Jonah Hill y Channing Tatum regresan a las aulas.
El desenlace de Infiltrados en clase (21 Jump Street, 2012), adaptación de una serie de los 80 que consiguió aunar de maravilla la mejor tradición de la comedia de instituto con una perspicaz revisión y actualización de los lugares comunes de las buddy movies, unido al descomunal éxito comercial que obtuvo, hacía necesario el temprano estreno de una secuela, de la que ya conocíamos desde entonces que iba a sustituir las aulas escolares por las universitarias. El reto de mantener el nivel cómico de aquella sin perjudicar el entrañable y nostálgico espíritu del que hacía gala se antojaba mayúsculo. Sabiendo de las limitaciones que imponía el propio final de su predecesora, y tras triunfar este mismo año con La LEGO película, Philip Lord y Chris Miller vuelven a hacerse cargo de un material que corría cierto peligro de languidecer presa del esquematismo y la repetición, pero lo toman con tanta inteligencia que evitan el derrumbe. Infiltrados en la universidad opta por lanzarse al delirio autoconsciente, conocedora del enorme nivel de la materia prima cómica que maneja, y refuerza sus posibles carencias a través de un divertidísimo torbellino de referencias que subrayan constantemente su presente naturaleza de producto forzado hasta eliminarla por completo.
Infiltrados en la universidad comienza con un brevísimo resumen de las andanzas de sus protagonistas en la primera, posiblemente más a modo de homenaje a la serie original que de recordatorio para los olvidadizos. La secuencia de acción inicial, si bien vibrante, ya se entrega a un exceso bastante superior al que tenía cabida en Infiltrados en clase. Al no ser la universidad igual que el instituto, y por tanto la esencia última de la película tampoco, se prefiere optar por potenciar un trasfondo autorreferencial que justifique todo lo que se narra. Tanto los guionistas como los directores salen airosos de la complicada pirueta. Gran parte de culpa la tienen los dos magníficos protagonistas de la primera entrega, el imposible dúo formado por el inteligente y torpe Schmidt y el atlético y desastroso Genko, reforzados ahora por un tercer puntal cómico inesperado. A un Jonah Hill en su salsa que repite como coguionista y un Channing Tatum en el rol de su vida –aunque haya que esperar a que se reclame el reconocimiento para él cuando haga cualquier papel de mongo–, se une el personaje del Capitán Dickson interpretado por Ice Cube. Si sus intervenciones entonces fueron lúcidas, ahora llegan a robar varias de las mejores secuencias a los protagonistas. La mejora compensa la pérdida de varios secundarios carismáticos, muchos de los cuales aparecen en brevísimos cameos, tan geniales que no podemos sino ignorar su gratuidad.
Desde la sustitución de la comisaría clandestina de la primera entrega por otra en el edificio de enfrente, hasta el cambio del Cristo coreano por uno vietnamita, los indicios de que vamos a ver algo muy similar parecen multiplicarse. Pero los propios personajes saben que repetir la aventura no tendría sentido, por lo que se lanzan y nos introducen en un continuo desmadre. La trama criminal es bastante más difusa, el concepto universitario no puede evitar agotarse pronto y el clímax final se traslada a una multitudinaria fiesta en la playa. En el gigantesco desenlace hay más acción, más persecuciones, muchas más sobradas. Pero cada salto se encuentra justificado por la imposibilidad de ceñirse al mismo esquema, lo que precisamente la hace superior por momentos. Y prácticamente todos los gags funcionan, a pesar de que haya pocos tan memorables como, por ejemplo, aquella lectura de derechos que vertebró el encuentro de los dos protagonistas.
Es esa constante ley de la compensación por la que apuestan los autores la que provoca que, al final, olvidemos las diferencias y similitudes con su predecesora para gozar de dos horas de inspiradísima y pura diversión, que culminan en una sorpresa final que indaga en el mismo carácter autoparódico y ante la que es imposible contener la carcajada. ¿Cuántas secuelas de Infiltrados en clase podrían producirse sin dañar el espíritu de la película original, que a su vez adaptaba una serie de televisión lejana? La respuesta parece estar contenida en los créditos finales de Infiltrados en la universidad… o la iremos descubriendo durante los próximos años. La comedia americana vive un momento muy dulce y, afortunadamente, con el tándem formado por Philip Lord y Chris Miller al mando todo parece a salvo.