29 de marzo de 2024

Críticas: Mommy

Mommy

Revisamos lo nuevo de Xavier Dolan.

Mommy por Mª Carmen Fúnez.

Escuchar las canciones que componen la banda sonora de Mommy es como volver a revivir la experiencia de ver la película de nuevo, diría incluso que escuchadas en el orden en el que aparecen, podrían por sí solas contar la historia entera. Una compilación de temas con poco en común entre ellos que Xavier Dolan utiliza para explicar las complejas relaciones que existen entre los protagonistas de la película, sin necesidad de que éstos recurran a los diálogos para hacerlo. Entre otras cosas porque es el diálogo entre ellos lo que no funciona en su relación. Mommy es la incapacidad de lograr una comunicación fluida entre una madre y un hijo a pesar del amor incondicional que se profesan el uno al otro. Es la pasión exacerbada que sólo entiende de gritos y de visceralidad; una relación más física que espiritual entre dos seres que se mueven por impulsos y que no pueden estar juntos pero tampoco separados el uno del otro, y que sólo la entrada en escena de Kyla, su nueva vecina, insufla un poco de aire y de paz entre esas dos fuerzas de la naturaleza que son Die y Steven. Kyla, serena Suzanne Clément deseando liberar su auto represión es el contrapunto de Die, una divertida y pasional Anne Dorval. Entre ellas él. Steven hiperactivo y violento. Antoine Olivier Pilon con un magnetismo que consigue hacer querer a Steven aun a pesar de lo repulsivo que a priori resulta un personaje como el suyo.

Tan excesiva como el resto de su filmografía, Mommy supone el clímax creativo hasta el momento de Xavier Dolan con el que además reta al espectador a vivir lo mismo que están viviendo sus personajes, y va más allá a la hora de plasmar la tensión de su historia añadiendo a la explicación que aportan las canciones una toma de decisiones formales que permiten a aquel sentir en cada momento esa tensión. Un formato de pantalla 1:1 tan asfixiante como la relación entre madre e hijo, al cual da un respiro tan fugaz como el que experimentan los personajes, provoca la furia, el agarrotamiento y la extenuación de quien está viendo la película hasta el punto de salir de ella con una sensación de derrota absoluta. Y no contento con eso, nos deja soñar por un instante con una vida mejor para de nuevo arrebatárnosla y sólo dar lugar a llorar por ella. Después de Mommy sólo queda decir: maldito Dolan. Maldito niño prodigio que juega a provocar un síndrome de Estocolmo con el que consigue nuestro amor incondicional a base de torturarnos.

Dolan

Xavier Dolan-Tadros por Martín Cuesta.

Fue tras el Festival de Venecia 2013 cuando, como respuesta a una crítica negativa de The Hollywood reporter, el director de la película reseñada, Xavier Dolan-Tadros, le dedicó al medio estadounidense la memorable frase «You can kiss my narcissistic ass», asertada vía twitter, obviamente. Si decimos que el exabrupto nos parece memorable es porque supone, en cierto sentido, una definición adecuada del personaje, directo, contestatario, bastante seguro de sí mismo, al punto de enfrentarse públicamente en unas circunstancias en las que otros callarían. Esta sinceridad, si puede ser llamada así, no forma un rasgo característico de la personalidad extracinematográfica del personaje sino que está inexorablemente implicada con su forma de entender el cine, siendo claros, el joven autor quebequés tiene una fe ilimitada en su talento, algo que va unido a su insultante juventud. Insertos musicales abombantes, marcadísimos ralentís, uso constante de filtros todo para dar cabida a unos relatos que dejan a sus personajes ser esclavos de sus pasiones y taras. Dolan no es en Mommy desde luego un cineasta sutil, en todo caso es alguien que deforma el melodrama clásico, adaptándolo a su personal universo en el que el individuo y el cineasta parecen un todo indivisible. Quizá sea esa la clave del éxito de Mommy, la palbable necesidad de enamorarnos de alguien volcado en su obra, lo contrario a un trabajo de encargo, o quizá sea el justificado uso de un formato poco acorde con los panorámicos tiempos actuales, efectista quizás, pero plenamente relacionado con el texto que encuadra, o tal vez una asombrosa Suzanne Clement que nos regala una de las mejores actuaciones del año… pero realmente no, el éxito auténtico de Mommy es haber diseñado un producto eminentemente popular en su esencia, en cuanto al potencial de su alcance, bajo el disfraz arty esperable por un autor radical en su manera de entender el medio, arte y ensayo para madres, si me disculpan la estúpida simplificación, estilo vibrante de emoción, al final todo se reduce a eso, ojalá todos pudieran hacerlo o al menos se atrevieran a intentarlo, pasear por el filo del abismo de la mofa no debe resultar un camino agradable.

Fugazi por Álex P. Lascort

Decía Mark Hanna lo siguiente en El lobo de Wall Street: “Es todo un fugazi. ¿Sabes qué es eso? Fugazi, quiere decir falso. Polvo de hadas, no existe. No tiene importancia, no tiene materia. No está en la tabla periódica. No es real. Sígueme. Nosotros no creamos mierda. No construimos nada.”

