con el carismático Bob Odenkirk (Saul en Breaking Bad; ya se trabaja su spin off llamado, cómo no, Better call Saul).
El personaje de Bruce Dern, Woody, es el padre de Forte y Odenkirk. Un jubilado alcohólico y distraído que un día recibe por correo una gran noticia: es el ganador de un millón de dólares que puede recoger en las oficinas de la empresa patrocinadora… en Nebraska. Evidentemente es una artimaña publicitaria, pero, tozudo, se empeña en escapar de casa y poner rumbo hacia su premio en escenas que inevitablemente recuerdan al arranque de Paris, Texas (Wim Wenders, 1984) y que desesperan a su mujer interpretada por June Squibb. Así que Forte decide acompañarle para al menos sacarle de su error, iniciando una clásica road movie…
Una road movie que mira con amable curiosidad la vida sencilla de tantísimos estadounidenses, de tantísimos perdedores. Que contempla encantada y encantadora a los seniors frente al televisor, dormidos cerveza en mano. Todo con una dirección sosegada y poco intrusiva basada en el plano fijo.
Tras contemplar los impresionantes paisajes semirurales estadounidenses haremos parada en el pueblo en el que se crío Woody, comenzando un reencuentro con toda su vida anterior que relatará en buena parte la madre a un cada vez más sorprendido hijo. No es que la vida que llevaron tuviera nada de prodigioso, pero el hijo se ve siempre sorprendido al comprender que sus padres no eran, exactamente, quienes él pensaba que eran. Porque a base de retazos (y situaciones cómicas) se irá construyendo el retrato que acaba siendo una oda a estos orgullosos americanos que no han sido protagonistas de nada, pues lo único que han hecho es vivir una vida en apariencia sencilla. Pero Payne nos muestra que hasta la vida que creíamos más fácilmente resumible está llena de entresijos y puntos poco iluminados. Woody es taciturno, a veces roza lo monstruoso, a veces se zambulle en lo tierno y, en general, es impredecible. Descubriremos que a veces, casi por sorpresa y en el último momento, alguien acaba relatando esa historia, su historia…
Este paseo será agradable aunque también algo amargo. Nos acompañará la excelente composición folk de Mark Orton, que tiene sus bases en la guitarra acústica y en un sereno violín.
La conclusión es mucho más satisfactoria de lo que cabría esperar y puede que nos deje con los ojos humedecidos. Es bueno darle una oportunidad a la película que no tocó a Carlos Boyero (“Es una película que ni me la creo, ni me divierte, ni me araña ninguna fibra emocional, una crónica del miserabilismo demasiado calculada, falsa, sin alma, bobamente costumbrista”) y dejar que te toque a ti.
La crítica menos horrible de Snuffy. Felicidades (Muy chula).