Del Pirineo a Manhattan.
Desde el pequeño pueblo del Pirineo aragonés Larués, hasta el Lower East Side neoyorquino, la directora Rocío Mesa traza un hilo conductor entre estos dos enclaves tan diferentes para acercarse en su primer largometraje documental a la figura del artista Ángel Orensanz. Desconocido para muchos en nuestro país, Orensanz es toda una institución artística a nivel internacional gracias a su mezcla de arte efímero que es capaz de volar con dinamita después de realizarlo, con el contraste de sus esculturas abstractas con los paisajes en los que las sitúa. El artista global, como desea ser recordado, es simplemente el pretexto del documental que lleva su apellido materno, Orensanz, que utiliza la directora para mostrar las diferencias entre dos civilizaciones tan opuestas unidas por formar parte de su biografía, sin que apenas aparezca en el mismo el homenajeado.
Rocío Mesa acude al barrio con más superpoblación de Nueva York, donde se alza una antigua sinagoga del siglo XIX que hoy es la sede de la Fundación Ángel Orensanz, un espacio artístico abierto no sólo a la obra del propio Orensanz sino también a la de cualquier creador que desee formar parte de ella por la que el espíritu del artista se deja sentir pero por la que apenas pone un pie, y de la cual se ocupan su hermano Al y los trabajadores de la misma a quienes prácticamente ni conoce.
Paralelamente, regresa a la paz que se respira en el pueblo natal de Orensanz, para cuyos escasos y ya veteranos habitantes, el artista es alguien de quien enorgullecerse pero al mismo tiempo a quien reprochar incesantemente su desapego (principalmente económico) hacia sus paisanos. Aquí Mesa dirige a los pastores, los recogedores de almendras o los talladores de piedra alternando sus testimonios sobre sus trabajos con la contemplación de la cotidianidad de los vecinos, y de unas charlas que parecen sacadas del mejor guión de Azcona, con las que la directora capta esa mezcla de sentimientos tan propia del carácter español hacia quienes triunfan fuera de nuestras fronteras.
Mientras los trabajadores de la fundación hablan del artista como un genio creador al que sentirse orgullosos de servir en la sombra, en el pueblo aragonés asistimos a un desfile de anécdotas de su infancia contadas por ancianos a los que muy probablemente ni recuerde, y a una concepción de su genialidad más cercana a la extravagancia personal de Dalí que a la comprensión de su obra. “¿Artista global qué es?” es la pregunta que se hacen los vecinos de Larués reunidos en asamblea para decidir qué tipo de homenaje le van a ofrecer a su paisano más reconocido. Una pregunta que incluso a la alcaldesa pedánea que la preside le cuesta contestar con seguridad, y que manifiesta el desconocimiento sobre una expresión artística que choca con el aislamiento rural. Ignorancia ésta más humilde y menos sorprendente que la que demuestra sin pudor la advertencia que un guía turístico del Lower East Side hace a los turistas al hablar de Lenin, indicando que se refiere al dirigente ruso y no “al miembro de los Beatles”.
Rocío Mesa esculpe con Orensanz una pieza de arte audiovisual sin la ambición de las obras del laureado protagonista ausente del documental, pero forjando con delicadeza una biografía a través de las distintas visiones que del artista poseen los demás. Una película que habla de las raíces y del destino, de la búsqueda incesante de la propia identidad y de la conformidad; una película en definitiva que se antoja más un homenaje a la cara oculta del trabajo artístico reconocido y al que nunca tendrá ese reconocimiento que al que consigue fama mundial. Pero sobre todo es una vista hacia el olvido, una reivindicación de ese mundo sencillo y rutinario que espera y recibe al hijo pródigo cual Villar del Río a Mr. Marshall, y de cuyo paso fugaz por Larués quedará la piedra esculpida en homenaje al primer artista global que surgió del pueblo.