En cierta manera el cine es exactamente eso, polvo de hadas, creaciones inmateriales que se sostienen en dos formatos, el propio dispositivo, sea celuloide o lo digital, y la memoria de los espectadores. Xavier Dolan parece tener muy en cuenta esta cuestión, especialmente lo referente a lo memoria, al recuerdo. Algo que nos podría estar hablando de un director que cuenta con su audiencia. Sin embargo eso no es exactamente así sino que más bien nos hallamos ante un caso de interés en la perdurabilidad del recuerdo, de como se reproduce en nuestras mentes y por tanto se manipula. Porque hay algo que es evidente, el polvo de estrellas, mejor o peor construido es objetivable en el dispositivo, pero nunca en nuestro recuerdo; como aquella canción que creemos sonaba durante el primer beso o ese encuentro en slow motion con el amor de tu vida.

Mommy

En este sentido Dolan es un manipulador de primera categoría. Viste como nadie los “momentos” de sus películas, diseña hasta el más nimio detalle del impacto visual y acústico. Sí, es polvo de hadas pero ejecutado con precisión para que flote y se sostenga a la vez que se pueda retocar una y otra vez con los dedos mentales de la impresión sentimental. Más que filmar películas Dolan se dedica a la construcción de fugazis y aquí, precisamente, es donde sale a flote el tramposo, el jugador que impacta de entrada pero que ejecuta tantas veces el mismo dribling que acaba por ser previsible si no irritante.

No es que lo visto en Mommy suponga una sorpresa mayúscula, al fín y al cabo estamos en la galaxia Dolan, por lo que hay ciertos elementos que uno ya espera. No obstante, y más tras mostrar signos de una mayor cohesión entre lo formal y la solidez argumental en Tom a la ferme, no deja de resultar decepcionante esta nada disfrazada de barroco que supone su último trabajo. Todo se antoja como un mero decorado, un working in progress de situaciones y personajes a medio hacer que se sustentan en la promesa de su definición absoluta posterior. Sin embargo, todo resulta un mero espejismo de desarrollo ya que de hecho nada, nadie, evoluciona en lo más mínimo. De hecho la propia contextualización de su inicio ya no deja margen ninguno a dicha expectativa. Si el marco está planteado como tal es porque vamos a asistir al juego del gato y y el ratón con las ilusiones de la audiencia, con sus esperanzas, con sus deseos.

Algo que de igual manera viene marcado por le propio formato en que está filmado el film. Claro que posicionarse en un 1:1 es ya de por sí una declaración de intenciones pero, ¿Era necesario una obviedad tan grosera? Sobre todo cuando uno puede pensar que hay detrás de la metáfora-formato es el propio director el que la explicita rompiéndola y situando perfectamente a que estado emocional pertenece cada fórmula expresada en pantalla. Claro está que, una vez más, lo que pretende Dolan (o cree) es que a base de divertimentos embellecedores como una banda sonora potente (Wonderwall o Born to die entre otras así lo atestiguan) o un slow motion sentimental vamos a pasar por alto la zafiedad con la que se nos es presentado el truco.

Mommy 2

Pero, ¿cómo sostener semejante camino a la nada durante dos horas? La respuesta está en la concatenación de su falso hilo narrativo con pequeños clímax, a menudo adornados con música (para la cual Dolan tiene un oído excelente, todo sea dicho), que podríamos denominar “momentos icónicos”. Tomemos como por ejemplo lo que podríamos denominar el paradigma Celine. Dolan resuelve un momento de cierto anquilosamiento narrativo mezclando elementos de forma aparentemente ilógica: Un adolescente que de repente viste gótico, se contonea como una stripper al ritmo de un “tesoro nacional” como Celine Dion, delante de su madre y una amiga. Una escena que introduce a la vez la idea edípica de la relación madre-hijo, alienta el morbo erótico con la nueva amistad de la familia, muestra el lado sensible y desconocido del protagonista y crea un ambiente altamente recordable por la potencia musico-visual que emana. Pero, más allá de la belleza de la situación, ha resuelto algún conflicto anterior? No. ¿Sirve de trampolín argumental a posteriori? No. Sencillamente está ahí como desatascador, como un mini deus ex machina destinado una vez más a ser souvenir justificativo de la película.

La sensación con la que uno termina Mommy es pareja a la que habitualmente provoca el cine Dolanesco. La idea de que estamos ante un jedi caido en lado oscuro de la fuerza. No cabe la menor duda de que Mommy es poderosa, impactante y por momentos de una belleza descomunal. El problema es que al mismo tiempo uno percibe en cada plano, en cada detalle, en cada nota de la música que suena la presencia de su director. Y no, no hablamos de ese sello autoral que permite el confort del automático reconocimiento. No, hablamos de la omnipresencia, de la pesadez y por tanto la idea también de la inseguridad de su realizador. Un demiurgo, un semidios actúa como tal, si importarle si sus creaciones pensarán o no en él. Dolan, por el contrario parece vivir constantemente pendiente de que se le reconozca, como si sus films fuesen en realidad un gran espejo donde mirarse continuamente. Ese es el gran drama de Dolan y de Mommy en particular, que su director no piensa en que dirán de su película sino en qué dirán de él como responsable de la misma. Por eso Mommy al fin y al cabo acaba siendo un gran , bello y decepcionante egotrip. Polvo de hadas, fugazi. Nada.

2 comentario en “Críticas: Mommy

  1. Vimos la peli siguiendo el consejo de Martín que la recomendó en nuestro blog entre las 10 pelis 10 del 2014. Y realmente nos dejó alucinados. Para su juventud Dolán nos pareció un genio. No me extraña que se permita mandar al cuerno a los críticos.Me gusta mucho vuestra reseña. Tendré que escuchar con más atención su banda sonora. Esto es lo que nos pareció a nosotros:
    http://www.cosasquesemerecenun10.com/cine-mommy-d

    Un abrazo

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