15 de octubre de 2024

Críticas: Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?

Dios mio pero que te hemos hecho

Atención, Hollywood: tenemos un remake.

Érase una vez un matrimonio de nativos franceses católicos, que tenía cuatro bellas hijas. Una se casó con un joven francés, cuyos padres eran originarios del Magreb. La segunda contrajo nupcias con otro galo, descendiente de las antiguas tribus de Israel. La tercera se unió al vástago de unos emigrantes llegados de Asia. Y la más pequeña quedó soltera, de momento.

Este es el argumento de Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? en pocas líneas. Es un título que, curiosamente, se ha traducido de manera bastante fiel a su expresión original (Qu’est-ce qu’on a fait au Bon Dieu?) y adaptada a una frase hecha, típica también del castellano. Hay que reconocer que un dicho tan tonto y manido como éste puede engañar antes de ver la película pero, una vez superado este obstáculo, el largometraje supone una de las mejores sorpresas de la cartelera. ¿Por qué? Veamos las razones.

Desde el principio, la historia se muestra generosa en situaciones humorísticas que se suceden con un ritmo rápido y sin dilatar de manera innecesaria las anécdotas, que nunca resultan repetitivas ni cansinas. Basta como ejemplo el comienzo del largometraje, en el que se condensan varias escenas en la sala de un ayuntamiento -el mismo escenario- con las tres bodas de las hijas. De esta forma se presenta a todos los personajes que componen un reparto coral, en el que no sobra ni falta nadie. Con este arranque deudor de la comedia más clásica y alocada tanto norteamericana como europea, de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? se desarrolla con un dinamismo y concisión poco frecuentes tanto para este género en concreto, como para el cine contemporáneo en general.

Dios mio pero que te hemos hecho 2

Philippe de Chauveron, el director del film, que también es guionista junto a Guy Laurent, demuestra su buen oficio con secuencias que unen el gag visual con los diálogos ágiles. Es raro el momento en que no se produce alguna situación cómica o que invite a la sonrisa, cuando no a la risa sincera. La cinta mantiene un tono amable e incisivo al mismo tiempo, con un humor dirigido a cualquier público pero que no elude una cuestión espinosa como el racismo, desde un enfoque cosmopolita y urbano, en este caso en un país tan global como Francia. Y propone una buena tesis acerca de la convivencia entre distintas culturas de la mejor forma posible, haciendo reír sobre el carácter invasor de Francia (y casi toda Europa) con el lamentable colonialismo del continente africano. Los estereotipos raciales de distintos países. O el chauvinismo francés, o incluso el conservadurismo gaullista, según se vea. Todo narrado con mucha gracia pero sin restarle seriedad.

Los personajes resultan comprensibles, incluso aunque por sus ideas o tendencias sean complicados en un primer contacto. Esto se consigue mediante un grupo de actores, encabezados por el matrimonio formado por la contagiosa y enorme actriz cómica que es Chantal Lauby, intérprete que también apareció en una buena comedia francesa titulada La jaula dorada, este mismo año. Y su marido, encarnado por el famoso Christian Clavier, fuera de sus registros más histriónicos y conocidos: Asterix y Jacques, el sirviente de Los visitantes. El resto de actores logra siempre momentos afortunados de comedia, tanto por la química con la que respiran y se replican los tres yernos coprotagonistas junto a sus esposas, seis personajes que piden a carcajadas una película independiente. O el consuegro que se presenta como un oponente duro de roer, a la altura del carismático matrimonio protagonista, un consuegro presumiblemente antipático en el guión pero hilarante en la pantalla.

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Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? confirma que se puede hacer una comedia universal recurriendo a temas locales pero comunes a muchos países. Que se pueden crear tantos giros argumentales como en una película de suspense y mantener la atención sin que resulten forzados. Que se pueden usar los tópicos más elementales y  estereotipados que abundan, tanto sobre la fama empresarial de los judíos; como la opresión y sospechas sobre los árabes; o tal vez la poca integración de los chinos. El largometraje les da una vuelta de tuerca a todos esos tópicos, para reírnos de nuestros propios prejuicios acerca de las personas que no son igual que nosotros.

La película funciona como un vehículo sólido en ese reparto que funciona armónico, sin destacar las estrellas por encima de los intérpretes secundarios. Y por mantener la alegría después de abandonar la sala de cine.

Quizás sea un buen momento para ver Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? porque probablemente dentro de uno o dos años se estrenará la versión norteamericana (tal vez tengan los derechos los hermanos Weinstein para rodarla en los USA, según algunos rumores) Y ya me contarán cómo encajarían allí a tres personajes franceses que, por familias de origen, proceden de Israel (judío) Marruecos (musulmán) y del lejano oriente (China) Es decir, un poderoso aliado coyuntural y comercial de EE.UU. junto a  dos de sus peores enemigos estratégicos y económicos, no lo olvidemos. Así que  lo mejor será verla ya, antes de que los norteamericanos le quiten toda su gracia.

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